La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

Algunos apuntes sobre la vida después de la muerte.

Por Gustavo Fernández.

A la fecha creo que suman miles los libros escritos sobre el tema de la supervivencia a la muerte y –de manera tangencial– sobre reencarnación. La mayoría de ellos más pensando en las ventas que en reflejar la realidad del tema. Pero ocurre que cuando hasta el más optimista de los mortales ve sencillamente caótica la realidad económica de su país, cuando el "establishment" editorial sólo abre sus puertas a la ralea sensacionalista fácilmente comerciable y, sin embargo, avanza incontenible la marea de las ideas, entonces todo mecanismo que sirva para difundir un punto de vista es válido.

Y cuando el fruto de las largas reflexiones gira alrededor de la "vida" después de la vida, entonces, ante la angustia espiritual de una humanidad que cree poder escapar de todo peligro e incertidumbre, excepto del abrazo final de la Parca, hacer llegar estos pensamientos al público es, prácticamente, un imperativo moral. 

Treinta años dedicados al estudio de la Parapsicología, unos quince a la Filosofía Hermética, una formación universitaria en disciplinas tan insólitamente disímiles como la Ingeniería y la Psicología, una pasión oculta por la Física, la Astronomía, la Arqueología y –fundamentalmente– muchas temporadas consumidas en búsquedas trascendentes, me han dado (creo) una cosmovisión muy particular sobre lo que ocurre –lo que ineluctablemente le ocurrirá, por ejemplo, a quien esté leyendo estas líneas– cuando cruzamos el Umbral al exhalar el último aliento y comenzar, biológicamente, el inevitable proceso de putrefacción.

He deambulado por muchas escuelas filosóficas o religiosas. Además de mi cuna socialmente católica, he cansado templos, reuniones, cánticos y textos de judíos, musulmanes, budistas, meditantes Zen, hinduístas, Hare-Khrisna, discípulos del gurú Maharaji, adventistas, Testigos de Jehová, protestantes, rosacruces, masones, umbandistas, seguidores de los Misterios de Eleusis, hechiceros blancos, rojos y negros, teósofos, indigenistas, espiritistas, ocultísimos cultores de la antigua Religión Wicca... Mezclen toda la ciencia y religión que he absorbido, sométanlo a largas noches de reflexión, repaso y crítica, agréguenle las dosis necesarias de actualización a través de una buena red de corresponsales y amigos y tendrán un horizonte bastante claro de las fuentes de este trabajo. 

Muchos de los conceptos aquí esbozados me son originales. Otros, consecuencia de investigaciones de terceros. El resultado, en tanto, trata de ser, no una afirmación dogmática de lo que ocurre en el Más Allá sino, simplemente, una exposición, ora polémica, ora racional, sobre lo que podemos esperar cuando el momento –ese momento– llegue. 

COMPONENTES ENERGÉTICOS DEL SER HUMANO 

Nuestra aproximación al tema de la supervivencia post-mortem se estructura a partir de la composición de los procesos interenergéticos del hombre, ya que será precisamente tal potencial el que confirmará el objeto de nuestro estudio. Son dos los planos energéticos hacia los cuales enfocaremos nuestra atención: el meramente psíquico, y el llamado "campo bioenergético" o "bioplasmático". Estas son las energías que nos sobreviven a la muerte. 

Como todos sabemos, este potencial energético no puede disiparse en la nada luego de la muerte biológica; esto contravendría inexorables leyes físicas que enseñan que todo se transforma en alguna otra cosa. Por lo tanto, debemos dar por supuesto que tal potencial sobreexiste al deceso. Pero consideremos por separado las naturalezas de estas energías.

Los parapsicólogos afirmamos que la EnPsi (energía psíquica) activa fenómenos de naturaleza paranormal a través de mecanismos no físicos. Como sabemos, toda energía física, para ser tal, debe cumplir varios axiomas, entre ellos los de que la suma de los efectos debe ser igual a la suma de las causas, y que el cuadrado de su coeficiente debe ser inversamente proporcional a la distancia y el tiempo en que se manifiesta.

Veamos un ejemplo para este caso. Enciendo un mechero de gas. Aproximo mi mano. Cuanto más la alejo, menos calor siento. La energía (calor) es inversamente proporcional a la distancia. Supongamos ahora que en ese mechero caliento la hoja de un cuchillo, hasta que se pone al rojo. Apago el mechero. Cuanto más tiempo pasa, menos calor irradia la hoja. En este caso, la energía es inversamente proporcional al tiempo.

Con la energía psíquica, o EnPsi, ello no ocurre. Las experiencias demuestran que el índice de resultados es independiente de los sujetos de una experiencia. Así, en una práctica de telepatía, por ejemplo, los resultados son o altos o bajos, así medien dos metros o doscientos kilómetros entre ellos. Además, la existencia de los fenómenos de precognición (percepción de un hecho futuro) y postcognición (percepción del pasado, siempre sin el uso de los sentidos físicos) demuestra que la relación tiempo-EnPsi es inexistente.

De ello podemos deducir que esa "energía" EnPsi se transforma, de alguna manera, luego de muerto el individuo. Si puede proyectarse al futuro, es porque es independiente de su entorno biológico.

Ahora bien. Cuando el individuo muere, el potencial energético tiende a subsistir por las razones apuntadas. Lo que implica que las funciones psíquicas inherentes a tal carga también deben sobrevivir. Estas funciones, empero, si bien responden a interacciones estrictamente psicológicas, también se alimentan de estímulos y correspondencias fisiológicas, tal como las percepciones sensoriales, por ejemplo.

Lo que equivale a decir que una mente privada de su entorno biológico (tal el caso de un "fantasma") vería reducidos drásticamente sus mecanismos psíquicos. Se vería así expresado como una mente en estado de submeditación o, mejor aún, a ciertos estados sonambúlicos o propios del "dejá vù".

El fantasma, entonces, tendría una consciencia de sí mismo meramente crepuscular, similar a la imagen que de nosotros mismos tenemos en nuestras propias representaciones oníricas. Por ende, la "materialización" del fantasma (suponiendo que tal proceso sea posible, de acuerdo a lo que veremos más adelante) no será en función del reconocimiento de sí mismo (no se presentará como Fulano de Tal en alguna sesión mediúmnica) así como no se presentará vistiendo ropas de época o cubierto con un sudario. El proceso es muy distinto.

La percepción del fantasma es consecuencia de la activación de la natural Potencialidad Parapsicológica del individuo, que en ciertos miembros de nuestra especie es mucho más sensible que en otros. Esta percepción es absolutamente inconsciente y, obviamente, para conocerla (es decir, para "darnos cuenta" que hay un fantasma), esa descarga proyectada desde el Inconsciente –asiento de aquella Potencialidad– deberá emerger al Consciente proceso que, por lógica, no puede cumplirse sin que esa información pase por el Preconsciente.

Y, como todos sabemos, en éste se encuentran los Mecanismos de Defensa del Yo, "filtros" mentales que amparan la integridad de nuestro mundo volitivo psíquico evitando la saturación del mismo por una eventual masiva e incontrolable marea de información proveniente del Inconsciente.

Entre otros, uno de los Mecanismos de Defensa del Yo es el de racionalización, vale decir, la tendencia natural e instintiva de explicar lo desconocido en términos de lo conocido. Así, el aparato psíquico proyectará la percepción fuera de nosotros (y aunque el mecanismo sea en un todo similar al de las alucinaciones meramente psicológicas, poco importa que el "fantasma" pueda ser visto por más de una persona simultáneamente, ya que la Parapsicología ha demostrado ampliamente que es posible telérgicamente ("tele"= lejos; "ergos"= energía) corporizar visualmente representaciones mentales ya sea por densificación ectocoloplasmática emitida por el sujeto, o bien por un proceso similar al de la proyección láser holográfica, empleando concentraciones gaseosas de la misma atmósfera del lugar), pero el "aspecto" que presenta el fantasma será la dramatización visual de:

a) las creencias previas del sujeto en cuanto a cómo debe ser un fantasma.

b) el propio recuerdo inconsciente de sí mismo que remane en el continuum psíquico del fantasma, transferido al sujeto percipiente por un mecanismo afín al de la telepatía.

Este recuerdo indudablemente estará viciado por la paulatina destrucción del Self del propio muerto que, insisto, sólo arrastrará restos primarios de la mentalidad que lo caracterizara durante su vida biológica. En muchas formas tal residuo mental se asemeja a los "núcleos de personalidad fetal" que en el bebé en gestación identificara el doctor argentino Arnaldo Rascovsky, lo que devuelve credibilidad a la creencia popular de la ciclicidad de la vida del ser humano, que en el último tramo de su existencia adopta actitudes infantiloides. Por supuesto, tal presunción en lo subliminal de la personalidad psíquica del "fantasma" debe considerarse con flexibilidad, ya que dependería en buena forma de la evolución intelectual y/o espiritual que hubiera alcanzado en vida.

Sin embargo, se impone una aclaración esencial: ¿cómo definir un "fantasma"?

EROS Y THÁNATOS

Ya he descrito de qué está hecho un fantasma. Pero aún no hemos desarrollado una terminología válida para expresarnos y evitar así confusiones. Y adherimos aquí a la hipótesis del biólogo francés Jean Jacques Delpasse: sus "paquetes de memoria".

Delpasse se preguntó hasta qué punto la materia forma parte de la consciencia. Tal vez existirían "moléculas de memoria", que a su vez integren "moléculas de consciencia energéticas". La materia del cuerpo, sus proteínas, enzimas, sales, etcétera, pueden corromperse, pero la energía es capaz de sobrevivir a las estructuras moleculares disociadas. Esos "quantum" de consciencia, compatibles con la visión materialista del Universo que defienden hoy casi todos los físicos y biólogos, sobrevivirían en el Cosmos dejando incólume a la personalidad humana.

Veamos cómo realizó Delpasse el experimento supremo que avalaría esta fascinante hipótesis. El neurólogo inglés Grey Walter habría descubierto que unos instantes antes de adoptar una decisión, el cerebro emite unos ritmos que él llamó "ondas inductoras", capaces de ser amplificados para controlar una máquina. De ese modo, si nosotros tenemos intención de pulsar un botón para ponerla en movimiento, sería posible conectar a nuestras sienes electrodos que, recogiendo aquella señal inductora y mediante un circuito electrónico adecuado, pongan en marcha un motor unos milisegundos antes que nuestro dedo se apoye en el interruptor del arranque.

Delpasse, excitado con los trabajos de Grey Walter descubre que, si a un enfermo se le educa para emitir tales ondas encefálicas y después de cierto tiempo fallece a causa de su cuadro clínico, tal señal sigue siendo generada aunque su vida se haya extinguido: incluso horas después de que su electroencefalograma aparezca plano, signo inequívoco de que el encéfalo ha cesado en su actividad.

Delpasse habría demostrado así que las moléculas de la consciencia sobreviven a la descomposición del tejido nervioso, base biológica de nuestros procesos mentales. Que esos "quantum" de energía que codifican la memoria, el yo, la personalidad (en suma, la consciencia) aglutinados como un racimo de letras que portarían toda la información adquirida a lo largo de toda una vida –no otra cosa sería nuestra entidad consciente– podrían seguir insertos en el Universo perpetuando nuestra existencia, no como un espíritu adimensional incapaz de interaccionar con la materia y, por lo tanto, incompatible con nuestros modelos físicos, mucho mejor elaborados que esos ingenuos esquemas teológicos, sino como glóbulos de energía condensada: los "paquetes de memoria".

Pero analicemos ahora los mecanismos directrices del comportamiento fantasmal.

En la vida psicológica del hombre común, sus conductas oscilan permanentemente entre los extremos del placer-displacer (dolor) a instancias de "ataque" y "huída". El pendular anímico responde a la preeminencia, en esa esfera psíquica, de dos impulsos primarios: de Eros (dios griego del Amor y la Vida) y de Thanatos (ídem de la Muerte). Un impulso erótico nos empuja hacia la evolución, multiplicación, construcción, mientras que un impulso thanático lleva hacia la involución, la destrucción, el quietismo inercial. Un individuo erótico es aquel que busca siempre, por ejemplo, progresar, amando la vida, mientras que uno thanático gustará de la violencia, la destrucción, la muerte.

Tales impulsos sobreviven en el paquete de memoria, y así tendremos fantasmas eróticos y fantasmas thanáticos. los primeros, movilizados por ese impulso, tenderán a continuar su evolución (lo que Jung llamaba Proceso de Individuación, el de realización y búsqueda de sí mismo, y del que sugestivamente comentara que "...aunque no culmine durante la vida biológica, puede completarse después de la muerte...") ascendiendo, por decirlo de una manera asequible, a estados superiores de manifestación, "planos" superiores. En cambio, los thanáticos tenderán a adherirse a lo material por grado de bajo nivel evolutivo, y así serán los más habitualmente detectados.

