La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
Autobiografía apócrifa. Por Daniel Balmaceda. |
Me tenía una fe enorme. Por eso sentí que se me caía el mundo encima cuando mí madre me dijo que en el magisterio no me aceptaban, Es que yo quería ser maestro. Algo así como el Sarmiento de la Patagonia. ¿Acaso me negaban el ingreso por las seis materias que me había llevado a diciembre. en tercer año? ¿O porque no descollaba en clase, tal vez? No, para nada. ¡Me rechazaban por mi dicción! ¡Pero qué ganas de joderl Si hubiera querido ser locutor, hacerme beatle o niño cantor, que se me patinara la ese podría ser un escollo.
Pero siendo maestro, ¿qué podía pasar? ¿Qué se me riera algún alumno? Lo habría mandado a la dirección o le habría puesto en el cuaderno una de esas notas por falta de respeto a sus superiores, como las que me ponían a mí.
Lo del magisterio me día bronca, sí. Pero, por suerte, en diciembre de aquel año -1966- tuve un bálsamo capaz de curarme todas las heridas del mundo: ¡Racing campeón! ¡Mi querida y gloriosa Academia! Dimos cátedra con el equipo de José.
Perdimos un solo partido, contra River. Y ojo que aquel fue el último campeonato en serio. Se jugaba todo el año, partidos de ida y partidos de vuelta, no como los torneítos de ahora. ¡Había que perder apenas un partido en aquellos campeonatos largos! Me acuerdo de Martinoli, goleador con dinamita en los píes, y de Jota Jota Rodríguez, otro que la embocaba. A mediados del '66, el presidente lllia fue derrocado y asumió Onganía. Pero, para qué mentir, casi no tengo registro de aquel hecho. Yo leía El Gráfico.
Mi fuerte, en realidad, era el básquet. pero en el fútbol, quería ser como Roberto Perfumo, un tipo con presencia y que no se dejaba pasar por nadie.
Además, él hacía suspirar a muchas chicas allá en Río Gallegos. Esto lo supe por mí hermana Alicia -cuatro años mayor que yo- y sus amigas. En esa época yo tenía 16, una edad en la que además de pretender llevarnos el mundo por delante, queríamos conquistar mujeres. Claro que todos éramos muy inseguros.
Pero a mí se me sumaba, por un lado el estrabismo que padecía desde los ocho años; y por el otro, el ser ceceoso desde siempre. Era tímido, con pelo muy corto y anteojos, el más tranquilo de la clase y, por supuesto, muy buenudo. Curtido en el arte de soportar. Porque hay que bancarse que a uno lo carguen en el colegio, que los que se creen vivos nos tomen de punto y que las chicas no nos den bola. En un recreo del secundario, a alguien se le ocurrió gritarme: "¡Che, Lupín!" para hacer reír al resto. A partir de ese día, pasé a ser Lupín Kirchner para todos. Y terminó gustándome.
Por culpa del tiempo que le dediqué al sueño de ser docente, me quede libre y repetí cuarto año. Mientras tanto, mi hermana Alicia hacía el magisterio que yo anhelaba. Cursé el año con más empeño que nunca y apenas me llevé un par de materias a marzo. Como suele decirse, no hay mal que por bien no venga.
Porque me sentí mucho más cómodo con aquel nuevo grupo de compañeros que me tocó repetir. Lo insólito pasó cuando encaramos el quinto y último año del secundario: éramos siete hombres y veintiún mujeres. Es decir, ¡tres mujeres por cada hombre! Sin embargo, alguien debe haberse quedado con las tres que me correspondían.
VIDAS PARALELAS
Poco antes de terminar la secundaria, y ya descartado el magisterio, en casa se discutió mi futuro. La conclusión fue que debía gestarse en algún otro lugar. Papá era quien más insistía acerca de que yo no podía pasarme la vida trabajando de ayudante de su almacén.
En marzo del '69 marché de Río Gallegos a La Plata, la capital de la provincia de Buenos Aires: para estudiar Derecho. Aquel trayecto era un vía crucis de 2.600 kilómetros por una ruta que hace 40 años no estaba en las condiciones que esta ahora. Que ironía, ¿no? Hoy tengo que soportar que me ataquen con la obra pública. ¡Es tan fácil criticar! Aquel viaje en colectivos -porque hubo transbordos duró una vida.
Muchos años después de aquella travesía, descubrí que el prócer Mariano Moreno y yo éramos un claro ejemplo de vidas paralelas. Ninguno de los dos nació en cuna de oro. Ambos fuimos muy tímidos en la escuela. A los ocho años, él sufrió una viruela que le dejó marcas en la cara; a los ocho años, tuve el ataque de: tos que originó mi estrabismo. Moreno estudió Derecho, igual que yo. Además, para estudiarlo, viajó cerca de 2.000 kilómetros, desde Buenos Aires hasta Sucre, en Bolivia. Yo hice 2.600, desde Gallegos hasta La Plata. Y las coincidencias continuarían. Pero no nos adelantemos.
Del viaje, me impresionó Mar del Plata, donde hicimos una escala. Claro que no por sus playitas: en mi Santa Cruz tenemos playas inmensas, aunque más ventosas y frescas. Lo que me impresionó fue ver con mis propios ojos ese balneario que conocía muy bien, pero por las fotos de las revistas.
Y me llamó mucho la atención la inmensidad de esa ciudad, sus casas y la cantidad de edificios que ya tenía. Pero sin dudas la ciudad de La Plata me deslumbró aún más. ¡Qué hormiguero de gente! ¡Qué cantidad de jóvenes! Todas esas diagonales, que hacían que los recién llegados perdiéramos la orientación a cada rato, plazas de gran tamaño, autos, taxis, colectivos, ruidos, chimeneas, todos apurados, todos comprimidos y, a la vez, la sensación de tener un gran anonimato.
Creo que fue el anonimato el que hizo que mi vida diera un vuelco. ¿Vio la gente que emigra de la Argentina, y en otros países es capaz de dedicarse a actividades que jamás haría aca? Bueno algo de eso me ocurrió en La Plata porque allí podía dejar de ser el que siempre fui en Gallegos.
