La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
Nuestros peores hábitos urbanos. Por Cecilia Millones. |
Cada vez que viaja en colectivo, Ariel Archenzio tiene la mala suerte de encontrarse con su peor pesadilla: el altísimo volumen con el que alguien, en general otro usuario que se le ubica justo al lado, se embota musicalmente desde su celular. Cuando Ariel baja, enojado, en su parada de siempre, enciende un cigarrillo, camina una cuadra y arroja con fuerza la colilla, que tras un par de saltos llega a la parada del ómnibus donde espera Verónica Mancena.
Para Verónica no hay nada más desagradable que convertir la vía pública en un gran cenicero; mientras tanto, Martín Pons, quien hace la fila justo detrás de ella, siente que la experiencia de la ciudad como basurero no se agota en la colilla aún humeante que parece saludarlos desde el suelo. A su manera de ver, otra prueba irrefutable es el excremento canino abandonado entre él y Verónica, un inesperado souvenir porteño que en cualquier momento alguien se llevará pegado a sus zapatos.
Como Ariel, Verónica y Martín, miles de porteños conviven con los malos hábitos propios y ajenos. La carambola de groserías parece no tener fin y demuestra que la buena convivencia y el sentido comunitario dejan mucho que desear en las calles de Buenos Aires.
"Es muy molesto ver este tipo de comportamiento de la gente", dice Pons, un analista de sistemas de 34 años que todos los días viaja al microcentro desde Castelar. "No creo que el perro defeque en el living de su casa; tampoco me imagino a los dueños tirando la basura en el piso. Entonces, ¿por qué tienen esa actitud en la calle?", se pregunta. La respuesta es evidente; sin embargo, ¿quién se anima a reivindicar la buena educación, cuando a unos y otros los igualan los malos hábitos?
"Una de las cosas que más me molestan es la actitud patotera de algunos conductores. La mayoría te tira el auto encima o te apura en las esquinas para que cruces rápido, cuando en realidad tenés prioridad absoluta", se queja Carolina Zabalza, una comunicóloga de 31 años que vive en Belgrano y trabaja en Recoleta. "¿Y a quién no le molesta la gente que pone el celular al máximo del volumen y, cuando suena arriba del colectivo, contesta a los gritos?", cuestionó, enojada.
Por lo que sugiere un relevamiento por el centro, Carolina dio en el clavo. Los gritos de las conversaciones telefónicas al aire libre, así como la escucha forzada de los gustos musicales del vecino de turno, están a la cabeza de las quejas de los porteños. Y de esta manera, la conducta social inapropiada en el uso de la tecnología se suma a los malos hábitos más tradicionales, como ensuciar la vía pública con desechos de toda clase, luchar cuerpo a cuerpo por un ínfimo espacio disponible en un asiento del subte o colectivo, o cruzar la calle con el semáforo en rojo.
Cambio de hábito
Según la socióloga Cecilia Arizaga, directora de la carrera de sociología de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), "además de pensar en actuar de acuerdo a códigos escritos o tácitos, deberíamos considerar que lo que cada uno hace repercute en el otro al momento de compartir el espacio en la ciudad". Para Mancena, una solución al problema de los malos hábitos sería que el gobierno de la ciudad adoptara medidas para concientizar a la población. "Imaginate si aplicaran una mínima multa por tirar papeles en el piso", se ilusiona.
En la misma línea, Arizaga advierte que "más allá de lo que nosotros hagamos, al Estado le cabe la responsabilidad de pensar políticas públicas para una mejor convivencia urbana". En su opinión, la escuela, la familia, los medios de comunicación y las políticas oficiales "son fundamentales para construir esa cultura ciudadana de respeto en la que esté claro que, aún en medio de la vorágine, lo que uno hace tiene un efecto sobre el otro."
LOS NUEVOS.
Música para todos. En el subte o colectivo, el amante de la música se convierte en DJ al paso.
El ataque del mochilator. Joven con mochila avanza en el colectivo sin reparar en nada ni nadie.
No sin mi asiento. Donde unos ven gente apretada, otros ven un asiento. ¡A correrse!
LOS VIEJOS.
La ciudad cenicero. La venganza del fumador perseguido: tirar las colillas en la calle.
Vida de perros. Los canes hacen sus necesidades, los dueños miran para otro lado.
Peligro: motoquero. El zigzag de la moto genera miedo e indignación en la vía pública.