Tomemos un ejemplo típico. Supongamos que un individuo thanático (muy materialista, totalmente descreído en la vida después de la muerte) fallece repentinamente o a causa de una penosa enfermedad.

Como no entiende la posibilidad de la vida después de la muerte, vale decir, de subsistencia psíquica luego de la destrucción orgánica, su "paquete de memoria" no asume que está muerto, y psicológicamente permanece "adherido" a los elementos físicos que constituyeron su entorno material durante su paso por este mundo. Esta adherencia psicológica sólo puede ser tal, pues el "paquete de memoria" es, por definición, "sólo" un estado de toma de consciencia.

O "casi" consciencia, pues la consciencia no es más que los procesos mentales derivados en buena parte de la información que del mundo exterior llega a través de los sentidos físicos. Con la muerte, cesan las percepciones sensoriales y la corteza cerebral (donde se asientan los mecanismos neurológicos del pensamiento consciente) comienza a descomponerse, con lo cual es físicamente imposible el "darse cuenta" tal como lo conocemos. De donde el "paquete de memoria" percibe la realidad de esa forma crepuscular que mencionara anteriormente. Pero el mismo no dejará de actuar psíquicamente sobre otros humanos presentes.

Tal "paquete de memoria thanático" tendrá de sí mismo la sensación de estado comatoso o sonambúlico, o algo similar a los estados hipnagógicos (inmediatamente antes de dormirnos) o hipnopómpicos (inmediatamente después de comenzar a despertarnos). En consecuencia, "ronda" aquello que permanece en su consciencia subliminal como última referencia espacio-temporal, el lugar donde reposan sus restos, o donde falleciera por enfermedad o accidente, su vivienda o sus seres queridos. A todos ellos los denominamos "puntos de anclaje".

Pero de pronto las cosas comienzan a cambiar. Para un "paquete de memoria" el tiempo no transcurre ya que el mismo, al no existir objetivamente, sólo es una sucesión de estados de toma de consciencia. Pero, pongamos por caso, sus seres amados en vida sí sienten el paso del tiempo; envejecen, cambian de domicilio o venden sus propiedades a terceros, rehacen sus vidas con otras personas. Y el "paquete de memoria thanático", naturalmente perturbado por estos cambios en los cuales se observa totalmente desplazado –quizás con una carga crítica de angustia por la "indiferencia" con que su gente deambula a su alrededor, lo que amplifica la violencia fenomenológica– presiona mentalmente.

En él sobrevivirá la natural Potencialidad Parapsicológica y será a través de las exteriorizaciones de la misma (telepatía, telekinesis) como aquél afectará a los vivos, produciendo la aparente percepción visual de los mismos, o bien "poltergeists" diversos en su entorno (palabra alemana que significa "duende burlón" y que debería ser reemplazada por la mucho más correcta expresión de "Psicokinesis Espontánea Recurrente" o P.E.R.

Buceando ya en el tema de la reencarnación (sobre el cual volveremos oportunamente) este esquema teórico explicaría por qué estadísticamente "encarnan" con mayor probabilidad individuos de discutible catadura moral (sacerdotisas babilónicas, guerreros bárbaros, oscuros obispos medievales o sinuosos políticos decimonónicos).

Esto podría explicarse porque un "paquete de memoria thanático" tendría una "velocidad de escape" inferior a los eróticos. La remanencia en un lugar físico específico del PMT podría incidir en la esfera psíquica de otros seres vivos que habiten ese entorno, y aquí deberé hacer un alto, pues la cuestión de la hipotética transmigración de las almas requerirá un acápite propio.

Debemos también entender lo siguiente: puede llegar a ser muy difícil encontrar pruebas empíricas de su existencia (debiendo quizás conformarnos hoy por hoy con manejar evidencias y argumentos), por el sencillo hecho de que por ahora su naturaleza no es abordable con el método e instrumental de que dispone la ciencia; acostumbrada ésta a medir patrones y referencias físicas y energéticas, lo psíquico y espiritual no le es detectable y, por ello, no existe para muchos científicos.

Esa es la razón por la que muchos académicos "duros" consideran que la mente es sólo una función del cerebro (en el sentido matemático de "función": cantidad que varía respecto a y es dependiente de otra), y sin olvidar que los sistemas de investigación, químicos, ópticos, físicos, electrónicos, por maravillosos que parezcan no son, después de todo, más que una extensión de los sentidos del observador, y han sido diseñados en orden a detectar, por propia definición, aquello que es previamente considerado como posible por el investigador, y que además todo método físico de investigación sólo puede, por eso mismo, detectar lo físico. Entonces es lógico que un científico mecanicista-positivista, puesto a estudiar la naturaleza humana con elementos electrónicos, diga que el espíritu no existe simplemente porque él no lo ha encontrado por ninguna parte.

Pero debe necesariamente entenderse que si hemos de detectar cosas como el espíritu, la sobrevivencia del alma, etc., deberán crearse nuevos instrumentos concebidos específicamente con ese propósito; para detectar materiales radiactivos con un contador Geiger, por caso, fue necesario que antes se definiera en teoría la propia existencia de la radiactividad y recién a partir de su aceptación se diseñaron los equipos que permitieron descubrirla.

En resumen, que los planteos de los científicos materialistas sólo hablan de su ignorancia. Dicho de otra manera: que no se pueda detectar no significa en absoluto que no exista.

LA "CONSCIENCIA" DE LA MATERIA

Lord Carrington habla de una teoría asociativa en una concepción en conjunto del psiquismo humano, imbricada con el problema de la supervivencia.

Según él, un espíritu humano consiste en percepciones ("sensa"), imágenes, grupo de imágenes, lo que en su término general se denominaría "psicones", entidades inmateriales pero bien reales y existentes por sí, especie de átomos psíquicos ligados entre sí por lazos de asociación, como los físicos se ligan por lazos energéticos; en todo instante, el "campo de la consciencia" es el conjunto de estos "psicones" y de los "sensa" de origen más corporal.

La "personalidad", la "consciencia" es la estructura misma de este agrupamiento complejo, el sistema de fuerzas existentes entre estos psicones. No es nada que se sobreagregue, y lo esencial de esta "consciencia" reside, sin duda, en el grupo de "sensa" que emana del organismo, núcleo casi inmutable al que se le agregan los "sensa" e imágenes más permanentes, los de nuestra experiencia profunda y de nuestro ambiente familiar.

La telepatía, justamente, es la entrada en relación con otro ser por intermedio de un "psicón" común a los dos. Y desarrollando esta hipótesis, Francois Gregoire amplía el decir de Carrington añadiendo: "En estas condiciones, el problema de la supervivencia es el de saber si un tal sistema de "psicones" es estable en las circunstancias que siguen a la muerte y más especialmente después del corte con los "psicones" de los "sensa" causados por estimulantes del mundo material".

Luego, no hay aquí razones para pensar que un tal sistema bien organizado –como es el caso de un adulto normal– no se conserve idéntico después de la desaparición del cuerpo, tal vez con un cierto número de nuevos "sensa" introducidos por el hecho de la propia muerte. Es incluso probable que deba ser difícil, al comienzo, darse cuenta de que se ha muerto; y de aquí el aspecto característico de tantas comunicaciones espiritistas, que precisan que el difunto no podía creer que había muerto.

La Parapsicología tiene también –y muy particularmente– interesantes cosas que decir al respecto, basándose en asombrosos hechos de carácter paranormal perfectamente comprobados.

UN NOMBRE PARA NO OLVIDAR

Los investigadores James Bedford y Walt Kesington se sintieron eufóricos al dar a conocer al mundo lo que ellos llamaron "efecto Delpasse". Para explicar el experimento Delpasse, Bedford trata de plantear el problema del alma y su posterior supervivencia, de conciliar la ciencia y el idealismo dualista "volviendo la tortilla" y tirando la esponja como espiritualista. "Las ciencias biológicas –dice– han derrotado en todos los frentes a los creyentes en un "hálito vital" inmaterial. El descubrimiento del código genético, el ADN y las proteínas han revelado que la Bioquímica explica perfectamente la génesis de la vida sin necesidad de una actividad espiritual".

Recordando al español doctor Rodríguez Delgado, famoso por sus experiencias de estimulación cerebral, quien desde la Universidad de Yale llega a señalar que "el ser humano nace sin espíritu", y el premio Nobel de biología Jacques Monod, cuya famosa obra "El azar y la necesidad" causó una fortísima conmoción en los medios religiosos y una airada repulsa por parte de la Iglesia, al concluir que la evolución de los seres vivos se debe al azar y no a factores teleológicos (causas trascendentes),

Delpasse pudo responder hasta qué punto la materia forma parte de la consciencia. Recordemos que siguiendo los trabajos de Grey Walter, descubre que, si a un enfermo se le educa para emitir tales ondas encefálicas y después de cierto tiempo fallece a causa de su cuadro clínico, tal señal sigue siendo generada aunque su vida se haya extinguido, incluso horas después que su electroencefalograma aparezca plano, signo inequívoco de que el cerebro ha cesado en su actividad. Jean Jacques Delpasse habría demostrado así que las "moléculas de la consciencia" sobreviven a la descomposición del tejido nervioso, base biológica de nuestros procesos mentales.

¿QUÉ PASA CUANDO MORIMOS?

¿Dejamos de vivir, simplemente, sin nada más que nuestros restos mortales como señal de nuestro paso por la Tierra? ¿Resucitamos luego, gracias a un Ser Supremo, si tenemos buenas notas en el Libro de la Vida?. ¿Volvemos como animales, como creen algunos hindúes, o tal vez como personas diferentes varias generaciones más tarde?

Estamos tan lejos de responder hoy a esta pregunta fundamental sobre la vida después de la muerte como hace miles de años, cuando por primera vez fue considerada por los antiguos. Pero hay mucha más gente común que ha estado a punto de morir y que ha contado milagrosas visiones de un mundo que está más allá, un mundo que resplandece de amor y comprensión, al que podemos llegar sólo mediante un emocionante viaje a través de un túnel o pasaje. En ese mundo somos asistidos por parientes fallecidos, bañados en gloriosa luz y gobernados por un Ser Supremo que guía a los recién llegados en una revisión de sus vidas pasadas antes de enviarlos nuevamente a la Tierra para vivir más tiempo.

Al volver, las personas que "murieron" ya no son las mismas. Aprovechan la vida al máximo y expresan la creencia de que el amor y el conocimiento son las cosas más importantes, porque son las únicas que nos podemos llevar.

En su primer libro ("La Vida después de la Vida") el doctor Raymond Moody formuló muchas preguntas que no pudo responder y provocó la ira de algunos escépticos que juzgaron sin valor –en el campo de los "verdaderos" estudios científicos– los casos de varios cientos de personas. Muchos médicos sostuvieron que nunca habían oído hablar acerca de la experiencia cercana a la muerte (ECM), a pesar de haber resucitado a cientos de personas.

Otros alegaron que era sólo una forma de enfermedad mental, como la esquizofrenia. Algunos dijeron que las ECM sólo les sucedían a personas extremadamente religiosas, mientras otros creyeron que era una forma de posesión diabólica. Algunos médicos dijeron que los niños nunca tienen estas experiencias, porque no han sido "contaminados culturalmente" como los adultos. Y otros dijeron que muy poca gente tienen ECMs como para que la experiencia tenga algún significado.

Algunas personas se interesaron en seguir investigando este tema, y el trabajo realizado en las últimas dos décadas ha aclarado estas preguntas. Hemos podido atender a estas experiencias, y sus interrogantes subsiguientes, hechos por los que sienten que las experiencias cercanas a la muerte son algo más que una enfermedad mental o el juego de un cerebro que se engaña a sí mismo.

Mucha gente no se da cuenta de que sus experiencias cercanas a la muerte tienen algo que ver con ésta. Se encuentran flotando sobre su cuerpo, mirándolo desde cierta distancia, y de repente sienten miedo o confusión. Se preguntan, con extrañeza, "¿cómo es que estoy aquí arriba mirándome allí abajo?". En ese momento, puede que no reconozcan al cuerpo físico que están mirando como propio.

Una persona relató que, mientras estaba fuera del cuerpo, pasó por un pabellón del hospital del ejército y se asombró al ver cuántos jóvenes había con su mismo aspecto y edad, que se le parecían. En realidad estaba mirando todos esos cuerpos y preguntándose cuál sería el suyo.

Otra persona que había estado en un terrible accidente, en el que había perdido dos de sus miembros, recordaba haberse quedado flotando sobre su cuerpo en la mesa de operaciones y haber sentido pena por ese ser mutilado. Después se dio cuenta que ese cuerpo era el suyo.