Durante el "borrón y cuenta nueva" platense, adelgacé, me dejé el pelo más largo, me solté un poco la ropa y la caradurez, aunque sí mantuve los anteojos de "culo de botella" y el apodo Lupín; que al margen del contexto de las bromas escolares, hasta sonaba querible.
Empecé a ser un flaco piola: ni muy banana ni tan gil. A mis compañeros les entretenía que fuera sonámbulo: ellos juraban que yo tomaba una escoba y daba discursos, imitando a Perón. Cuando estaba en mi día, era el bromista, el jodón del grupo. Me quedaba más que claro que no era pintón como Perfumo o como Juan José Camero, pero el instinto de supervivencia me dio la labia. Y en eso, no me ganaba nadie. Fue entonces cuando comencé a discernir entre mis fortalezas y mis debilidades. Algo similar le ocurrió a Mariano Moreno: allá en el Alto Perú, dejó de ser el introvertido estudiante porteño.
Con algunos de mis nuevos compañeros de estudios nos sumamos a la Federación Uníversitaria de la Revolución Nacional, una corriente del peronismo, tal vez menos ortodoxo, pero bien nacional y popular. En la FURN sobraban energías y ganas de ser protagonistas de la historia. Repartí volantes en los pasillos y me esmeré por hacer bien las cosas, para ganarme un lugar en el grupo. No tardé en sentir afinidad con ellos. Y si bien no fui fundador de la FURN, puedo enorgullecerme de haber estado entre sus primeros integrantes, antes de que llegaran bandadas de estudiantes al movimiento.
No éramos monjes trapenses de la causa. Debe desmitificarse que los estudiantes como yo, comprometidos con las ideas políticas, lo vivíamos como fanáticos enceguecidos. No voy a negar que la actividad partidaria nos demandaba muchas horas. Pero nosotros también escuchábamos a Los Beatles, a Los Gatos y a Piero, como la mayoría de nuestra generación.
Hablábamos de la llegada del hombre a la Luna o de los Torinos en las 84 horas de Nürburgring. Solíamos ir a bailar, vagábamos, salíamos de levante jugábamos al básquet y al fútbol, íbamos a la cancha, al cine. Me acuerdo que cuando llevaba alrededor de un año viviendo en La Plata, estrenaron "El profesor patagónico", en la que actuaba Luis Sandrini.
Siempre quedaron latentes en mi corazón esas ganas de ser un maestro en el sur, de pararme delante de todos y darles mi sermón y adoctrinarlos; pero la verdad es que en La Plata me entusiasmé cada vez más con el Derecho. Las primeras materias que rendí estuvieron complementadas por mi simpatía hacia la FURN. En cambio, cuando ya promediaba la carrera, era militante. Apenas, habré cursado una materia -a la que tampoco asistía con periodicidad-, porque casi todas las rendí en condición de alumno libre.
EL QUIJOTE
Los estudiantes idealizábamos el mundo. Para nosotros, todos eran militantes, todos eran valientes, todos eran buenos compañeros. Nuestra generación entera parecía estar del mismo lado, enfrentando a los milicos. En nuestro mundo justo no había buchones, no había traiciones, no había internas ni tampoco cobardes y débiles. Todos éramos súper héroes. Unidos como nunca para enfrentar a un pequeño grupo cruel y despótico.
Sin embargo, la fórmula no era tan simple como "todos contra los milicos". Más bien, era "todos contra todos y también contra los milicos".
Tuvimos más de una batalla campal adentro de la facultad, y también dolores que mitigamos juntos. Si tuviera que señalar el hecho que más nos unió a todos, me parece que fue en el '72 cuando ocurrió la masacre de Trelew, allá en mi Patagonia. Situaciones traumáticas como aquella -donde fusilaron a 16 compañeros combatientes que se evadieron del Penal de Rawson- nos acercaban. Pero por lo general, las organizaciones de estudiantes teníamos cruces casi todos los días.
Esos cruces podían ir desde la media docena de insultos hasta situaciones mucho más complejas que, supongo, quedarán sepultadas para siempre, porque teníamos códigos.
Lo cierto es que había algunos más extremistas que otros. Por ejemplo: el 25 de mayo del '73, cuando asumió Cámpora, vinieron a arengarnos unos conocidos para que fuéramos a Devoto, a pedir la libertad de los presos políticos. Yo respondí que por supuesto iba a ir. Pero la verdad, no fui. Luego me contaron que al regresar de aquella manifestación, hubo enfrentamientos y heridos graves entre grupos que habían salido de La Plata abrazados y cantando.
Todas estas situaciones no tenían lugar sólo en los centros de estudiantes, sino que también ocurrían en todos los ámbitos partidarios. Aquella efervescencia hizo erupción en Ezeiza, cuando el general Perón regresó el país en forma definitiva, el 20 de junio de 1973, a menos de un mes de la asunción del ''Tío'' Cámpora. Fui testigo de aquel momento doloroso, pero histórico.
Los "furnos" -así nos llamaban a los integrantes de la FURN- viajamos por las nuestras y estábamos en las cercanías del aeropuerto cuando empezaron los tiros. Algunos de los nuestros estaban armados, pero no participamos y emprendimos la retirada, sin bajas que lamentar. Me acuerdo de que alguien gritó: "¡Pero se volvieron todos locos!". Yo, en silencio, razoné: "Y si todo el mundo viene con armas, ¿cómo querían que termine todo esto?". Aclaro que yo no estaba armado, no es mi estilo.
En nuestro grupo viajaba la mujer que enamoraba a todos. Era morocha, de mirada penetrante, ropa atrevida y, más que nada, un corazón enorme. Se llamaba Ana María Ponce, aunque prefería que la llamaran Loli. Estudiaba Historia y Ciencias Políticas. Mientras viajábamos en la caja de una camioneta rumbo a Turdera, hubo discusiones entre nosotros.
Fue la primera vez que se puso bien de manifiesto que aun en nuestro compacto movimiento existían posturas violentas y no tan violentas. Fue inevitable que al poco tiempo los dos bandos tomaran caminos opuestos. Loli Ponce y muchos otros se unieron a los Montoneros. Yo formé parte del otro grupo, el menos expuesto. Loli sería detenida en el zoológico de Buenos Aires, en 1977, y llevada a la ESMA, donde permanecería siete meses, hasta desaparecer. Para cuando ocurrió este desgraciado suceso, yo ya estaba de regreso en Río Gallegos. Me enteré de lo que pasó con Loli muchos años después.
