La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
El bombón asesino. Por Cristian Alarcón. |
Le decían Gérard, por su lejano parecido con Depardieu, el francés de nariz fálica. Las mismas mujeres a las que sedujo durante las últimas dos décadas se lo pusieron, porque lo vieron como a un galán lejos de toda belleza común, pero dueño de una voz y una labia que las hizo sentir reinas y señoras, deseadas y convocadas como madres al consuelo de un tierno niño con pena.
Podría apostarse que las mujeres de entre 45 y 65 años a las que abordó lo adoraron durante las horas que pasaron con él. “Cuando volvió del kiosco con los cigarrillos y dos bombones en la mano pensé, qué caballero, se acordó de esta dama; es de los hombres de antes.”
Gérard, cuyo nombre verdadero es Norman Pérez, tiene 73 años, cumple 74 el 4 de agosto, y se ha dedicado casi toda la vida a un excepcional, aunque clásico rol en la carrera del rufián: el viudo negro. Con estilo, elegancia antigua, y un discurso amoroso basado en la indefensión de un señor ya grande ante una dama fuerte diez años menor, Gérard se ganó un lugar en la crónica policial hace ya unos años, cuando en 1999 lo condenaron: quedó demostrado que los dulces regalos del seductor contenían una droga –conocida como burundanga– capaz de doblegar a cualquiera ante los deseos de otro. Tras el embrujo químico les robaba las joyas, los ahorros, los dólares guardados en los rincones más remotos de sus casas.
El desengaño
Apenas despertaban de un sueño pesado que había durado días, las mujeres víctimas del ladrón y abusador sentían la desesperación inicial. La sensación de haber sido tocadas, apenas un rastro de memoria en la piel, pero ninguna certeza sobre lo ocurrido durante el tiempo que pasaron bajo los efectos de la droga que les hizo probar Gérard.
Algunas abrieron los ojos en sus propias camas, desnudas, entre sábanas revueltas. Otras en la habitación de un hospital. El viudo solía duplicar la dosis si la dama se resistía con el primer bocado. A Nelly C. la encaró cuando ella dejaba pasar la tarde en el shopping Caballito.
Como siempre, de traje y corbata, ella no desconfió cuando él le sonrió y le dijo lo elegante que le parecía. De un poco más de sesenta, con los retoques prudentes de una mujer con recursos, vestida en tonos siempre claros y combinados, Nelly fue una presa vistosa. A ella, por ejemplo la deslumbró comentando sobre sus varias propiedades a lo largo y ancho de la ciudad. Como ella tenía algo que invertir, le recomendó algunos negocios.
La mujer lo describió en el juicio oral en el que fue condenado a 16 años de prisión por haber drogado y robado a 14 mujeres, y por haber abusado de 5 de ellas: “Robusto, con el pelo entre rubio y cano, traje beige, y su nariz grande, con esa boca tan recta”, dijo una mañana, ante el tribunal, con una peluca carré y unas gafas Gucci oscuras.
Nelly lo recuerda al darle el bombón, luego una sensación de fatiga profunda, la falta de fuerza para levantarse de la mesa del bar. Los peritos químicos describen la droga que había recibido como una mezcla de un depresor, el diazepán, y un espasmódico, la escopolamina.
Produce una hipnosis química, y luego, como único recuerdo, una serie de flashes. Primero produce euforia. Luego bloquea la capacidad de razonamiento y control sobre lo lícito, lo ético o lo moral y ablanda al extremo la voluntad, sostienen los expertos. La escopolamina ha sido utilizada ilegalmente y con poco éxito como “droga de la verdad” por algunas policías y ejércitos y es famosa en Colombia como burundanga: allí se volvió un clásico el abordaje callejero con polvos de esta droga para robar a cualquier incauto.
Gérard ha sido totalmente excluyente; nunca lo intentó con un caballero. Nelly se entregó y con ella su secreto: los 25 mil dólares que guardaba en una caja de seguridad del Banco Galicia. Sólo recuerda el momento en que la abrió, el frío que hacía en la habitación metálica, y ella poniendo una mano sobre la caja en la que gu