A esta altura las personas con ECM sienten miedo, lo cual da lugar luego a una perfecta comprensión de lo que les está pasando. Pueden entender lo que los médicos y enfermos están tratando de decirse (aunque a menudo no tienen estudios formales de medicina) pero cuando tratan de hablar a los presentes, ninguno de éstos pueden verlos u oírlos. Pueden tratar de atraer la atención de los presentes tratando de tocarlos pero, cuando lo van a hacer, las manos atraviesan los brazos del otro como si allí no hubiera nada.

Una mujer a quien Moody mismo resucitó describió haber visto que tenía un paro cardíaco; al rato de masajearle el pecho, dijo que mientras estaban tratando de poner en marcha nuevamente su corazón, ella se elevó sobre su cuerpo y miró hacia abajo. Se quedó detrás del médico, tratando de decirle que parara, que estaba bien donde y como estaba. Como no la oyera, trató de tomarle el brazo para impedir que le inyectara un líquido intravenoso. La mano lo atravesó.

Después de tratar de comunicarse con los demás, las personas con ECM a menudo tienen un agrandamiento de su autoidentidad. Una de estas personas describió ese estado como "un momento en el que no se es la esposa de su esposo, ni la madre de sus hijos, ni la hija de sus padres. Se es completa y totalmente sí mismo". Otra mujer dijo que sintió como si estuviera "cortando las cintas", como la libertad que se da a un globo cuando se cortan las cuerdas. A esta altura el miedo se torna felicidad, así como comprensión.

Mientras el paciente se halla aún en el cuerpo, puede haber intenso dolor. Pero cuando se "cortan las cintas", hay una verdadera sensación de paz y ausencia de dolor. Pacientes que han sufrido un paro cardíaco dicen que el intenso dolor del ataque va de una agonía a un placer intenso. Algunos investigadores han teorizado que cuando el cerebro experimenta un dolor tan fuerte, libera un elemento químico de su producción ("endorfinas") que aleja al dolor. Sin embargo, de ser verdad para todos los casos, no explica los síntomas de este fenómeno.

Cerca del momento en que el médico dice "lo perdimos", el paciente pasa por un cambio total de perspectiva. Siente que se va elevando y que ve su propio cuerpo abajo. La mayoría dice que, cuando esto ocurre, no son sólo un punto de consciencia. Parece que todavía tienen un tipo de cuerpo aún cuando están fuera de sus cuerpos físicos.

Dicen que este cuerpo espiritual (¿o astral?) tiene una forma y contorno diferentes de los de su cuerpo físico. Aunque la mayoría no sabe explicar cómo es, o a qué se le parece, algunos dicen que es como una nube de colores o como un campo de energía. Una persona con ECM hace varios años dijo que estudió sus manos mientras se hallaba en ese estado y vio que estaban compuestas de luz, con diminutas estructuras en ellas. Pudo ver los delicados verticilos de sus impresiones digitales y tubos de luz en los brazos.

La experiencia del túnel ocurre generalmente después de la separación del cuerpo. A esta altura, se abre ante el sujeto un portal o túnel y se siente impulsado a la oscuridad. Empieza a andar a través de ese espacio oscuro, y al final desemboca en una luz brillante.

Algunos suben una escalera en vez de ir a través de un túnel. Una mujer cuenta que se encontraba con su hijo, que estaba muriendo de cáncer al pulmón. Una de las últimas cosas que dijo fue que veía una bella escalera en espiral que iba hacia arriba. La madre se tranquilizó mucho cuando él le dijo que pensaba subir esa escalera. Otros cuentan que han atravesado unas puertas hermosas, ornamentadas, que parecen símbolos del pasaje a otro reino. Algunos oyen un "juuusssshhhh" cuando entran al túnel. O, si no, oyen una vibración eléctrica o un zumbido.

La experiencia del túnel no es algo que psiquiatras y parapsicólogos hayan descubierto. La pintura "Ascensión al Paraíso", del siglo XV de Hyerónimus Bosch, describe visualmente esa experiencia. En primer plano, la gente se muere rodeada de seres espirituales que tratan de dirigir su atención hacia arriba. Pasan a través de un oscuro túnel y salen a una luz. A medida que entran en esta luz, se arrodillan reverentemente.

En ocasiones se describe la experiencia del túnel como casi infinita a lo largo y ancho, y llena de luz. Existen muchas descripciones, pero el sentido de lo que ocurre sigue siendo el mismo: la persona atraviesa un pasadizo hacia una intensa luz.

Una vez atravesado el túnel, la persona generalmente se encuentra con seres de luz. No compuestos por luz común, estos seres brillan con una luminiscencia bella e intensa que parece impregnarlo todo, llenando de amor al espectador. En verdad, una persona que pasó por esta experiencia dijo: "Se podría describir como "luz" o "amor" y significaría lo mismo". Algunos dicen que es casi como empaparse en una lluvia de luz.

También se describe a esta luz como mucho más brillante que cualquier cosa que conozcamos en la Tierra. Pero, aun así, a pesar de su brillante intensidad, no daña la vista. Es mas bien cálida, vibrante y vital.

Además de una luz brillante y de parientes y amigos luminiscentes, algunos han descrito hermosas escenas pastoriles. Una mujer habló de una pradera llena de plantas, cada una de ellas con su propia luz interior. Ocasionalmente la gente ve hermosas ciudades de luz de un esplendor imposible de describir. En este estado, la comunicación no tiene lugar por medio de palabras sino de una manera telepática, no verbal, lo que resulta en una comprensión inmediata.

Después de encontrarse con varios seres de luz, la persona generalmente conoce a un supremo ser de luz. Los que han sido educados en el cristianismo a menudo lo describen como Dios o Jesús. Los de otras religiones pueden llamarlo Buda o Alá. Otros han dicho que no es Dios ni Jesús, sino alguien igualmente santo. Quienquiera que sea, ese ser irradia amor y comprensión, tanto que muchos desean quedarse con él para siempre.

Pero no pueden quedarse. A estas alturas el ser de luz generalmente les dice que deben volver a su cuerpo terreno. Pero, antes, el ser les hace examinar sus vidas.

Durante este examen no hay un entorno físico. En lugar de ello hay una revisión a todo color, tridimensional, panorámica, de todo lo que uno ha hecho. Por lo común esto tiene lugar como si se tratara de otra persona y el tiempo no pasa tal como lo conocemos. Es como si toda la vida de una persona transcurriera en un momento.

Las personas con ECM ven cada uno de sus actos y de inmediato perciben los efectos de cada uno de ellos en los demás durante la vida. En todo este proceso, el ser de luz está a su lado, preguntándoles cuánto de bueno han hecho con sus vidas. El ser les ayuda en esta revisión, poniendo en perspectiva los actos de sus vidas. Todos los que pasan por esto salen creyendo que lo más importante en la vida es el amor. Para la mayoría, la segunda cosa más importante es el conocimiento. Cuando vuelven, tienen sed de conocimiento.

Para muchos, la ECM es tan agradable que no desean volver, y a menudo se enojan con los médicos por volverlos a la vida. Un médico amigo de Moody descubrió la ECM cuando resucitó a un hombre; éste, entonces, se puso a gritarle por no haberlo dejado en "ese lugar brillante y hermoso". Puede que una persona con ECM actúe así, pero el enojo dura poco. Algo después de una semana, se sienten felices de haber vuelto. Aunque extrañan ese estado de felicidad, se alegran de tener la oportunidad de seguir viviendo.

Muchas personas con ECM sienten que se les ofreció elegir entre volver o no. El que hace este ofrecimiento puede ser el ser de luz o un pariente que ha muerto. Algunos dicen que se hubieran quedado si no hubieran tenido a nadie en la Tierra. Por lo general dicen que quieren volver porque tienen hijos que cuidar, o porque sus esposas/os o padres los extrañarían.

Los que han pasado por una ECM dicen también que el tiempo se condensa enormemente. Lo describen como "estar en la eternidad". Al preguntársele sobre la duración de la experiencia, una mujer dijo: "Podría decirse que duró un segundo o diez mil años: nada cambiaría al decirlo de una u otra manera".

Mis propias investigaciones y reflexiones en tanatología, especialmente en la investigación en el terreno de "paquetes de memoria" me hacen sentir confiables semejantes descripciones. Analicémoslo.

Cuando hablábamos de los procesos inmediatos posteriores al deceso, decíamos que se supone una pérdida de la función consciente, primero por el cese de actividad cortical, luego por el rápido descenso irrigatorio de los hemisferios cerebrales y finalmente por el comienzo del proceso putrefactorio de los tejidos nerviosos. Señalábamos que la consciencia, es decir la capacidad de observar, analizar, verbalizar, deducir, o sea el "darse cuenta" es producto de la información que a partir de los sentidos estimula zonas de la corteza cerebral así como de las interacciones que se producen allí.

Si yo "tomo consciencia" de que alguien me está mirando, es porque me "doy cuenta". Para "darme cuenta" debo "percibir" –con los sentidos– y enviar ese dato al cerebro. Pero tras la muerte, el córtex comienza a deteriorarse. Los nervios ya no transmiten información al cerebro. No puedo, entonces, elaborar "tomas de consciencia". No puedo, en principio, "darme cuenta de". Por ello decíamos que la percepción de sí mismo de un paquete de memoria debe ser similar al estado sonambúlico o de duermevela, donde es más lo inconsciente aquello que actúa que lo consciente.

Y el tiempo no es más que, después de todo, una sucesión de estados de toma de consciencia. "Me doy cuenta" de que al día le sigue la noche y a ésta el día, que a la primavera le sigue el verano y a éste el otoño, que envejezco, que mis hijos crecen. A ese proceso de transformación de la naturaleza que llamo "tiempo" lo divido en segmentos para hacerlo comprensible y medible (segundo/hora/día/año). Pero si no hay una consciencia que perciba esos procesos, no hay tiempo, en el sentido que le damos habitualmente y mucho menos la segmentación adoptada que, después de todo, es simplemente ad hoc.

Es como la vieja pregunta de nuestras clases de Filosofía: "Si en un bosque donde no hay seres humanos ni animales repentinamente cae un árbol, ¿habrá ruido?". Algunos dirán que sí porque, pese a todo, el árbol crujirá ineluctablemente al caer. Otros sotendrán que no, pues no hay oídos para escucharlo. Y ciertamente no habrá "ruido" como epifenómeno acústico, pero sí habrá ondas desplazándose en el aire. En el ejemplo que planteara, no hay tiempo como lo conocemos; hay procesos, y sólo procesos, de transformación.

Eso explica cómo, alterado el estado de consciencia, se altera la percepción del "tiempo". Si estamos en una conferencia aburridísima, una hora parecerán tres. Si está interesante, el tiempo se nos irá volando. Una hora es una hora, pero la percepción cambia así cambia nuestro subjetivo estado mental.

En los sueños vivimos paso a paso acontecimientos que en vigilia ocuparían horas, en unos pocos minutos. Así que es lógico esperar que un "paquete de memoria", sin percepciones conscientes, no aprecie el paso del tiempo, y que para él treinta o cuarenta años sea tan indiferente como unos pocos minutos. Muchas veces (y esto lo hemos observado estudiando psicofonías) el "paquete de memoria" no parece asimilar el largo tiempo ocurrido desde su deceso, y esto es coincidente con los testimonios de ECM que al respecto señaláramos antes.

Existe un elemento común a todas las ECMs: transforman a quienes las tuvieron. Después de estudiar veinte años a personas con ECM, Moody nunca encontró a ninguna que no hubiera sufrido una transformación muy profunda y positiva como resultado de la experiencia.

Con esto no se quiere decir que una ECM hace que un individuo se vuelva un optimista almibarado y acrítico. Por cierto, aunque se torne más positivo y agradable (sobre todo si no era demasiado agradable antes de la ECM) también lo lleva a un compromiso activo con el mundo. Lo ayuda a resolver los aspectos desagradables de la realidad de una manera menos emocional y con una mente más clara, lo cual es algo nuevo para él.

Aunque a las ECMs se les conoce en Psicología como "casos de crisis", no tienen los efectos negativos de otros traumas. Por ejemplo: una mala experiencia en combate puede dejar a la persona "fijada" en ese punto en el tiempo. Muchos veteranos de guerra y ex combatientes, por ejemplo, vuelven a vivir las horribles escenas de destrucción y muerte que presenciaron en la guerra hace ya años.

Una ECM es una experiencia de crisis, tanto como un choque o un desastre de la naturaleza –en verdad, a menudo las ECMs son provocadas por uno de estos últimos–. Sólo que en vez de quedarse emocionalmente fijadas, las personas con ECM responden tomando una actitud positiva en sus vidas. Algunos dicen que es la paz que sobreviene después de saber que hay vida después de la muerte. Otros piensan que el exponerse a un ser más elevado conduce a una especie de iluminación.