Hace un tiempo leí un informe depositado en mi despacho, con cierta información errónea acerca de mí. Se trataba de una charla -o una conversación telefónica, no recuerdo- en donde un sujeto conocido le decía a un periodista opositor que en los '70 yo había actuado como un cobarde. ¿Cobarde yo? ¿Cobarde por utilizar la pluma y la palabra en vez del fusil? ¿Cobarde por haberme dedicado a repartir panfletos en vez de tiros? ¿Cobarde por haber regresado a Gallegos cuando los milicos arrasaban a todos los compañeros? ¿Pero quién fue el presidente que más hizo por reivindicar la memoria de los caídos? ¿Quién descolgó el cuadro de Videla en el Colegio Militar? ¿Alfonsín? ¿Menem? ¿De la Rúa? ¿Duhalde? ¿Quién le abrió las puertas de la Casa Rosada para siempre a las madres y abuelas del dolor? ¿Cobarde yo? Cobarde es el que llama a un periodista para difamarme y pretender que sus injurias se publiquen, pero sin que lo mencionen a él.
EL ALQUIMISTA
"General, general, ¿ve a aquel flaco de anteojos 'culo de botella' y pelo por los hombros? Allá, General, a la altura de la Catedral, un poco a la derecha de la bandera que dice 'Evita vive'. ¿Lo ve?
Ese flaco el día de mañana será presidente, como usted".
Jajá, qué locura, ¿no? Pero reconozco que no fue el 1 º de mayo de 1974 cuando imaginé esa situación, sino mucho tiempo después, cuando pasé cerca del lugar que ocupaba cuando el general Perón dio aquel célebre discurso. Se cayó abajo la plaza cuando arrancó con el "¡Compañeros!". Fue el discurso del vidrio antibalas, el discurso de los imberbes...
Ya no éramos los ''furnos'', sino los de la JUP, es decir la Juventud Universitaria Peronista; por cierto mucho más moderados que nuestros "primos". los Montoneros. Ese día ellos estaban junto a nosotros y no paraban de cantar -"Qué pasa, qué pasa, qué pasa General, que está lleno de gorilas el gobierno popular"- mientras Perón hablaba. Nosotros también cantábamos, tal vez por la cercanía con los Montoneros, entre quienes había varios conocidos de La Plata.
Perón explicaba que hacía veinte años había estado en ese mismo balcón y alababa la lealtad sindical durante tanto tiempo. "A pesar de esos estúpidos que gritan". Ahí preferimos callarnos y los Montos siguieron un poco más, pero como Perón no hablaba, hicieron silencio. Entonces, el General, con su voz ronca, continuó:
"Decía que a través de esos veinte años, las organizaciones sindicales se han mantenido inconmovibles. y hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más méritos que los que lucharon durante veinte años". El "imberbes" retumbó en la Plaza. Los líderes Montoneros ordenaron la retirada. Salieron cantando "Aserrín, aserrán, es el pueblo que se va". Por las dudas, salimos detrás de ellos. ¿Acaso debíamos quedarnos? Se debe tener en cuenta que al otro día, y también los siguientes volveríamos a vernos las caras en La Plata.
LA RAZÓN DE MI VIDA
El 1 º de julio se murió Perón. Y a partir de allí las diferencias entre los muchos "peronismos" parecían insalvables. Pasamos el invierno del '74 como pudimos. Ya hacía algún tiempo que se había sumado a la JUP una flaca de pelo negro, minifalda y botas que ponía loco a más de uno. Alguien contó que se llamaba Cristina y que andaba distanciada de su novio que jugaba al rugby porque el tipo no se bancaba que ella se metiera en política. Pipa, una amiga de la tal Cristina se puso de novia con Omar, mi compañero de cuarto. Por ese motivo, a veces nos cruzábamos con la morocha, pero apenas nos saludábamos.
Veníamos pasando el invierno del ´74 hasta que llegó la primavera. Aquel 21 de septiembre nos fuimos de joda con un puñado de amigos del movimiento y bebimos cerveza con ganas. La cuestión es que volví mareado a casa y al entrar me encontré a la diosa morocha sentada en el comedor con libros y apuntes.
Se había quedado sola en el departamento, estudiando. La borrachera me dio la suficiente inconsciencia como para juntar coraje, quedarme en el comedor, conversarle y hacerle bromas. Al principio, ella me miraba como despreciándome. Se me estaba haciendo cuesta arriba, pero en cuanto arranqué un par de sonrisas, supe que lo estaba logrando.
Con Cristina empezó aquel 21 de septiembre. Nos casamos al año siguiente en mayo. NO lo hicimos por Iglesia, sino que fue un casamiento civil. Cuando salimos del Registro, ella y yo, más todos nuestros amigos de la JUP, cantamos la marcha peronista. Yo, Néstor Kirchner, vine a estudiar a La Plata y me casé con una platense. Igual que Mariano Moreno, que fue a estudiar a Chuquisaca y se casó con una chuquisaqueña.
El padre de Cristina –un gran tipo, muy noble- nos dio una casita de su propiedad ubicada en City Bell. Mi suegra me consiguió un trabajo en el ministerio de Economía bonaerense. Mi viejo me enviaba, pero yo la transformaba en dólares: es que ya en aquel tiempo estaba seguro de que si uno apostaba al peso, perdía.
Muchos pensarán que si ya tenía mujer, casa, trabajo y estaba a punto de recibirme, podía asentarme y empezar una vida sin sobresaltos. ¡Cómo se equivocan! Todo esto ocurría en el peor de los tiempos. El ambiente de La Plata estaba caldeado. En nuestra casita le dimos albergue a nuestros compañeros de militancia Carlos Labollita y su mujer Gladis.
Los cuatro habíamos quedado a la deriva. No éramos ajenos a la política, lo que nos transformaba en blanco de la Triple A y los milicos. Tampoco estábamos tan comprometidos en la lucha como los sectores extremistas. Por lo tanto también éramos blanco de algún Monto que cuestionaba nuestra fidelidad. Así como quedamos en el medio del fuego cruzado. Aquella incómoda situación sellaría nuestro destino.
