La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

Yendo de la calle al ciber.

Por Lucas Morando.

Los locutorios ya evitaron miles de analfabetos virtuales en el país. Antes de fin de año, la socióloga Susana Finquelievich y el consultor privado Alejandro Prince publicarán el libro “El involuntario rol social de los cibercafés”. Allí destacan la importancia que tuvieron esos centros de acceso a Internet en la Argentina post crisis para evitar que se agigantara la brecha digital. Hoy, en la Ciudad de Buenos Aires más del 90% de los chicos de la calle usa Internet.

En los ciber los chicos chatean, charlan, se divierten. Pasan una parte importante de su vida social ahí adentro. 

Lucas tiene 11 años y canta a los gritos como si estuviera solo y en la cancha: “No quiero un juguete, no quiero una cuna, lo único que quiero es el amor de mi mamá”. Es la letra de uno de sus temas preferidos de cumbia y, mientras mueve los brazos al compás de los acordes, sigue el videoclip que alguien subió a YouTube. Cuando termina, pone play de nuevo y vuelve a cantar con entusiasmo.  

La escena puede pasar inadvertida si se desconocen ciertos datos clave: Lucas no sólo no tiene computadora propia ni conexión a Internet, tampoco tiene casa; vive en la calle porque se fugó de su hogar cansado del maltrato de sus padres. A pesar de eso, pasa todos los días al menos tres horas enchufado a la web.

Es uno de los 630 chicos de la calle que integran un programa de revinculación familiar a través de la tecnología que impulsa el Gobierno de la Ciudad. Sucede que luego de varios estudios, la gente de Dirección General de Niñez y Adolescencia comprobó que más del 97% de los chicos en situación de calle gasta entre el 50% y el 70% de sus ingresos (por limpiar vidrios, hacer malabares o abrir puertas) en Internet y yendo a jugar en red a los locutorios.  

Pero no sólo los chicos sin casa recurren a locutorios para achicar la brecha que los separa del resto de la sociedad. Según una investigación realizada por la socióloga Susana Finquelievich y el consultor privado Alejandro Prince, en la Argentina post 2001, los centros de acceso a Internet se convirtieron en un importante espacio de socialización y fueron clave para que millones de argentinos tuvieran una ventana al mundo. Para grandes y para chicos. Con o sin hogar.  

Revolución espontánea. 

Esa es la principal tesis del libro El involuntario rol social de los cibercafés, al que la investigadora del Conicet y Prince le están dando los últimos arreglos. “Nacieron como pequeños emprendimientos privados después de la crisis, como un refugio para pequeños fondos que la gente de clase media tenía guardados. Si bien no buscaban cumplir un rol social se convirtieron en el segundo lugar de acceso a Internet en la Argentina”, señaló Finquelievich en diálogo con PERFIL, y como adelanto exclusivo de su libro.  

De los 16 millones de usuarios de Internet que se estima que hay en la Argentina, el 34% se conecta a través de locutorios o, como dicen los especialistas, “centros públicos de acceso privado”. Ocurre que en muchos lugares del interior del país son la única fuente de información virtual. Y en las grandes ciudades también ayudan a democratizar el acceso, ya que no es necesario tener computadora personal para navegar, algo que todavía sigue siendo un bien casi de lujo para una importante porción de la sociedad.

“Si uno quiere conectarse tiene que gastar al menos U$S 500 en una PC y pagar la conexión todos los meses; en cambio, la barrera de entrada de los locutorios es de 50 centavos”, graficó Prince.  

En algunas provincias, el costo por hora es un poco más elevado, pero de todos modos no es comparable con lo que saldría tener el equipo en casa y pagar la conexión. “El modelo que suele triunfar en la Argentina es el que no ata a las personas a pagar una suma fija por mes”, agregó Prince y explicó que así como el 90% de las líneas celulares son con tarjeta, con los locutorios pasa algo similar: la gente sólo va a navegar cuando tiene dinero.  

Debut. 

Otro de los datos que refleja el libro es que la mayoría de los locutorios nació cuando Internet estaba todavía en pañales y acompañó y disparó la explosión de usuarios. Para entender su poder “democratizador” hay que pensar lo siguiente: a pesar de los 16 millones de usuarios de Internet que surfean en la Argentina, sólo existe 1,6 millones de conexiones de banda ancha, (o sea, el 10%). En otras palabras, la mayoría de los que navegan a alta velocidad no lo hace desde la casa.  

Además, de la investigación de Finquelievich y Prince se desprende que los cibercafés también fueron para millones de personas la primera experiencia virtual. Muchos chequearon por primera vez un correo electrónico desde un locutorio y descubrieron allí de qué se trataba el mundo virtual. “Lograron el debut on line rodeados de gente”, bromeó Finquelievich. 

Para los adolescentes, se erigieron como una meca: “Se convirtieron en un lugar de reunión para los jóvenes y en varios casos son más importantes que el bar. Chatean, charlan, se divierten y hasta se organizan: pasan una parte importante de su vida social ahí adentro”, comentó.  

Y todavía hoy, más allá de que hay excepciones como los turistas o quienes tienen una urgencia “virtual”, los locutorios son la ventana más importante hacia la sociedad de la información a disposición de la gente con menos recursos.  

Yendo de la calle al ciber. 

En la Ciudad de Buenos Aires existen dos locutorios exclusivos para chicos de la calle. Uno funciona en el barrio de Boedo y el otro en Corrientes al 600. PERFIL visitó este último, al que llegan unos 40 chicos por día, que se quedan al menos tres horas frente a la PC.  

Se enloquecen con los juegos en red de fútbol virtual como el FIFA o el Winning Eleven, dos propuestas que también pegan muy fuerte en los hogares de clase media. Pero también hay quienes se divierten con juegos de básquet y de estrategia. Además, bajan música y chatean con amigos.  

“A veces caen con listas de direcciones de correo de chicas y me piden que se las agregue en el Messenger”, informó Ignacio Porta, uno de los coordinadores del lugar. Y señaló que, como todos los adolescentes, se entusiasman con las actividades multimedia.  

Cuando se inauguró el primer cíber “popular”, la gente del Gobierno de la Ciudad se sorprendió de que más del 97% de los chicos ya accedían regularmente a Internet, y la mitad de ellos tenía e-mail.  

Videos. 

En el locutorio de la calle Corrientes, la “terapia del YouTube” está en la parte más alta de la pirámide del entretenimiento: casi todos los chicos se desviven por ver los videoclips de sus grupos de cumbia favoritos; los miran una y otra vez, cantan los temas con entusiasmo y bajan las imágenes para editar sus propias producciones audiovisuales.  

“Antes, los chicos de la calle estaban en la canchita de fútbol, pero hoy se meten en locutorios a bajar películas, escuchar música y jugar en red”, explicó Marisa Graham, directora del proyecto. Y aclaró que la tecnología es sólo una de las aristas de la iniciativa, que persigue un seguimiento profundo de los chicos como parte de un proyecto integral de revinculación familiar. 

Fuente: Perfil

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