Una investigación sobre el poder de transformación de una ECM proviene del ya fallecido doctor Charles Flynn, sociólogo de la Universidad de Miami, Estados Unidos. Él examinó los datos recogidos en veintiún cuestionarios suministrados por Kenneth Ring, el notable investigador de ECM, para ver específicamente en qué habían cambiado las personas con ECM. Encontró que, por sobre todo, éstas tenían más interés por los demás después de esa experiencia. También creían más que antes en la vida después de la muerte –obvio– y le tenían menos miedo.

"¿Has aprendido a amar?", es la pregunta que casi todas las personas con ECM tienen que enfrentar durante la experiencia. Al volver, dicen que el amor es lo más importante en la vida. Muchos dicen que es por eso que estamos aquí. La mayoría asevera que ésta es la marca de la felicidad y la realización, y que otros valores palidecen a su lado.

Me quedé algunos minutos con los dedos inmóviles sobre el teclado al releer lo que acabo de escribir, pues no pude evitar rememorar una anécdota personal que viene precisamente a tono con esto del amor. Hace unos años, dictaba yo una conferencia sobre vida después de la muerte en una ciudad de provincia cuando, en el debate con que generalmente cierro mis charlas, debatí, ora amigablemente, ora con sarcasmo, con un joven (estudiante de medicina, creo) escéptico "convicto y confeso", según sus propios decires. Y recuerdo que –fueron palabras de él– esto del amor al volver a la vida, y esa actitud amorosa que decían quienes habían tenido ECM como el aprendizaje más preclaro, le parecían a él, cuanto menos, "cursi". 

Es decir; ridículo, sensiblero, en el mejor de los casos una tibia apología pseudorreligiosa para la cual sólo me faltaba ilustrarlo con angelitos tocando trompetas y pétalos de rosa sembrando el camino. Dijo unas cuantas cosas más, entre ellas que le extrañaba que un tipo "inteligente" como yo, en vez de defender mi teoría con datos científicos, insistiera en darle importancia a esas "tonterías de vieja". Como que la vida después de la muerte sería creíble si la describiéramos sesudamente en términos cuasitécnicos, pero perdía credibilidad ante semejante bocanada de amor al prójimo.

No recuerdo muy al detalle lo que le contesté, sólo sé que fue suficiente para que se levantara y se fuera. Pero recuerdo, sí, en detalle, que me quedé pensando, como ahora, que si después de todo la verdadera, la primera y última razón de ser, del estar en el cosmos, fuera el amor, ¿qué culpa tiene éste que la ciencia no pueda pesarlo, medirlo, destriparlo?. Y que un estudiante de ciencias considerara "cursi y pueril" hablar de amor, sólo dice –y mucho– que enciclopedismo poco tiene que ver con conocimiento y nada con sabiduría, y qué lejos estaba a veces la inteligencia de la bondad. A propósito: ¿notaron ustedes cuánta gente hay que se molesta si le decimos que no es inteligente, pero cuán poca lo hace –y en ocasiones asiente maliciosamente– si en cambio le decimos que no es buena?

Un hombre de negocios, que a los 62 años tuvo una ECM durante un paro cardíaco, hizo una elocuente descripción de este sentimiento: "Lo primero que vi al despertar en el hospital fue una flor, y lloré. Créase o no, nunca había visto realmente una flor hasta que volví de la muerte. Lo más grande que aprendí al morir fue que todos somos parte de un universo grande y viviente. Si creemos que podemos herir a otra persona o ser viviente sin herirnos a nosotros mismos, estamos tristemente equivocados".

Muchas personas con ECM adquieren también un renovado respeto por el conocimiento. Algunos dicen que esto es por la revisión que hicieron de sus vidas. Según otros, el ser de luz les dijo que no se deja de aprender cuando se muere, que el conocimiento es algo que se lleva con uno.

Otros describen un reino completo del más allá dedicado a la apasionada búsqueda del conocimiento. Una mujer describió ese lugar como una gran universidad, donde la gente se halla absorbida en profundas conversaciones acerca del mundo a su alrededor. Otro hombre lo describió como un estado de consciencia en el que cualquier cosa que uno quiera se halla a su disposición. Si uno piensa en algo que quiere aprender, esto se le aparece a uno para estudiarlo. Dijo que era casi como si la información estuviera disponible en "haces" de pensamiento.

Esta breve pero profunda experiencia de aprendizaje ha cambiado la vida de muchos con ECM. El corto tiempo en que se vieron expuestos a la posibilidad de aprender en profundidad les dio más sed de conocimiento al volver al cuerpo. A menudo, los que han tenido esta experiencia se lanzan a nuevas carreras, o toman una nueva dirección en sus estudios. Nadie, sin embargo, ha buscado el conocimiento por el conocimiento mismo. Mas bien, creen que éste es importante sólo si contribuye a la integridad personal. Una vez más, entra en juego un sentido de conexión. El conocimiento es bueno si ayuda a la integridad de algo.

En consecuencia, todas las personas con ECM se sienten más responsables que antes por el curso de sus vidas. También se vuelven agudamente sensitivas respecto de las consecuencias inmediatas y mediatas de sus actos. Probablemente esto se deba al examen de sus vidas, con esa cualidad impersonal que les permite examinarlas objetivamente. Esta revisión les deja ver sus vidas como en una pantalla de cine. Con frecuencia se emocionan ante las acciones que contemplan –no sólo las propias, sino también las de otros– y pueden ver cómo se conectan actos aparentemente inconexos y ser testigos de lo "correcto" o "incorrecto" con mucha claridad.

Igualmente, la frase "sentido de urgencia" aparece repetidamente siempre que se habla con personas con ECM. En general se refieren a la brevedad y fragilidad de sus propias vidas. Pero a menudo expresan un sentido de urgencia acerca de un mundo en el que inmensos poderes destructivos se hallan en manos de simples seres humanos.

Estos factores parecen mantener en un profundo estado de aprecio por la vida a los que han pasado por una ECM. Después de ésta, se inclinan a declarar que la vida es preciosa, que lo que cuentan son las "pequeñas cosas" y que hay que vivir la vida al máximo.

La ECM casi siempre lleva a una curiosidad espiritual. Muchos con ECM estudian y aceptan las enseñanzas espirituales de grandes pensadores religiosos. Sin embargo, esto no significa que se transformen en puntales de la iglesia del barrio. Al contrario: tienden a abandonar las doctrinas religiosas. Un hombre que había estudiado en un seminario antes de tener una ECM hizo una relación muy precisa: "El médico me dijo que había "muerto" durante la operación. Pero yo le dije que había llegado a la vida.

En esa visión vi qué tonto y engreído era yo con toda esa teología, despreciando a quienquiera que no fuese miembro de mi congregación o no adhiriera a las mismas creencias teológicas que yo. Conozco mucha gente que se va a sorprender cuando se de cuenta de que al Señor no le interesa la teología. En realidad, parece que Él se divierte con eso, pues no estaba para nada interesado en mi Iglesia. Quería saber qué había en mi corazón, no en mi cabeza".

SÍNDROME DEL REINGRESO

Así han denominado varios investigadores a la readaptación normal al mundo de los vivos. En 1895, Moody comenzó una práctica a este respecto, estrictamente espiritual, cuando advirtió que la gente que tenía experiencias espirituales poco comunes tenía problemas en hacerlas parte de su vida.

Por ejemplo: a menudo a los demás no les interesa escuchar nada sobre las experiencias de las personas con ECM. Se molestan por esto e incluso tal vez piensan que el otro está loco. Aunque parezca asombroso, cuando se trata de enfrentarse a esta experiencia las personas con ECM reciben poco apoyo de parte del cónyuge o familia. A menudo los marcados cambios en la personalidad que acompañan a la ECM provocan tensión en el entorno.

Se ha intentado explicar de muchas maneras las ECM, describiéndolas como algo distinto de lo espiritual o de las visiones del otro mundo. Varias teorías –teológicas, médicas y psicológicas– tratan de explicarlas como un fenómeno físico y mental que tiene que ver más con una disfunción del cerebro que con una aventura del espíritu.

Pero hay algunos obstáculos en contra de esas teorías: ¿Cómo es que una persona con ECM puede dar un informe tan elaborado y lleno de detalles sobre la resucitación, explicando en su totalidad lo que los médicos hacían para volverlos a la vida?. ¿Cómo es que tanta gente puede explicar lo que estaba pasando en otras habitaciones del hospital mientras sus cuerpos estaban en la sala de operaciones?

Entre los que han tratado de explicar la "experiencia del túnel" como un recuerdo sobrante de la experiencia de nacer se encontraba nada menos que Carl Sagan, el renombrado astrónomo mediático. El hecho de que todo el mundo experimente el nacimiento explicaría por qué las ECM son similares, ya sea que le ocurran a un budista o a un cristiano. Pugnando por salir del vientre materno, la mayoría de nosotros ha tenido la experiencia de ser tironeado hacia un mundo colorido y brillante por gente contenta de vernos.

No es extraño que Sagan relacionara el nacimiento con la muerte. En su best-seller "El cerebro de Broca: reflexiones sobre el romance de la ciencia", Sagan escribe: "Hasta donde pueda imaginar, la única alternativa es que cada ser humano sin excepción, ya ha compartido una experiencia como la de esos viajeros que vuelven del país de la muerte: la sensación de volar; el salir de la oscuridad hacia la luz; la experiencia en la que, al menos en algunas veces, se puede percibir débilmente alguna figura heroica bañada en gloria y esplendor. Existe sólo una experiencia común que se iguala a esta descripción. Se llama nacimiento".

El doctor Carl Becker, profesor de Filosofía en la Universidad de Hawai, examinó la investigación pediátrica para determinar exactamente cuánto sabe un niño al nacer y cuánto puede recordar de la experiencia. Su conclusión es que los bebés no recuerdan haber nacido y no poseen la facultad de retener esa experiencia en el cerebro. Becker afirma que la percepción infantil es demasiado deficiente como para ver lo que pasa durante el nacimiento.

Otro argumento, apoyado por ciertos estudios, es que los chicos tienen poca memoria para formas o diseños. Y como sus cerebros no están bien desarrollados y no han sido expuestos a la vida fuera del vientre materno, tienen poca capacidad para codificar lo que ven.

Una nota final para la teoría de Sagan: la mayor parte de las veces la experiencia del túnel implica un rápido pasaje hacia una luz al final del túnel. En la experiencia real de nacer, el rostro del niño se aprieta contra las paredes del canal. Los bebés no están mirando hacia una luz que se acerca, como sugiere la teoría de Sagan. A medida que se ven empujados hacia su entrada al mundo, no pueden ver nada.

Algunos han denominado la experiencia del túnel la "entrada al otro mundo", y por lo común se la describe como la sensación que se tiene al acelerar a través de un túnel hacia un punto de luz al final que se va haciendo cada vez más grande. Algunos investigadores creen que la experiencia del túnel se debe a la reacción del cerebro al creciente nivel de dióxido de carbono (CO2) en la sangre. Este gas es un subproducto del metabolismo del cuerpo: se aspira oxígeno y se exhala aire que contiene un nivel más elevado de CO2. Cuando una persona deja de respirar por un ataque al corazón o una lesión grave, el nivel de CO2 en la sangre se eleva rápidamente. Cuando el nivel se eleva demasiado, los tejidos empiezan a morir.

 

    Como la inhalación de CO2 se usó mucho en los años '50 como una forma de psicoterapia, sus síntomas son conocidos y han sido experimentados por una respetable cantidad de pacientes. Los estudios de esta terapia anticuada describen la experiencia como un viaje por un túnel o como un estar rodeado de luces brillantes. La información es que la inhalación de CO2 está acompañada por cosas como seres de luz y revisiones de la vida.

Casi podríamos aceptar la causa de la experiencia del túnel como la presencia de demasiado CO2 (lo que seguiría sin explicar las "clarividencias" de ese momento) si no fuera por la investigación del doctor Michael Sabom, cardiólogo de Atlanta, Estados Unidos. En algunos casos, Sabom midió el nivel de oxígeno de pacientes en el mismo momento de sus ECM y encontró que dicho nivel era superior al normal. En todo caso, el hallazgo de Sabom demuestra la necesidad de continuar las investigaciones.

Algunos postulan que las ECM son solamente alucinaciones, hechos mentales producidos por el estrés, falta de oxígeno o, en algunos casos, drogas. Sin embargo, uno de los argumentos más fuertes en contra de la ECM como alucinación es su aparición en pacientes cuyos electroencefalogramas (EEG) son completamente planos.