LA ODISEA
A fines del ´75 viajamos a Río Gallegos para pasar las fiestas. Quería que Cristina conociera a mi ciudad y también a mi hermana mayor, Alicia, quien no había viajado a La Plata para mi casamiento. El 7 de enero de 1976 a las dos de la mañana regresábamos de tomar algo con una pareja amiga, Oscarcito y Mabel Vásquez, cuando el Citröen de Oscar fue interceptado por un patrullero y un Falcon verde.
Nos detuvieron a los cuatro. A las chicas las llevaron en el Falcon y a nosotros, en el patrullero. Sentí mucha impotencia. Y miedo por Cristina. Nos tuvieron cuatro semanas adentro. Nos interrogaron para conocer cuál era nuestra posición partidaria en el hervidero político. Por más que les asegurábamos que habíamos abandonado la lucha, nos mantenían encerrados.
Antes de que se cumpliera un mes, y gracias a la gestión de mis padres y mi hermana Alicia, nos liberaron. Sé que muchos imaginan que hubo una promesa, un pacto de por medio. Y debo reconocerlo: en cierta medida, existió. Pero con una mano en el corazón digo que no tuvo que ver con delaciones de ningún tipo.
Nunca fui buchón, ni lo soy ni lo seré. Y el que tenga la mínima duda. que venga y me lo diga en la cara. Y basta. No quiero seguir hablando de aquel episodio porque no quiero darles de comer a los hipócritas y a los sinvergüenzas que se empeñan en subrayar que aquella detención ilegal de cuatro semanas no ocurrió en la dictadura, sino durante el gobierno de lsabelita, cómo si eso cambiara algo.
Luego de haber sido liberados, Cristina y yo regresamos a nuestra casita de City Bell, pero solo para tomar nuestras cosas y partir. Junto a "Chiche" Labollita y Gladis nos alquilamos dos cuartos contiguos en una pensión de mala muerte. Pero preferíamos soportarlo antes que volver a la casa porque sentíamos que estábamos muy jugados y no queríamos ser presa fácil de nadie.
A mediados de marzo ya se veía venir el final del gobierno de lsabelita. Tomamos las precauciones necesarias y aguardamos. Nuestra vida se convirtió en una cuenta regresiva. En la víspera del 24, me mantuve alerta, escuchando la radio. Hasta que todos los noticieros confirmaron la información: Estela Martínez de Perón estaba detenida.
Desperté a todos y avisé que el golpe había llegado. Mi entrañable Chiche estaba un poco más comprometido que yo porque había tenido algún acercamiento a Montoneros. Era hora de despedirnos. Chiche y Gladis se fueron para Las Flores (en la provincia de Buenos Aires). Con Cristina volvimos a la casita de City Bell. A Chiche Labollita, mi amigazo. lo detuvieron y lo desaparecieron los militares.
En nuestro caso, rendí las materias finales y el 3 de julio, luego de siete años de estudio, me recibí. A pesar de las protestas de mi suegra Ofelia, regresé a mi Río Gallegos, con mujer y titulo de abogado bajo el brazo. A pesar de las protestas de la suegra de Mariano Moreno, él regresó a su Buenos Aires con mujer y título de abogado bajo el brazo.
LA DIVINA COMEDIA
Allá en Santa Cruz me movía como pez en el agua. Cristina llegó al sur embarazada de Máximo y por ese motivo necesitábamos establecernos y organizar nuestro futuro. En un principio, estábamos de acuerdo en no montar un estudio para ejercer la profesión, porque preferíamos un ingreso fijo y seguro. Dispuesto a lograrlo, conseguí una entrevista de trabajo en el Banco de Londres.
Parece que no era el perfil que buscaban, porque nunca me llamaron después de que me presenté.
Entonces decidimos abrir un bufete propio. con la ayuda de mi padre. en una propiedad que luego fue incorporada a nuestro patrimonio. Por supuesto Cristina me ayudaba, aunque aún no se había recibido.
Acababa de nacer Máximo, en febrero del '77, cuando me tocó vivir el doloroso episodio de mi prisión en tiempos de la dictadura. Me habían enviado una cédula notificándome que debía presentarme en el cuartel del Regimiento 24 de Infantería. Lo primero que pensé era que se trataba del asunto de la colimba, porque en aquel tiempo teníamos el servicio militar obligatorio y yo lo había pospuesto por cuestiones de estudio.
Venía esperando la citación, pero ya tenía todo planeado para que se mantuviera en suspenso. El nacimiento de mi hijo, más el título obtenido, permitirían que, en caso de tener que cumplirlo, sería en una oficina y no lejos de mi casa. Es más, el hecho de recibir aquella cédula, me hizo pensar que tal vez en el banco no me habían aceptado porque imaginaban que en cualquier momento me iría a cumplir el servicio militar.
Acudía al cuartel y luego de un breve interrogatorio, me detuvieron. Fui enviado a la cárcel de Río Gallegos. Allí permanecí preso de la dictadura de Videla, Massera y Agosti tres noches y dos días. A algunos les parecerá poco. A mí me pareció un infierno.
Pasado el susto de aquella detención, me concentré en la profesión. Fui abogado de un par de comercios y me dediqué a las cobranzas. Ese era un terreno donde me manejaba como un lince. Mi efectividad fue premiada con la llegada de nuevos clientes. Ojo que no era sanguinario. Pero hacía que la ley se cumpliera. En aquel periodo en que se avasallaban las instituciones, puedo afirmar con orgullo que puse mi granito de arena en pos de una Justicia con premios y castigos. Sé que fue un humilde aporte, en medio del caos, pero fue un aporte, a fin de cuentas.
Las cuentas cerraban y con Cristina -que se recibió en 1979- nos propusimos invertir en ladrillos. Compramos propiedades en Río Gallegos. No despilfarramos. Fuimos austeros. No nos endeudamos. Los casos que llevábamos adelante en el estudio, las hipotecas y las ejecuciones, nos indicaban a las claras que no había que endeudarse.
Con Cristina nos rompimos el lomo trabajando. A comienzos de 1976, ella había sugerido que nos fuéramos del país, que nos convirtiéramos en exiliados. Pero yo me había negado. Me quedé en mi país, a pesar de todo, y me dediqué a la profesión, ya que la política estaba vedada para nosotros.