El EEG mide la actividad eléctrica del cerebro, registrándola mediante unas líneas inscriptas en una tira de papel. Estas líneas suben y bajan en respuesta a la actividad eléctrica del cerebro cuando la persona piensa, sueña, habla o hace virtualmente cualquier cosa. Si el cerebro muere, el EEG produce líneas planas, lo que implica que el cerebro es incapaz de pensar o actuar. Un EEG plano es en la actualidad la definición legal de la muerte en muchos países.

Pero hay muchos casos en que gente con un EEG plano ha tenido ECM. Por supuesto, vivieron para contarlas. Sólo el mero número de esta gente indica que, al menos con algunos, las ECM han ocurrido cuando estaban técnicamente muertos. Si hubieran sido alucinaciones, se habrían visto reflejadas en el EEG.

Deberíamos decir que los EEG no son siempre la medida exacta de la vida del cerebro. Algunas veces, éste puede estar vivo a un nivel tan bajo que el EEG no registra ninguna actividad. Del mismo modo existe una multitud de fenómenos científicos fascinantes acerca de los que el público lego nunca oyó hablar. Entre ellos están las alucinaciones autoscópicas.

Algunos escépticos han sostenido que las experiencias fuera del cuerpo que han descripto las personas con ECM no son nada más que eso. Pero hay una gran diferencia entre las dos. Una alucinación autoscópica es una proyección de la propia imagen en el propio espacio visual, de modo que uno se "ve" a sí mismo del modo en que vería a otro. Esta experiencia algunas veces está relacionada con fuertes dolores de cabeza y epilepsia.

En general, una persona ve sólo su propio torso. Pero en ocasiones, la gente da cuenta de haberse visto todo el cuerpo. Muy a menudo la imagen parodia los movimientos de la persona que está viviendo la experiencia autoscópica. Por lo común, se la describe como una imagen transparente y por razones totalmente desconcertantes para nosotros, el fenómeno ocurre generalmente durante el ocaso.

Abraham Lincoln dijo haber tenido tal experiencia en la Casa Blanca. Una noche estaba sentado en un sofá y vio una imagen completa de sí mismo, como si se estuviera mirando en un espejo. Imposible decir qué efecto tendría hoy un informe como éste desde la Casa Blanca.

Moody fue testigo directo de un caso semejante con una víctima de un ataque de apoplejía que atendió en un hospital. Le dijo que el primer síntoma de la enfermedad le vino mientras estaba sentado durante una cena y empezó a sentir dolores de cabeza. No pensó mucho en ello hasta que levantó los ojos y se vio a sí mismo entrando en la habitación. Tenía puesto un traje con una flor en el ojal, y se disponía a sentarse y pasar un buen rato.

Estos fenómenos existen y son ampliamente conocidos. Pero son muy distintos de las experiencias fuera del cuerpo (EFC, en literatura angloparlante se las llama OOBE: out of body experience) que suceden durante las ECM. En la EFC típica, la persona dice tener su punto de vista fuera del cuerpo físico. Y que ve su cuerpo desde cierta distancia. No ve al cuerpo como transparente, sino sólido, como en la vida real. Asimismo, habla de un centro de consciencia localizado fuera del cuerpo físico.

En una alucinación autoscópica la consciencia está dentro del propio cuerpo, igual que en la experiencia del lector al leer estas líneas. El punto de vista de una EFC es diferente, además, en otros sentidos. Por ejemplo, las personas con EFC frecuentemente afirman que andan a su alrededor y pueden describir con precisión lo que sucede en lugares que sus cuerpos no están ocupando. Puesto que la perspectiva en las alucinaciones autoscópicas son desde el cuerpo físico, este fenómeno no permite viajar.

Algunos creen que las ECM configuran un mecanismo de la mente para poder enfrentarnos con nuestra peor realidad, la muerte. De acuerdo con esto, lo siniestro de la situación lleva a la mente a engañarse a sí misma y hacerse creer que está en una situación mejor. He aquí una versión simplificada de esta teoría:

- Hay dos maneras de responder a un peligro. Si podemos hacer algo físicamente para cambiar la situación –apartarnos de un automóvil que nos va a atropellar– lo hacemos. Si no podemos hacer nada –si el coche nos atropella– entonces la mente debe volverse hacia adentro para poder manejar el problema. Hace esto disociándose de la situación, y en algunos casos creando un mundo de fantasía.

- Aunque la fantasía pueda parecer una manera pasiva de enfrentar un problema como el de ser atropellado por un auto, puede ser lo mejor que podemos hacer; puesto que una situación de vida o muerte es dolorosa o paralizante, estamos demasiado afligidos como para tomar medidas físicas contra el dolor.

- Para conservar energía y mantener el cuerpo en funcionamiento, la mente se desliza más profundamente en su cómoda fantasía. Esto nos permite poner fuera de foco al extremo dolor, y hacer que el cuerpo se relaje un poco para manejar mejor sus problemas internos.

- En el dolor, el cerebro fabrica los llamados opiatos cerebrales, o endorfinas, que son cerca de treinta veces más poderosas que la morfina. Podemos llegar a sentir sus relajantes efectos después de una sesión de vigoroso ejercicio. Son la causa de la deliciosa sensación conocida como el "high" del corredor. Pero en el caso de ser atropellado el cerebro fabrica mucho más de esta sustancia que en el caso del corredor. entonces, la disociación y la fantasía se hacen mucho más intensas. Empiezan a pasar cosas raras. Uno cree dejar el cuerpo. O quizás se encuentra volando por un túnel a velocidades supersónicas hacia una luz brillante. Puede que veamos a nuestros abuelos muertos o a otros parientes fallecidos. Puede que nos salude un magnífico ser de luz y que nos lleve a un examen de nuestra vida. Tal vez querríamos quedarnos en este "cielo", pero el ser de luz dirá que es hora de volver. En instantes –no sabemos cuánto tiempo, realmente– sentimos como si nos "aspiraran" hacia el cuerpo.

- Volvemos cambiados al cuerpo real. Esta experiencia provocada por una droga producida por el cerebro nos ha cambiado. Nos ha hecho ver el mundo de otra manera. Se puede pensar en este episodio como un avizoramiento de la vida en el más allá. Pero algunos investigadores piensan simplemente que acabamos de ver nuestro "último cuento antes de dormir".

Esta teoría es muy prolija. Pero no explica las ECM. En primer lugar, no sabemos de ninguna investigación que relacione las endorfinas con alucinaciones u otros fenómenos visuales. Sin embargo, sí sabemos que los corredores de fondo y otros atletas en deportes de resistencia producen una extraordinaria cantidad de endorfinas cuando se entrenan o compiten.

Con frecuencia se sienten eufóricos después de una intensa ejercitación. Pero no conozco ningún caso de atletas de resistencia que hayan informado de elementos de las ECM, a menos que se hayan casi muerto durante el ejercicio. El último cuento antes de dormir tampoco explica las experiencias fuera del cuerpo en las que se describen objetos y acontecimientos con toda exactitud desde fuera del cuerpo.

Puede que aquellos que no se sienten capaces de enfrentar un rápido acercamiento de la muerte la nieguen creando la fantasía de que sobreviven. Esta es una forma de realización de deseos. Es defensiva por naturaleza porque pretende defendernos de la aniquilación total. El más obvio argumento en contra de esto es que todas las personas con ECM básicamente tienen la misma experiencia. Si fuera simplemente una realización de deseos, los informes de ECM serían todos distintos, sin nada en común.

Otra dificultad de esta explicación es que una defensa psicológica como la realización de deseos mantiene el status quo, ya que la psiquis quiere permanecer intacta. Una experiencia cercana a la muerte es muy diferente por el hecho de que representa un descubrimiento. En vez de mantener a la gente como era, las hace enfrentar la vida de un modo que nunca hicieron antes.

Después de la ECM, la gente se enfrenta a sus verdades personales de manera profunda. Y esto le hace feliz. Al revés de la expresión de deseos que se conoce como "soñar despiertos", que nos alivia temporalmente respecto del mundo, la ECM es una plataforma de lanzamiento hacia un cambio que durará toda la vida.

Por más de treinta años, el doctor Moody ha trabajado en la vanguardia de la investigación de las ECM. A lo largo de sus estudios, ha escuchado los relatos de miles de personas sobre sus viajes profundamente personales hacia... ¿dónde?. ¿Al mundo del "más allá"?. ¿Al "cielo" que le enseñaron en su religión?. ¿A la región del cerebro que se revela sólo en momentos de desesperación?

Hemos hablado con muchos investigadores en ECM acerca de sus trabajos. La mayoría cree en lo profundo de su corazón que las ECM son una percepción de la vida después de la vida. Pero como científicos, aún no han conseguido la "prueba científica" de que una parte de uno sigue viviendo después que nuestro ser físico muere. Entretanto, seguimos tratando de contestar de una manera científica la desconcertante pregunta: ¿qué pasa cuando morimos?

No sabemos si la ciencia podrá alguna vez responder esta pregunta. Puede ser considerada desde casi todos los ángulos, pero la respuesta nunca será completa. Incluso si la ECM fuera duplicada en un laboratorio, ¿después qué?. La ciencia oiría otra vez la historia de un viaje que no se puede verificar.

A menudo me preguntan si creo que las ECM constituyen evidencia de vida después de la muerte. Mi respuesta es que sí. Son varias las cosas que me hacen aseverar esto con total convicción. Una es la experiencia fuera del cuerpo, en las que las personas describen detalladamente los intentos de salvarle la vida. Lo que más me impresiona respecto de las ECM son los enormes cambios de personalidad que se producen en la gente. La realidad y poder de las ECM queda demostrada por la transformación total de quienes tienen la experiencia. Basado en tal examen, estoy convencido de que las personas con ECM llegan a visitar el más allá, y a pasar brevemente a esa otra realidad.

Carl Jung resumió este sentir sobre la sobrevivencia a la muerte en una carta escrita en 1944. Es especialmente significativo puesto que el mismo Jung, justo unos meses antes de escribir la carta, había tenido una ECM durante un ataque al corazón. "Lo que sucede después de la muerte es tan inexpresablemente glorioso que nuestras imaginaciones y sentimientos no bastan para formarnos siquiera un concepto aproximado de ello" (...)

"Tarde o temprano, todos los muertos se transforman en lo que también somos. Pero en esta realidad, sabemos poco y nada acerca de ese modo de ser. ¿Y qué sabremos aún de esta tierra después que muramos?. La disolución en la eternidad de nuestra forma inserta en el tiempo no hace que se pierda su significado. Mas bien, lo pequeño se conoce a sí mismo como parte del todo".

PORQUÉ LOS CIENTÍFICOS SE RESISTEN A INVESTIGAR LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE

Hay dos características principales fácilmente discernibles en la literatura actualmente existente en el mercado en torno al tema de la sobrevivencia a la muerte. Por un lado, el hecho de que la misma consiste en una recopilación más o menos confiable –según el caso– de anécdotas que abonarían tal hipótesis, enfoque éste que si bien puede resultar interesante para abrevar en las fuentes que motivan estudios como el presente, no es menos cierto que responde a un interés más consumista del gran público, generalmente reacio a sumergirse en elucubraciones más o menos complicadas.

La segunda característica observable, es que si bien muchos de esos textos están escritos por profesionales que pueden recibir holgadamente la calificación de científicos –Moody, por ejemplo– como comentara, evitan referirse a la cuestión que da título a estos párrafos y que puede ser crucial a la hora de zanjar definitivamente el tema de la aceptación académica –o no– de la vida después de la muerte.

Obviamente, sería pedante de mi parte creer que estamos en condiciones de responder taxativamente a este interrogante desde aquí, pero, cuanto menos, considérense los argumentos que siguen como un modesto aporte de ciertas reflexiones que, o bien encauzarán planteos y requisitorias posteriores en ese sentido, o bien, quizás detonando vaya a saberse qué oscuros mecanismos psicológicos, provoque en algún científico lector, tal vez hasta ahora prudentemente escéptico en el tema, una vocación dormida por investigarlo.

Tal pregunta –la del título– puede completarse con este interrogante subsiguiente: ¿Cómo es posible que el tema más trascendente, importante y común a la especie humana, como es la muerte –ya que, de hecho, nos toca a todos– ha recibido tan poca atención por parte de los esquemas académicos?. Y en cuanto a la Vida después de la Muerte, aun si se tratara sólo de una mera, remota e infantil posibilidad... ¿acaso no merecería, aun así, ser exhaustivamente investigada?. Porque por remota que fuera tal probabilidad, la más lejana estadística que avalara su existencia significaría una revolución filosófica, cultural, religiosa, social y hasta política de inconcebibles alcances para la Humanidad.