Casi no tuve descanso en aquellos duros años. Desde el '76 hasta el '83, viví esperando la oportunidad de dedicarme a la política. Las veintiuna propiedades que compré en ese periodo, demuestran que con esfuerzo, aún en los peores momentos se puede avanzar.
TUS ZONAS ERRÓNEAS
Uno es humano y puede equivocarse. Como muchos argentinos, celebré que ganamos el Mundial '78 (compré cuatro casas aquel año) y me contagió la emoción patriótica de la gesta de Malvinas. Aunque no tardé en darme cuenta de que lo de las islas había sido un grosero error. Fueron meses muy dolorosos y se vivieron con mucha intensidad en Santa Cruz.
Me partía el alma ver que nuestros chicos fueran llevados a Puerto Argentino mientras en Buenos Aires, la gente parecía mantener su ritmo de vida habitual. En cambio nosotros, allá en el Atlántico Sur, vivimos el día a día de la pesadilla. Fue un año nefasto. De todas maneras, con Cristina le pusimos el hombro al provenir: aunque en 1982 no pudimos comprar casas, sí logramos al menos convertirnos en propietarios de dos departamentos.
Pero por sobre todas las cosas, el '82 marcó para nosotros el comienzo del fin de la dictadura. Ni Cristina ni yo habíamos perdido esa vocación por los ideales, mamada en los claustros de la Universidad de La Plata. Aborrecía de ese peronismo que no hizo nada por modificar el destino negro de esos años.
Desde ya, no: hablo de los jóvenes, sino de los viejos dirigentes a quienes les faltó entereza en aquellas horas. Yo, Néstor Kirchner, no esperé como esperaron todos, a que el gobierno militar tambaleara. Inicié con sigilo reuniones partidarias en mi escritorio. Entendí que si nadie empezaba a fogonear, el peronismo corría peligro de diluirse.
El entonces marido de mi hermana Alicia, Armando "Bombón" Mercado,; comandaba el Sindicato Unido de Petroleros del Estado (SUPE) santacruceño y advirtió que más allá de nuestra relación de cuñados, el profesionalismo con que me desempeñaba, me hacía pasible de su confianza.
Por ese motivo. nos contrató para que fuéramos abogados del sindicato. Cobramos buenos honorarios del SUPE; pero, porque sé que siempre hay malintencionados, aclaro que ganamos cada centavo que cobramos. Y quien quiera contradecirme, lo invito a que lea cada foja de cada expediente de cada causa en las que hayamos actuado.
El Renacimiento de la Democracia me encontraba en óptimo estado. Abogado, peronista, sobreviviente de la cruel dictadura, 33 años, vinculado a un sindicato, exitoso en mi profesión y con los ideales y la vocación de servicio intactos. Me lancé de lleno en las arenas de la contienda política. El candidato que apoyé para la gobernación de Santa Cruz, perdió la interna.
Sin embargo, los justicialistas santacruceños podemos vanagloriamos de que en aquel retorno a las instituciones, mientras el radicalismo ganaba en todos los frentes, un peronista se impuso en nuestra provincia. Y una vez más, mi capacidad fue considerada: el gobernador Arturo Puricelli me nombró al frente de la Caja de Previsión Social. Tamaña responsabilidad, porque allí estaba en juego el futuro de nuestros abuelos. Y allí, también, había una gran caja donde se pondría de manifiesto mi honestidad, una vez mas.
No sólo yo merecí la confianza del gobernador.
Cristina fue nombrada asesora del ministerio de Educación, con un salario acorde con sus altas capacidades. Es verdad que mi esposa, hoy Primera Ciudadana, siempre descolló en las tareas legislativas. Pero es una infamia que se diga que ella no está preparada para asumir funciones ejecutivas. Su asesoría no tuvo puntos negros.
En mi caso, fui un soldado de la Previsión Social. Manejé los fondos con tanto celo como si fueran propios. Aumenté los sueldos de mis empleados creé veinte delegaciones en el interior, generé fuentes de trabajo, viajé por toda Santa Cruz, nombré nuevo personal. Hice todo lo que estaba a mi alcance para dotar a la Caja de un servicio de excelencia.
Pero ocurrió un percance. Soy estricto y no tolero los manejos turbios. Por eso, cuando el gobernador metió la mano en la plata que yo controlaba porque se retrasaban partidas desde la Nación y tenia que pagar sueldos a los empleados de la gobernación, me vi en la obligación de renunciar. Cristina, por su parte, se mantuvo firme en su cargo hasta el final del mandato de Puricelli, cumpliendo con tesón las actividades de asesoramiento.
EL PRINCIPITO
Con el salario de ella, más la renta de los alquileres de nuestras flamantes propiedades, seguimos forjando nuestro provenir económico. Muchos egoístas habrían bajado los brazos allí, abandonando responsabilidades y dedicándose a crecer en la actividad privada. Sin embargo, estoy hecho de lapacho y se que la vocación de servicio a veces nos obliga a sacrificar cosas. No me avergüenza decir que siempre he sido ambicioso. Pero mis compatriotas pueden ver adónde me ha conducido mi ambición y cómo he utilizado el poder.
Porque siempre me verán alzando las banderas de la Justicia Social.
Seguro de mis convicciones, lancé mi candidatura a la intendencia de Río Gallegos. Deben haber sido las elecciones más reñidas de la historia.
Fue el 7 de septiembre de 1987 y gané por escasos 111 votos. Y si hubieran sido apenas cinco, es lo mismo: fui el más votado. Pero les pido que no se queden en los números. Viajen, recorran Gallegos, hablen con la gente. Averigüen cómo fue mi intendencia. Pidan que les cuenten el día que mande a todos mis funcionarios a barrer la calle.
Manejé los destinos de la capital de Santa Cruz durante cuatro años. En medio de mi mandato, Cristina entró en la lista de candidatos para las elecciones de 1989 -las que ganó Menem a nivel nacional- y alcanzó una banca en la legislatura provincial. Asistió a sesiones incluso con el embarazo de nuestra Florencia.
Claro que no todos remábamos para el mismo lado. Los ejemplos que pretendíamos brindar desde nuestra gestión en la intendencia, no se vieron complementados por los del gobierno provincial.
A tal punto se llegó, que el Poder Ejecutivo de Santa Cruz quedó vacante. Me invitaron a ocupar la silla en forma provisoria, pero me negué: no nací para tapar baches. Apareció quien sí se encargaría de hacerla y todos enfocamos nuestros esfuerzos hacia las próximas elecciones. Así fue cómo los protagonistas de aquel momento santacruceño terminamos en un laberinto del cual emergí yo, Néstor, como gobernador provincial para el penado . En medio de mi mandato, Cristina fue reelegida en la diputación provincial.
Mi asunción, el 10 de diciembre, no fue una más. Me animo a decir que ni siquiera el breve paso de López Murphy por el ministerio de Economía de De la Rúa fue tan duro, en cuanto a medidas tomadas. En mis primeros días al frente de la provincia anuncié el estado de emergencia y la obligación de realizar cirugía mayor sin anestesia.
Me sentí fuerte, envalentonado por mis escuderos. Asumí como capitán de un barco que navegaba a la deriva. Pero tuve al lado un equipo con el que estaba dispuesto a sacrificar hasta mi carrera política, si fallábamos: Ricardo Jaime como Secretario general, Carlos Zanini como ministro de Gobierno, Julio De Vido en Economía, mi hermana Alicia en Asuntos Sociales y Hugo Muratore en Educación. Anuncié la suspensión de pago de sueldos de diciembre y aguinaldos, más la rebaja de salarios de todos los empleados públicos. Me gustaría saber cuántos se animarían a plantarse frente a los que lo votaron y decir lo que yo les dije.
Así como no tuve pelos en la lengua para anunciar los recortes, tampoco los tuve para viajar a Buenos Aires y pelear por lo que nos correspondía. Hablo de la coparticipación federal y del pago de las regalías petroleras que habían sido mal liquidadas. A Menem lo apoyé en las privatizaciones, pero él sabía que conmigo no se jugaba. Hasta me construyó el aeropuerto de El Calafate con tal de aliviar la presión que yo, Néstor, ejercía.
Viajó a inaugurarlo, y lo llené de elogios. Pero fueron elogios protocolares. No puedo invitar a alguien a mi casa para atacarlo. Si alguna vez aparecen videos en los cuales elogio a Menem no caigan en la trampa. Fíjense en los hechos, no en las palabras.
Cristina fue Convencional Constituyente en 1994 cuando se reformó la Constitución. Menem fue reelegido luego de pactar con el radicalismo. A esta altura ya vislumbraba que podía ser el primer presidente patagónico de la Argentina. El pueblo santacruceño apoyó a Cristina, quien en 1995 fue reelegida en Diputados, pero renunció para ser Senadora Nacional
Yo también fui reelecto por la voluntad de la gente. Me votaron trece de cada veinte ciudadanos. Para lograrlo, les di a mis hermanos equilibrio fiscal y transparencia en el manejo de los fondos públicos. Logré que el barco estuviera bajo control.
EL PRÍNCIPE
En marzo de 1997, la información que estaba brindando el diario de nuestra provincia, La Opinión Austral, me molestaba sobremanera. En público lo califiqué de “diario opositor” y sus directivos me acusaron ante entidades periodísticas de discriminarlos y descalificarlos. Luego se quejaron porque la gobernación publicaba avisos en todos los diarios, menos en el de ellos.
Pretendían llevar una cuestión de pura lógica al terreno de la censura. Antes que nada debe entenderse que quienes vivíamos haciendo cosas, siempre estábamos expuestos a las críticas. Ahora bien: mis mandatos son mucho más que el mero ejercicio republicano; mis mandatos son cruzadas.
Estamos en guerra contra las injusticias contra la pobreza, contra los corruptos y contra todo aquello que desee atacar a las instituciones Los medios nos acompañan –o deberían acompañarnos – en las batallas que libramos en favor de nuestros ciudadanos. Si un medio no nos apoya y es neutral, no creo que esté del todo bien, pero podría tolerarse.
Pero si un medio de comunicación nos ataca, aunque no sea su intención, está favoreciendo al enemigo. ¿Y por qué nosotros tenemos que financiar a los que apoyan al enemigo? Además está muy a la vista que hay periodistas que denigran la profesión. ¿Dónde están los Rodolfo Walsh, los Maríano Moreno? ¿Dónde?
Sepan disculpar que una vez más recurra a Moreno, con quien me siento tan identificado. Es el padre del periodismo en la Argentina y a él evocamos cada 7 de junio, cuando celebramos el Día, del Periodista, el de los periodistas buenos. ¿Que hubiera hecho Moreno si viviera hoy?
Su Plan de Operaciones, redactado en 1810, habla por sí solo. En su punto décimo sostiene que cada noticia de Estado que se da al público debe ser "muy halagüeña, lisonjera y atractiva"; que hay que tratar de evitar publicar "todos aquellos pasos adversos y desastrados, porque aun cuando alguna parte los sepa y comprenda, al menos la mayoría no los conozca y los ignore".
Fue nuestro patriota Moreno quien aconsejaba en dicho Plan, que "la semana que haya de darse al público alguna noticia adversa", convenía "ordenar que el número de gacetas que hayan de imprimirse sea muy escaso, de lo que resulta que siendo su número muy corto, podrán extenderse menos, tanto en lo interior de nuestras provincias, como fuera de ellas". ¡Cómo no sentirme identificado con el prócer Mariano Moreno! Si, señor: en la guerra contra las injusticias, Moreno estaría de nuestro lado.
MI LUCHA
Fue necesario reformar la Constitución provincial para acceder a un tercer mandato consecutivo. Sabemos que es muy fácil criticar cuando no es el pellejo de uno el que está en juego. Pero a quienes les molesta que haya accedido a la tercera gobernación, quiero aclararles que para mí hubiera sido muy fácil correr a refugiarme a la Cámara de Senadores, o dedicar mis esfuerzos a entretejer alianzas con vistas a las elecciones presidenciales.
Y sin embargo, tomé el camino más difícil. Accedí a seguir gobernando a mi pueblo, incluso exponiéndome al desgaste. Mis allegados saben que en materia de salud, a veces todo se me vuelve cuesta arriba. Pero yo le pongo el pecho a los que atacan y le pongo el hombro a los que construyen.