Varios argumentos pueden oponerse a esto. En primer lugar, y a riesgo de que parezca una reducción simplista, creo personalmente que todo estriba en una cuestión de prejuicios. Aunque el término correcto sería escrito así: pre-juicios. Es decir, como muchos científicos no creen "serio" el tema de la vida después de la muerte, sencillamente no se plantean el investigarlo. Lo que equivale a decir que como no creen a priori, entonces, ¿para qué seguir?.

Esta, ciertamente, parece una actitud muy poco científica, ya que generalmente se tiene la impresión de que un científico considera el tema a investigar con absoluta objetividad e imparcialidad, despersonalizando la investigación de sus creencias y expectativas, hasta llegar a un resultado incontrastable. Pero no necesariamente es así.

Dejando de lado el altísimo número de descubrimientos que son más obra de la casualidad (como Fleming y la penicilina, por ejemplo) que de la búsqueda consciente, en los demás casos el investigador procede de la forma exactamente opuesta: ya tiene una sospecha, una idea sobre un tema determinado, y es en función de esa sospecha y no del tema en sí que se diseñan los experimentos que llevarán a su ratificación o rectificación. Si no aparece alguien con la audacia suficiente, se puede tener a mano todo el instrumental, todo el esquema teórico, los mejores cerebros disponibles y, aun así, pasar por alto verdades evidentes y sencillas.

El prejuicio a que hiciéramos referencia se relaciona –para descargo de los científicos– con una cuestión cultural entendible. Socialmente, hasta fechas muy recientes, el tema de la vida después de la muerte era "poco serio", más dominio de las religiones, los iluminados y los espiritistas que campo de análisis universitario.

Y en un mundo donde la Ciencia no está encerrada en torres de cristal sino que compite salvajemente por conseguir un lugar en el establishment, dedicarse a investigar este tema puede costarle al audaz no sólo el título de "brujo" sino también, alejarlo significativamente de subvenciones, becas, invitaciones a congresos, editoriales respetables y cátedras, conjunto de elementos que hacen, lógico, al modus vivendi del científico de este siglo.

Y no se crea ver en este comentario un concepto hiriente del espiritismo, aunque creo personalmente que el mismo poco tiene que ver con la verdadera investigación sobre el tema, y me explico: si bien muchas escuelas espíritas se endilgan el mote de "científicas" y se habla de una "ciencia del espiritismo", tengo mis buenas objeciones al respecto. En primer lugar, porque esa historia de diálogos morales y paternales de los espíritus hacia asombrados humanos no guarda mucha coherencia con la estructura de pensamiento que hemos esbozado a lo largo de estas líneas (salvo, quizás, con los comentarios sobre Moody el cual, como buen ser humano, también tiene derecho a equivocarse) la cual, aunque quizás falible, intenta poner un orden metodológico en un caos que de lo contrario seguiría siendo inabordable por un intelecto crítico.

En segundo lugar, las descripciones sobre la vida en el más allá y sus enseñanzas puritanas suenan demasiado decimonónicas, barrocas y tendenciosas; reflejan la extensión de un concepto cristiano de la vida, cuna, por otra parte, del espiritismo codificado a mediados del siglo pasado por el francés Hyppolite León Denizard Rivail (alias "Allan Kardec"), a mi criterio, uno de los pocos pensadores que dio a luz esta corriente religiosa digno de consideración, aunque anticuado. Como ya he escrito en alguna oportunidad: si Allan Kardec hubiera nacido en el siglo que corre, sería parapsicólogo.

Empero, la observación principal que puede hacerse a la "ciencia espírita" es ésta: pese a que sus seguidores se "llenan la boca" con ese término, prácticamente no he encontrado ninguno que supiera, siquiera, qué significa –filosóficamente hablando– el concepto y la metodología de lo científico y que, por otra parte, pudiera demostrar que el trabajo espiritista se lleva a cabo respetando las reglas que impone la investigación científica.

Un espiritismo nacido en la India hubiera contado "otra versión" del Más Allá, donde sería Siddharta Gautama o Khrisna –y no Jesucristo– el Maestro, donde sería la gráfica sánscrita del "om" y no la cruz el símbolo elegido para manifestarse. Y un espiritismo que quisiera llamarse científico, además de proclamar a los cuatro vientos el advenimiento del Amor –hermoso, sí, pero poco práctico a los fines documentales– entrenaría a sus seguidores en la observación analítica, la evaluación "doble ciego" y el seguimiento de los casos, en lugar de supeditarlo todo al Dogma y la Fe. Estos últimos pueden enaltecer al espíritu, pero no hacen a la Ciencia.

De todo esto podemos inferir un error –psicológico, estrictamente hablando– que cometen quienes creen poco serio estudiar la vida después de la muerte: un tema cualquiera no es absurdo en sí. Lo absurdo –o poco serio– será el método con que sea encarado su estudio.

Por supuesto, sería pecar de ingenuos creer que todo el problema de la falta de atención científica al tema de la vida después de la muerte se reduce a las consideraciones aquí planteadas. Hay, aunque parezca jamesbondiano decirlo, fuertes intereses en juego, políticos y hasta raciales si se quiere, para frenar la dedicación al mismo.

En primer lugar, porque de "oficializarse" su existencia, en desmedro de la potestad que una religión cualquiera podría exigir sobre el tema haría desmoronarse como castillos de naipes los esquemas de creencias montados a través de los siglos, sobre el cual se asientan innúmeras estructuras de poder. Que el premio del Cielo o el Infierno no dependa de obedecer al pastor, maestro o sacerdote del barrio pues responda a mecanismos elevados mucho más sutiles, significaría el descrédito para millones.

Al Espiritismo tampoco le conviene, sobre todo si la VDM se perfila en los trazos que planteara en este ensayo. Y el Espiritismo es, económica y políticamente, muy fuerte (no olvidemos que maneja al Brasil). Por otra parte –y aquí está lo racial– observemos que, salvo honrosas excepciones, los científicos anglosajones no consideran con mayor interés este tema, por las razones ya apuntadas.

En cambio son, por ejemplo, los científicos hindúes provenientes de un medio cultural donde lo espiritual sí priva sobre lo material y lo social, quienes brindan amplio crédito a las investigaciones parapsicológicas en este sentido. Pero, claro, son hindúes. Es decir, de tez aceitunada, tercermundistas y además usan turbante. He visto científicos norteamericanos mirar con indisimulada sorna a sus colegas sudamericanos o africanos, la suficiente cantidad de veces como para aceptar que esta actitud bárbara puede pesar lo suyo en esta situación.

También debe tenerse en cuenta que raramente se destina personal altamente calificado y presupuestos millonarios a investigaciones científicas "puras". Esto es, que no brinde resultados prácticos concretos. Los grandes laboratorios y corporaciones científicas del mundo (Westinghouse, Sandoz, Johnsonn & Son, Mitsubishi) progresan rápidamente porque sus campos de trabajo (médico, nuclear, electrónico, bélico) les permite obtener réditos más o menos inmediatamente.

Pero las ciencias que sólo persiguen la búsqueda del conocimiento (como la arqueología o la parapsicología, por ejemplo) carecen de esos apoyos y, en consecuencia, lentifican sus progresos. La imagen del científico amante de la Humanidad que sacrifica todo para consagrarse por entero a su trabajo y que, una vez alcanzados los resultados se siente realizado por el hecho en sí, legando su aporte al mundo, es sólo una imagen romántica tan difícil de hallar como –Silvio Rodríguez dixit– un unicornio azul.

Y una última consideración: el problema principal estriba, sin embargo, en la obtención de "pruebas científicas". Pero, ¿qué es una "prueba"?. Lo que para mí puede ser una evidencia irrebatible, para otro sólo un aspecto falaz de mis investigaciones. Una prueba sólo es total en el marco de razonamientos en que es insertada. Lo cual exige una creencia a priori. En consecuencia, si mi creencia a priori es que la VDM no existe, difícilmente encontraré una evidencia que no pueda refutar sofísticamente. Hasta que me toque.

TANQUE DE FLOTACIÓN: CÓMO EXPERIMENTAR LAS SENSACIONES DE UN PAQUETE DE MEMORIAANTES DE SERLO UNO MISMO

La vivencia ocurrió dentro de un tanque de flotación. El doctor John Lilly, que estaba estudiando los estados alterados de consciencia, la describió así al salir:

"...Estoy dentro de un gran espacio vacío sin nada alrededor excepto la luz. Una luz dorada impregna el espacio en todas las direcciones, hasta el infinito. Soy un punto único de la consciencia, del sentimiento, del conocimiento. Sé que soy. Eso es todo.

El espacio dentro del cual me encuentro es muy pacífico, reverencial, imponente. No tengo cuerpo. No tengo necesidad de un cuerpo. Soy apenas yo. Estoy pleno de amor, calor y luminosidad. De pronto, a la distancia, aparecen dos puntos similares de consciencia, dos fuentes de luminosidad, de amor y de calor. Siento su presencia. Veo su presencia, sin ojos ni cuerpo. Sé que están ahí; de modo que ellos están ahí. A medida que se acercan, siento cada vez más a cada uno de ellos, interpenetrando mi ser. Me transmiten pensamientos tranquilizantes, reverenciales, imponentes.

Advierto que son seres mucho más grandes que yo. Comienzan a enseñarme. Dicen que me puedo quedar en este lugar, que he dejado mi cuerpo, pero que puedo retornar a él si lo deseo. Luego me muestran qué ocurriría si dejo mi cuerpo atrás: un sendero alternativo a tomar. También me muestran dónde puedo ir si me quedo en este lugar. Dicen que aún no ha llegado el momento de abandonar mi cuerpo en forma permanente, y que todavía puedo optar por volver a él. Me dan una absoluta confianza, una total certidumbre en la verdad de mi existencia en esta condición. Yo sé que, con absoluta certeza, estos seres existen. No tengo dudas. Ya no hay necesidad alguna de un acto de fe; todo es de esta manera y lo acepto.

El profundo amor majestuoso y poderoso de estos seres me abruma hasta un cierto punto, pero finalmente lo acepto. A medida que se acercan más aún, descubro menos y menos de mí mismo y más de ellos dentro de mi ser. Se detienen a una distancia crítica y entonces dicen que ahora me he desarrollado sólo hasta el punto donde puedo soportar su presencia dentro de esta distancia particular. Si se acercan más, me abrumarían, y me perdería a mí mismo como entidad cognitiva, fusionándome con ellos.

Además, dicen que yo los he separado porque esa es mi manera de percibirlos, pero que en realidad son sólo uno en el espacio dentro del que me encuentro. Dicen que yo aún insisto en que soy un individuo, forzando una proyección sobre ellos como si fueran dos. Luego me transmiten que si yo vuelvo a mi cuerpo tal como me he desarrollado, eventualmente llegaré a percibir la unidad entre ellos y yo, y muchos otros.

Dicen que son mis guardianes. Que han estado antes conmigo, en períodos críticos, y que en realidad siempre están conmigo, pero yo generalmente no estoy en condiciones de percibirlos. Estoy en condiciones de percibirlos cuando me acerco a la muerte del cuerpo. En esta condición no existe el tiempo. En esta condición, hay una percepción inmediata del pasado, presente y futuro, como si todo ocurriese en el momento presente...".

Y he aquí conformada, entonces, una aproximación, por igual crítica y vivencial, a ciertos estados característicos de la transición de la vida a la muerte. Así que analicemos en detalle todas sus etapas.

En primer lugar, ¿quién es John Lilly? Biólogo y psicólogo, es uno de los cerebros de la ola postmodernista de California. Experto contratado por la Marina de los Estados Unidos para estudiar el comportamiento y lenguaje de los delfines (fue quien dio los pasos de más largo aliento en el desciframiento de sus códigos de comunicación) abandonó tal proyecto cuando advirtió que el uso bélico que se les pensaba dar a estos animales los conduciría irremediablemente hacia la destrucción.

En efecto, el generalato del Pentágono había dado el "visto bueno" a la intentona de adosar, al lomo de cada uno de estos nobles mamíferos acuáticos, una poderosa mina submarina con un detonador fijado en sus trompas, entrenándolos para dirigirse hacia blancos enemigos como zoológicos kamikazes. Dado que fue Lilly quien reveló a la opinión pública la barbaridad de este programa secreto, eso le valió el encono de los militares los cuales, por supuesto, no desaprovecharon a partir de allí oportunidad alguna de desacreditarle.