Es por eso que no renuncié a seguir gobernando la segunda provincia más extensa del país entre 1999 y el 2003. Al mantenerme al frente de todas la batallas que libraba mi amada Santa Cruz, estaba cumpliendo con mis colaboradores, estaba cumpliendo con los constituyentes provinciales entre ellos, Cristina- que entendieron que habla que seguir en la lucha, y estaba cumpliendo con el pueblo, que se merecía lo mejor.
Cómo iba a saber que el gobierno central, con De la Rúa a la cabeza, iba a llevarnos hacia el precipicio? En aquellos tiempos en que era fácil perder la frialdad y tomar malas decisiones, tomé una medida que quedará en los anales de la historia de nuestro país: envié al exterior los fondos por las regalías mal liquidadas. Preserve de esa manera el patrimonio monetario de los santacruceños. Nuestros fondos jamás tuvieron que saltar un corralito por el simple hecho de que yo, Néstor, no deje que los acorralen.
En diciembre del 2001 cuando estalló el país, algunos gobernadores se ofrecieron a apoyarme si me postulaba como presidente provisorio. Se buscaba un mandatario que llamara a elecciones de inmediato. Por supuesto, rechacé la oferta.
No nací para tapar baches.
Pero deslicé la posibilidad de ocupar la presidencia, si me dejaban gobernar hasta diciembre del 2003, cuando debía terminar el mandato de De la Rúa. Sin dudas, no daba con el perfil que estaba buscándose. Me retiré del centro de las conversaciones y, podríamos decir que agazapado asistí al nombramiento de Rodríguez Saá.
El Adolfo agarró la papa caliente y disparó una serie de medidas que sorprendieron a más de uno. A mí no: era evidente que con su falta de tacto estaba derrapando. Es verdad que yo había tomado medidas estrictas cuando inicié mi primera gobernación. Pero eran otros tiempos.
Durante la semana del Adolfo, hubo cuatro escenas que impactaron. La primera que no se iba a pagar la deuda y fuera ovacionado por todos los legisladores. La segunda que se metiera en el edificio de la CGT y anduviera a los abrazos con Moyano y el resto, dando una señal de sintonía con los gremios que fue bienvenida por la población.
Los otros dos momentos de impacto fueron cuando recibió en la Casa Rosada al piquetero Luis D´Elía y, sobre todo a las Madres de Plaza de Mayo. Luego de la reunión con el flamante presidente, Hebe de Bonafini se plantó frente a los micrófonos y contó que el Adolfo le había prometido la liberación de los presos detenidos durante los incidentes que desembocaron en el helicopterazo de De la Rúa. Además, Hebe celebró que por fin había aparecido un mandatario que le decía no al FMI.
Las cuestiones de los derechos humanos habían quedado relegadas con el correr de los años. Desde que Alfonsín había impulsado el juicio a las Juntas, los reclamos fueron concentrándose en las insistentes Madres Y Abuelas. A mí siempre me preocuparon -y mucho- los derechos humanos. Tuve amigos desaparecidos. Tuve compañeros de militancia muertos. Sufrí en carne propia la dictadura.
Por ella, tuve que abandonar La Plata con mi señora embarazada. Por ella, tuve que dejar la militancia política durante algunos años. Por ella, sufrí tres días y dos noches de prisión, en Río Gallegos, con todo lo que significaba estar detenido en ese tiempo.
La reivindicación de los caídos durante la dictadura fue siempre para mí una asignatura pendiente. Los malintencionados de turno aullarán que no me ocupé de los derechos humanos ni en los doce años que goberné Santa Cruz, ni en los cuatro que fui intendente de Río Gallegos. Pregonarán que jamás asistí a un acto por desaparecidos, que no los incluí en mis discursos, que no organicé alguno yo mismo.
Señalarán también que no me reuní en aquel tiempo con las Madres o con las Abuelas. Que no di una señal clara acerca de mi posición. Con mala intención, olvidarán que participé de una marcha en Río Gallegos, en 1987, contra el alzamiento carapintada. También dirán que no quité los cuadros de los gobernadores de la dictadura que actuaron en Santa Cruz.
Pero hay que dejarlos que se rasguen las vestiduras. Porque además de todo su veneno, son ignorantes. Nunca van a entender que no alcé las banderas de la Memoria ni me reuní con Madres y Abuelas porque ellos mismos me lo hubieran reprochado. Ellos mismos habrían inventado que yo quería hacer campaña con la reivindicación setentista, ofendiéndome más que nadie.
Por eso, siempre pensé que el momento de poner las cosas en su lugar sería cuando asumiera la presidencia. Una vez más lo repito: no se guíen por las palabras, sino por los hechos. Soy el que más acercó las organizaciones de derechos humanos a las esferas del poder.
Mientras todos las rechazaban, yo, Néstor, les di cabida. El Adolfo se quedó en promesas. Yo vine y, sin decir nada, lo hice.
LOS MISERABLES
A Rodríguez Saá los gobernadores le retiraron el apoyo y se vio obligado a renunciar. Entonces, todos los focos de la política apuntaron a Duhalde. ¿Y que respondió? Que asumía con la condición de, que lo dejaran completar el mandato de De la Rúa. Es decir, planteó lo mismo que yo había planteado una semana atrás y se lo concedieron.
Duhalde me pidió que me sumara al gobierno. Desde ya, agradecí su oferta, pero la decliné. Y me mastiqué la respuesta que se merecía por pensar que yo podía ser un súbdito de él. En aquel escenario lo mejor era alejarse un poco de las luces y analizar el futuro al 2007, porque al principio había considerado que el gobierno de la Alianza lograría la reelección.
Pero cuando se derrumbó, tuve que replantear los tiempos. Si no me presentaba en el 2003 y el que ganaba aquellas elecciones hacía las cosas bien, se aseguraba el segundo mandato. Y mis aspiraciones presidenciales se verían postergadas hasta el 2011. Por otra parte, si quería ser candidato en el 2003, ¿cómo hacía para sumar votos?.
El elegido del oficialismo –es decir de Duhalde- era Reutemann. Eso me colocaba en una situación imposible de remontar. La única alternativa era lograr que el Lole se bajara. Parecía ser una misión imposible. Está visto que no lo fue.
La primera condición para alcanzar el gobierno en el 2003 se había cumplido. Ya lanzados a la contienda, la segunda era tan difícil como la primera. Porque sin el apoyo del oficialismo, no tenía aparato. Duhalde se vio obligado a adelantar las elecciones, luego de que la policía bonaerense matara a los manifestantes Santillán y Kosteki en Avellaneda.
En esa época, mi imagen positiva era muy baja como para entusiasmar a alguien. Esto suele ocurrirnos a quienes hacemos un trabajo silencioso y nos dedicamos a las tareas encomendadas por el Soberano -me refiero al pueblo- en vez de preocuparnos por salir en los medios y mostrarnos todo el tiempo.
Por otra parte, la relación con Duhalde se había deteriorado desde que asumió. Todo lo que yo hacía le molestaba: si pedía que se adelantaran las elecciones, si me ponía del lado de las petroleras en su disputa con la Nación, si estornudaba. Los roces eran constantes. Sentí que estaban jugando sucio con nosotros. Nuestro momento de mayor distanciamiento fue cuando Cristina denunció, en julio del 2002, que los dos éramos victimas de seguimientos y escuchas telefónicas.
Ella mostró a los medios el instructivo de la SIDE para investigar a mi familia, mi vida privada y mi entorno, Por supuesto, el Gobierno negó todo. Cabe aclarar que toda esta utilización del aparato de seguridad de la Nación se puso en movimiento -¡Oh, casualidad!- cuando pedí que se adelantaran las elecciones, luego de las muertes en Avellaneda.
De todas maneras, yo sabía que por plata baila el mono y jamás me di por vencido. Empecé a tejer la estrategia con Cristina y nuestros escuderos. Nos reunimos con Alberto, con Aníbal, con los diputados duhaldistas y, poco a poco, la balanza se inclinó.
Negociamos cargos y cedimos algunos espacios. Ellos sentían que estaban haciendo un buen negocio, pero la verdad es que a nosotros no nos daba para llenar los despachos. Sí o sí, necesitábamos que nos pusieran gente. Con Cristina y el gordo Zanini hablamos de esto y llegamos a la conclusión de que teníamos que esparcir a nuestros hombres de confianza por todas partes, entre ministerios, secretarias y subsecretarias.
Con Duhalde y su gente discutíamos horas los cargos, casi para divertirnos. Cedíamos con gusto, aunque con cara de póquer. Pero no entregábamos todo, eh. Cuando Aníbal insinuó que le caía bien el despacho del Ministerio de Economía, lo fulminamos con negativas. Ese sillón lo quería, en un principio, para mi fiel compañero de rutas Julito De Vido.
A Alberto, nuestro jefe de campaña, lo llamábamos "el medidor". Nos enviaba todas las encuestas y nos sugería qué hacer. Estaba inquieto por los números, a pesar de que yo le insistía que no tenía que preocuparse. Sabía que Lilita no era el problema. Ella medía bien en la Capital y tenía alguna porción de la provincia de Buenos Aires, pero nada más: era de cabotaje.
A Menem y a Rodríguez Saá era cuestión de soplarlos y se caían. Ojo, no es que no los haya tomado en serio. Menem podía ser visto como un salvador del desastre radical, pero con Duhalde sabíamos por dónde había que atacarlo. De Rodríguez Saá me preocupaba que tuviera el apoyo de Moyano.
Igual, era otro blanco fácil, si es que llegaba a crecer, algo que nunca ocurrió. En cambio, López Murphy me inquietaba un poco. El tipo crecía en las encuestas y si en una segunda vuelta se le sumaban los votos de Menem, podía quedarse con todo. Lo que no podíamos entender con Cristina, era cómo un tipo como López Murphy, que destilaba menos simpatía que Largo, el de los Locos Adams, juntaba votos en el interior, además de la Capital y Buenos Aires.
La amenaza tenía forma de bulldog. En una reunión clave con los duhaldistas discutimos eso.
Yo trataba de que entendieran que mi carisma era la mejor arma para derrotarlo. Hasta que alguien que hoy prefiero ni nombrar, explicó que se estaban inflando los números de López Murphy, sólo para que se polarice el voto capitalista entre él y Menem. La estrategia me pareció una estupidez y se los hice saber.
Respecto del compañero de fórmula, sabíamos que debía provenir de la Capital o el Gran Buenos Aires. A mi me interesaba sumarla a Chiche Duhalde porque de esa manera me aseguraba que su marido no me traicionaría, y desconfié aún más cuando me la negó. Con Danielito Scioli, a quien pedimos nosotros, nos garantizábamos una cara bien conocida y una imagen más del estilo López Murphy /Menem que del mío.
A Lavagna lo habíamos pensado en un principio, pero luego lo descartamos y más adelante decidimos resucitarlo. Duhalde me aseguraba que era muy prolijo con los números y que se abocaba a su tarea y no jodía a nadie. Me incomodaba poner la economía en manos de un pájaro de otro agüero, pero no sólo era el arma letal para las aspiraciones de Murphy, sino que me daba votos en la Capital y el norte del conurbano , que me venían más que bien; además de tranquilizar a los sectores financieros.
Sólo faltaba convencerlo a Roberto. Debo reconocerle que fue muy concreto con sus apetencias. Me preguntó si íbamos a mantener la misma línea que Duhalde. Le respondí que sería un ciento por ciento igual. Solicitó algunas secretarias y subsecretarias de su cartera, más un par de despachos en la Cancillería.
El costo era muy bajo para el valor agregado que nos daba, como pudimos ver de inmediato, cuando nuestros números de intención de voto empezaron a trepar.
Lo demás fue puro vértigo. Soporté los embates de Hadad y La Nación. Cristina se mostró como un cordero patagónico. Los punteros del conurbano me respaldaron. Uno de cada cinco votantes en todo el país me eligió. Menem se bajó. Mirtha Legrand lanzó aquel desubicado "Dicen que con usted se viene el zurdaje". Y a las 14.54 del 25 de mayo del 2003 Duhalde me entregó esta presidencia donde, como lo hice siempre, ofrezco la capacidad, la honestidad y la transparencia que todos me conocen, al servicio de los más altos intereses.
Fuente: REVISTA NOTICIAS – OCTUBRE 2006
Daniel Balmaceda es periodista e historiador. Autor de 'Espadas y corazones' (Marea, 2004) y 'Oro y espadas" (Marea, 2006).