Lilly se dedicó los siguientes quince años a investigar profundamente el fascinante campo de los "estados alterados de consciencia", es decir, todo estado de percepción y sensación psicológica más allá de la vigilia, el sueño, la ensoñación y la hipnosis. Yoga, LSD, meditaciones orientales, todo camino, encarado bajo absoluto control científico, fue bueno para acercar una óptica revolucionaria a la Psicología. Así, él fue el primero en postular que las percepciones de los esquizofrénicos –especialmente las místicas– no se debían a "alucinaciones" de marco meramente neurológico, sino que serían en realidad percepciones de un orden "distinto" de Realidad, como si aquella ventana que regla nuestro conocimiento del mundo que nos rodea se ampliara. Y volveremos sobre esta "ventana" antes de terminar.

Uno de los métodos que este científico priorizó fue el del llamado "tanque de flotación". Consiste éste en una cámara hermética, donde cabe perfectamente cómodo y horizontal un cuerpo humano, el cual, completamente desnudo, se sumerge en agua tibia para privarlo de toda sensación táctil, agua con altísimo contenido en sales para permitirle flotar sin esfuerzo alguno en su superficie. Este tanque tiene, obviamente, un termostato para mantener constante la temperatura del líquido, además de un sistema de renovación del aire y un micrófono disimulado para que, si el sujeto del experimento se siente estresado en la absoluta oscuridad y el total silencio, pueda pedir que se le de salida.

El tanque está insonorizado, es decir, ningún ruido del exterior puede penetrar en él. El sujeto, en consecuencia, no siente, no ve, no escucha. Su mente se ve así privada de las sensaciones y percepciones provenientes del entorno con que habitualmente nos bombardea el mundo, condicionando no solamente nuestras respuestas ante éste sino también el espacio de manifestación que queda libre para nuestra psiquis (aun cuando dormimos, porque roces, pesos, cambios de temperatura, luces y ruidos siguen actuando sobre ella).

En esa situación, somos lo más parecido posible a un cerebro sin cuerpo que flota, libre de limitaciones. Y quien supere la primera media hora de experiencias –no aptas para clautrofóbicos– comienza a vivenciar experiencias sorprendentes. La mente, libre de condicionamientos orgánicos, pierde gran parte de su capacidad de raciocinio (o mejor deberíamos decir, de su "exigencia condicionada de raciocinio por el marco psicosocial que nos rodea") y, simplemente, "siente". Si mi mente racional "piensa" en una flor, este pensamiento pasa por las fases de identificación de la misma, determinación del conjunto por la suma de sus partes, recuerdos asociados...

En cambio, en ese estado "alterado" –en el sentido de "modificado"– de consciencia que describimos, ésta, sencillamente, "siente" la flor. Y, desde el punto de vista cognitivo, esta forma de percibir las cosas es tan "real" –si no más– que la que nos propone el convencionalismo psicológico.

En el tanque de flotación, la mente recuerda aquello que creía olvidado, descubre lo verdadero o falso de situaciones que hasta ese momento pasaban por insolubles, descubrimientos que no se apoyan en argumentos en contra o en pro, sino sólo en "saber"; viaja, también, a otros puntos geográficos o temporales, observando situaciones y percibiendo informaciones como si allí hubiera estado el individuo en cuerpo presente... o como si hubiera hecho un "viaje astral".

Esto del viaje astral quizás encuentre su justificación en las experiencias con tanque de flotación. Por supuesto, alguien argumentará que nada demuestra la existencia de un "cuerpo astral" desde el punto de vista de la  necesaria metodología científica. Pero las sensaciones que los cultores refieren atravesar durante los mismos son en un todo semejantes a las que se perciben dentro del tanque de flotación.

Personalmente he intentado el viaje astral muchas veces, las ocasiones en que creo haber tenido algún progreso mi percepción se parecía más al "punto de consciencia" descripto por Lilly que a un Gustavo Fernández astral deambulando por el aire. Es decir, mi consciencia estaba ahora "allá", percibiendo –no sé si decir "observando"– datos que después me eran confirmados como ciertos y, al pensar en mi abandonado y querido cuerpo físico, instantáneamente pasaba a estar "aquí", donde reposaba acostado.

La imaginación en aquellas percepciones quedaba descartada ante la realidad contrastable de lo percibido, pero sospecho que esa romántica descripción de las circunstancias colaterales del "viaje astral" que hacen algunos autores, tiene más de novelesco que de objetivo.

Los "espacios" descriptos por Lilly en particular o por quienes hemos trabajado con tanques de flotación en general, ilustran bastante acabadamente no solamente el ámbito en que se desenvuelven los "paquetes de memoria", sino también la naturaleza de las percepciones de los mismos, así como las seguras dificultades que encuentran luego de su tránsito para adaptarse a este nuevo marco referencial, debiendo mediar –sin duda– un "aprendizaje", tanto o más difícil que el que conlleva el infante en sus dos primeros años de vida.

No olvidemos que la mente consciente es la que objetiviza y "modula" sus reacciones en base a sus percepciones, mientras que la inconsciente dramatiza simbólicamente sin condicionamientos sensoriales. Así, los obvios planteos que nosotros, seres vivos, nos haríamos de estar en la situación transitoria de la muerte sólo son obvios para nosotros, que entendemos lo que nos rodea por acción volitiva de nuestra consciencia. El Inconsciente (y hablo aquí del Individual) librado a tomar conocimiento de las cosas sin esos condicionamientos, tendrá reacciones quizás emocionales, seguramente atemporales y subjetivas.

Tal es el caso, ya comentado, de un individuo que muere en situación violenta, no llegando a tomar consciencia de que está "muerto" o, aún, no creyó –en vida– en la sobrevivencia a la muerte. No toma consciencia de su nuevo estado, y lo que para nosotros serían evidencias más que contundentes de que "algo raro pasa" (deambula entre sus familiares y nadie les presta atención, pasa a través de objetos sólidos sin daño aparente, transcurren los años sin cambios físicos) no serían "analizados" por el "paquete de memoria" porque, precisamente, carece de raciocinio. O bien, cuenta con él pero desprecia su uso, como nosotros mismos contamos con la posibilidad psicológica de vivenciar iluminísticamente las percepciones (el estado de "satori" o "nirvana", por caso) pero pocos son los que recurren a ellos como herramienta para el desenvolvimiento mental.

    Recordemos aquí la teoría de los "sensa" y los "psicones" que esbozáramos en segmentos anteriores. En el ser humano común, los "sensa" (partículas informativas exógenas al sujeto) bombardean a éste permanentemente, "manteniendo en su lugar" a los "psicones", esto es, en el límite que impone el cuerpo físico. La psiquis es, así, objetiva, condicionada por la deformada decodificación de las percepciones que hace el sistema neurológico.

En el tanque de aislamiento, el límite de acción de los "sensa" es el propio tanque, y el "psicón", ya más libre, extiende "fuera" del cuerpo físico su acción, entre otras cosas, liberando su Potencialidad Parapsicológica o drenando más fácilmente información sedimentaria del Inconsciente Colectivo. Muerto el individuo y destruído el filtro de los "sensa" –el cuerpo– el "psicón" queda libre, al igual que una partícula atómica capturada en un campo magnético artificial continúa su deambular cósmico cuando el mismo es anulado.

Las experiencias con tanque de flotación demuestran fundamentalmente esto: que los estados vivenciales esbozados a lo largo de este trabajo como teoría y anecdóticamente descriptos por quienes, accidental o voluntariamente y por distintos caminos, se aproximaron a ese estado, existen, son reproducibles en condiciones objetivas de laboratorio y bajo estricto control; en consecuencia, son abordables metodológicamente y dignos de atención científica.

Por supuesto, algún lector poco informado puede preguntarse si tales estados no son explicables más convencionalmente, por ejemplo, como producto de "alucinaciones". A ese lector le recordamos que la "hipótesis de la alucinación" está bastante gastada por los pseudopsicologistas que de esta forma tratan de explicar todo lo que escapa a lo convencionalmente enseñado en las academias de la cómoda mediocridad fenoménica de todos los días, desde la aparición de un fantasma hasta la de un OVNI.

Alucinaciones sólo tiene aquél con un historial clínico específico, con antecedentes en tal sentido, congénitos o adquiridos y además, las alucinaciones nunca se producen "a horario" o únicamente una vez en la vida; siempre son acompañadas por otras, antes o después. Si a ello le sumamos que la información recogida de las experiencias con tanque de flotación se corresponden objetivamente con situaciones de la realidad externas al sujeto, la teoría de la alucinación, por cierto, se hace poco menos que ridícula.

Acotemos que cuando hablábamos de que los "paquetes de memoria", por ejemplo, deambulan entre sus familiares percibiéndolos, no nos referimos al hecho de que los "vean" (los espíritus no tienen ojos) sino que perciban "puntos de mayor o menor densidad emocional" entre los que están, lógicamente, sus "puntos de anclaje".

PSICOFONÍAS: GRABANDO VOCES DE MUERTOS.

Algunas de las objeciones que algún lector escéptico y racionalista (si es que alguno de ellos ha continuado la lectura de este libro hasta aquí) podría considerar al leer el título de este párrafo serían de tenor similar a las que señaláramos –y refutáramos– cuando escribimos sobre "fotografías del pensamiento"; aun admitiendo la sobrevivencia de "algo" a la muerte, aun aceptando que ese "algo" puede tener improntas de la personalidad del sujeto fallecido, se hace cuesta arriba especular con que sus "voces" puedan ser captadas por un magnetófono o grabador, en primer lugar porque se da por sentado que los órganos de foniación del sujeto han desaparecido con su cuerpo, y en segundo lugar... bueno, sencillamente porque cuesta creerlo.

Sin embargo, es una real posibilidad experimental. Y lo de experimental lo agregamos en razón de que cualquiera que nos esté leyendo en estos momentos, munido de un equipo más que simple y, eso sí, una razonable dosis de paciencia, puede repetir con éxito las investigaciones que han abierto posibilidades insospechadas en el terreno de la Pasrapsicología.

La culpa de todo esto la tuvo un escandinavo, Friedrich Jürgenson, naturalista y cineasta, que en 1957 se instaló en la campiña para grabar cantos de pájaros con vistas a un documental que estaba rodando. Al escuchar posteriormente lo grabado descubrió, para su sorpresa, que superpuestas a los trinos se percibían voces humanas no audibles en el momento de trabajar en el campo. Sospechando un defecto técnico (ciertos y muy particulares desperfectos pueden hacer que un grabador funcione como una radio) pero sumamente intrigado, repitió en varias ocasiones sus ensayos, observando que en buen número de casos las voces volvían a aparecer. Amplificándolas al máximo encontró, sin duda con un escalofrío, que las "voces" se repetían, ahora, con una mayor definición. Voces entre las cuales creyó identificar la de unos amigos, entonces fallecidos...

Ese fue el comienzo histórico de las "psicofonías", experiencias que se multiplicaron, al correr de los años, ganando en cantidad de horas grabadas y en sofisticación técnica, especialmente cuando un ingeniero electrónico y parapsicólogo austríaco, Konstantin Raudive, comienza a realizar sus trabajos en un aséptico marco de objetividad científica. Todas las hipótesis convencionales para explicar este fenómeno (cintas mal borradas, registros de ondas de radio "enganchadas", errores en la fabricación de las cintas, etc.) fueron reducidas a cero. En consecuencia, la mayor parte de las buenas psicofonías que cualquiera pueda capturar (voces aisladas, conversaciones, risas y llantos, golpes, música) sólo parecen responder a alguna de las siguientes teorías propuestas para explicar el fenómeno:

1) Sonidos provocados por "fantasmas".

2) Efecto telepático del operador.

3) Sonidos "pegados" al ambiente, remanentes en el éter.

4) El operador actuando a modo de "transductor" (médium) entre el "fantasma" y las cintas magnetofónicas.

Estudiémoslas por separado:

Sonidos provocados por "fantasmas"

Empleamos el término más que convencional de "fantasma", para referirnos a lo que alternativamente hemos denominado "espíritu" o "paquete de memoria". De hecho, es un término tan correcto o tan inconveniente como cualquier otro. Esta es la teoría primaria que fuera esgrimida para explicar el fenómeno pero, ciertamente, no reúne las condiciones de tal, ya que, por ejemplo, no ilustra sobre cómo sería el mecanismo de producción del mismo, como un "paquete de memoria" podría actuar físicamente, imprimiendo una cinta. Como dijéramos al principio, un muerto carece de órganos de foniación, con lo cual no puede hablar, y menos con la coherencia que muestran los mensajes recibidos. Por otra parte, esta hipótesis se invalida por el hecho de que esas voces no son escuchadas por el operador mientras éste permanece presente.

Efecto telekinético del operador

Esta es la hipótesis que goza de más aprecio entre los parapsicólogos cientificistas, especialmente entre aquellos que no comulgan mucho (más por convencionalismo social que por íntimo convencimiento) con la tesis de la supervivencia. Según ésta, el operador, que "a priori", obviamente, espera y ansía el buen final de su experiencia, actúa "telérgicamente" ("telergia" es la denominación dada a la energía psíquica en acción) sobre la cinta, y a través de un fenómeno de "telekinesis" o "psicokinesis", altera la disposición de los elementos ferrosos de la cinta, generando así "voces artificiales".

Sonidos remanentes en el ambiente

Si bien esta es una "teoría" que goza de mucha popularidad, lamentablemente sólo revela que quien la formulara bien poco sabía de Física. No solamente por el hecho de que, como en la primera teoría, esos sonidos, si están "allí" (y "allí" significa en ese espacio físico) también deberían ser recuperados por el oído humano, sino, muy especialmente, porque el sonido no se "pega", por ejemplo, a las paredes. El sonido es sólo vibraciones ondulatorias del aire que son captados por nuestros tímpanos y decodificados por nuestros cerebros, y que, como toda energía, cumplen la ley de Entropía, tendiendo a disiparse uniformemente.

El operador como "transductor" entre el "fantasma" y la cinta magnetofónica

Esta teoría es, en realidad, un trato entre la primera y la segunda. Se explica a sí misma diciendo que el "paquete de memoria" está allí, presente, pero no puede manifestarse por sí mismo. Sin embargo, es detectado por la clarividencia inconsciente del operador quien, también inconscientemente, actúa psicokinéticamente sobre la cinta, modulando voces que responden no a sus propios simbolismos no conscientes, sino a instancias motivadoras del "paquete de memoria".

La experiencia en sí es muy sencilla. Basta munirse de un grabador de buena calidad, idealmente con micrófono exterior (es decir, no incorporado) y varios casetes vírgenes (la cantidad que usted desee, aunque el mayor número de los mismos incrementará probabilísticamente las oportunidades de captar algo), equipo este que, si cuenta usted con la oportunidad, puede reemplazar por un equipo de alta fidelidad de cinta abierta o su propia PC, que generalmente tiene mayor calidad de grabación, además de permitirle experimentar las mismas a distintas velocidades.

Cualquier lugar es bueno para instalarse, aunque se suele recomendar fuera de la ciudad, por el hecho de que el ruido apagado del tránsito, o voces de viviendas vecinas, pueden "ensuciar" la cinta, produciendo así ruidos "fantasmas"... en el sentido técnico del término. Y la noche es mejor que el día, pues el marco psicológico que presta a estas experiencias la caída del Sol es (películas yankees "clase B" mediante) el ideal por ciertos y obvios condicionamientos psicosociales.

Y a partir de aquí todo es sencillo. Se selecciona el lugar donde se ha de trabajar (un lar histórico, un cementerio, puntos con trágicos recuerdos) y, dentro del mismo, el sitio exacto donde se va a ubicar el grabador (las personas con entrenamiento radiestésico, es decir, en el uso del péndulo, pueden valerse del mismo, siendo particularmente interesante instalar sus aparatos allí donde aquél gire en sentido "negativo", es decir, levógiro, tras lo cual se ubica el mismo, dándole el máximo de volumen al micrófono y recitando alguna frase "gatillo" que se emplea como detonante.

Nosotros solemos usar aquella que dice: "Si hay alguna entidad presente, le pedimos, por favor, que se manifieste". Esta se repite cada quince minutos, con un mínimo de una hora de grabación. En el ínterin, el operador puede permanecer en el lugar, relajado y concentrado, o retirarse (los registros, depende del caso, pueden aparecer en ambas circunstancias). Luego, a rebobinar y escuchar. ¿Y qué es lo que aparece?. Voces, susurros, llantos, risas quedas, ruidos de pasos sobre la grava en momentos y en lugares donde fehacientemente no había nadie presente. Golpeteos repetidos sobre el grabador, aleteares...

Con miembros del Centro de Armonización Integral hemos realizado decenas de experiencias sobre las cuales construimos estas teorías, experiencias que, en muchos casos, han  contado,  por primera y –creo– única vez en Argentina, con apoyo oficial por parte de los municipios gobernantes de los cementerios o sitios históricos vinculados a la experiencia, como testifican estos facsímiles de una de estas experiencias, realizada con apoyo comunal y policial en el cementerio de la ciudad de Santa Fe, en 1990.

EL "JUEGO DE LA COPA"... ¿OTRA FORMA DE COMUNICARNOS?

De todos es conocido este verdadero "juego de salón", especialmente en el mundo occidental, donde se ha popularizado al extremo de difícilmente estar ausente de reuniones sociales, cumpleaños, celebraciones varias... y hasta en casamientos lo hemos visto.

Consiste sencillamente en disponer en forma de círculo sobre una mesa, un cierto número de láminas o trozos de papel, en cada uno inscripta una letra del alfabeto, además de los números 0 al 9, y uniformemente distribuidos dentro del círculo otros tres, con las palabras "Sí", "No" y "Adiós" (este último puede ser reemplazado simplemente por un punto pues, como señaláramos oportunamente, su función es la de "punto de fuga"). Un mínimo de tres participantes (y, por experiencia, no más de siete) se disponen a su alrededor y, en el centro de la mesa, una copa vuelta boca abajo, o en su defecto un vaso (por eso denominamos a esta técnica "Vasografía") sobre cuya base todos apoyan suavemente uno de sus dedos.

Uno de los asistentes hace de "líder" (prefiero no usar la palabra "médium") y otro, fuera del juego, de "escribiente", es decir, llevará nota de las "respuestas" que el juego vaya brindando. Se realiza una "invocación" (puede ser pseudo-espiritista o emplear la frase "gatillo" que sugiriéramos para las "psicofonías"). Sorpresivamente –esto ocurre casi siempre– el vaso comienza a desplazarse, generalmente en círculos, en la mesa, señalando la palabra "Sí". A partir de allí, y por intermedio del líder, pueden formularse preguntas –idealmente cuya respuesta no sea conocida por ninguno de los presentes, o sobre situaciones que se resolverán en un futuro más o menos inmediato– las cuales, sorprendentemente, tenderán a ser respondidas acertadamente.

Al finalizar, la copa deberá ser "despedida" llevándola al "punto de fuga".

¿Y qué es lo que ocurre aquí?. Por supuesto, una aproximación racionalista daría a entender que el movimiento del vaso se debe a la acción mecánica ejercida por quienes sobre él apoyan sus dedos. Seguramente esto es así, pero lo que sorprende no es tanto ese detalle (en las psicofonías, en la radiestesia y en tantas otras disciplinas, el ser humano también es imprescindible como transductor para la materialización del fenómeno) sino, dejando el caso donde se presenta el fraude encubierto (que no perjudica a nadie más que al propio embaucador, pues no sólo se priva así de una experiencia enriquecedora –pues el contacto con lo

Desconocido siempre lo es– sino que difícilmente pueda volver a aceptar intentar repetir con éxito estas pruebas) ya sea para obtener un rédito o simplemente divertirse a costa de la buena fe del prójimo, las explicaciones, psicológicas o parapsicológicas, no obstaculizan la manifestación de fenómenos sorprendentes. No sólo por el movimiento de la copa o el vaso en sí –que aunque en teoría, sencillo de explicar mecánicamente, ya se hace cuesta arriba en la práctica– sino porque en estas sesiones se revelan "informaciones" que, en muchas ocasiones, no eran conocidas por ninguno de los presentes. Así que veamos ambas alternativas.

Psicológicamente, se puede decir que el movimiento de la copa se debe a la presión conjunta de tantos dedos apoyados, ya que aunque cada participante crea no estar haciendo ningún esfuerzo y simplemente "apoyando" su índice, en realidad la presión conjunta sumada puede provocar un desplazamiento de esta naturaleza.

En cuanto a la estructuración de las respuestas a las preguntas planteadas, es válido suponer que si uno de los presentes conoce aquella, aun en el caso de que no sea así para todos los otros presentes, puede, aun inconscientemente ejecutar una presión levemente mayor que el resto, con lo cual, conformándose así lo que en Física se denomina un "sistema de fuerzas interactuantes", la resultante de las mismas sea el promedio de dirección, sentido y presión de las otras.

En cuanto a las respuestas en sí, es posible que, por ejemplo, en el caso de una información sobre el pasado de alguno de los presentes, uno de los intervinientes guardara un recóndito recuerdo en su memoria, que no pudiera reelaborar conscientemente, pero que sale a la luz a través de la tensión emotiva de la experiencia o, para citar otro ejemplo, en el caso de que la "entidad" comience a responder en otro idioma, desconocido para todos los allí reunidos, puede ser que alguno de ellos, en un proceso de "pantomnesia" (memoria total sobre lo alguna vez aprehendido) que, retrotrayéndose quizás a la infancia donde, en la televisión, el cine o en boca de un vecino, escuchó sin darle mayor importancia hablar ese idioma, lo que hoy devuelve "escenificado" en la sesión de vasografía o "ouija" como también se la denomina ("oui" significa "sí" en francés, como "ja" en alemán) haciendo referencia a la palabra que señala, iniciada la experiencia, la presencia de la comunicación.

Y parapsicológicamente, los contados casos en que la copa se mueve aun cuando todos los dedos se han retirado, se explica a través de un caso de telekinesis, al igual que en todas las otras oportunidades, detonada por el marco emocional de la ocasión. Y la información devuelta a través de los mensajes concatenados por la copa, puede ser también obtenida por la clarividencia espontáneamente detonada de alguno o varios de los participantes.

Pero en otros casos, la clarividencia o la pantomnesia resultan insuficientes para explicar la totalidad de lo percibido en estas sesiones. La magnitud de los fenómenos telekinéticos, en ciertas y documentadas oportunidades, no pueden ser reducidos al inconsciente desencadenado de algún "vasógrafo" más o menos experimentado. Y una buena contraprueba en tal sentido es que si, con fines estrictamente experimentales, los participantes elegidos con el sistema "doble ciego" (donde sólo el elegido sabe el resultado de la elección) intentan "viciar con ruido de información" el experimento, la "entidad" se sobrepone a estas intentonas modulando las respuestas de acuerdo a patrones que no pertenecen a lo previamente acordado como parte de la tarea.

En esos casos, hay que aceptar la presencia de una "inteligencia" exterior, que sólo una exploración más sutil –literalmente inaccesible con los pocos medios con que se cuenta para investigar este enigma, en virtud del poco crédito que los científicos y las instituciones académicas otorgan al mismo– permitiría identificar.

Hoy por hoy, la presunción de que un "paquete de memoria" interactuando con unos experimentadores vivos a la manera de transductores, actuando psíquica, simbólica e inconscientemente sobre el inconsciente de éstos, fuerce la racionalización de "mensajes", aparece como muy viable.

APÉNDICE

NUEVAS EVIDENCIAS A FAVOR DE LA REENCARNACIÓN

Iniciaremos este segmento con un material y unas reflexiones que no nos son propias, pero con las cuales comulgamos plenamente. Pertenecen a la ponencia presentada por el doctor J. Emile Marcault en el Congreso Espírita Internacional celebrado en Londres del 7 al 12 de setiembre de 1928, y que en castellano difundiera la ya desaparecida revista “La Idea”, órgano de la Confederación Espírita Argentina, en su número 578, de setiembre-octubre de 1968.

Y una acotación fundamental: ya aclaré adecuadamente que en lo personal no comulgo con la doctrina espiritista, pero la inserción de estos comentarios en mis apuntes obedece, simplemente, a que no podemos negar el peso analítico de estas consideraciones que, a su fin, se verán complementadas con, entonces sí, mis consideraciones personales.

Que el problema de la reencarnación sea debatido entre los humanos que se preocupan con la filosofía parece natural, pero que la controversia se extienda hasta el mundo de los desencarnados hace que el caso se torne un apasionante problema, ya para la psicología de los médiums, ya para la de los desencarnados. Un hombre muere en un país latino: en el Más Allá le enseñan una doctrina evolucionista del espíritu. Si él muere en un país anglosajón, le aseguran que la reencarnación no existe. El canal de la Mancha extiende su barrera más allá del mundo físico. Autoridad para aquí de la Mancha, error más allá de la misma y hasta en el mundo de los desencarnados.

    Estimamos presentar en apoyo de la tesis reencarnacionista, ciertas observaciones de orden psicológico que no fueron invocadas hasta ahora y que proveen fuertes presunciones a su favor. Se hicieron hasta el presente demostraciones comprobativas de orden filosófico, religioso y moral y, sin duda, su valor es considerable. Existen también pruebas de hechos, bastante numerosos para convencer a los incrédulos de buena fe si con todo ello aceptasen, como válidos, los fenómenos mediúmnicos. En los países no reencarnacionistas olvidan con demasiada facilidad que el testimonio de una criatura describiendo una vida anterior es, por lo menos, tan convincente como el testimonio de un médium si uno y otro pueden igualmente ser verificados con exactitud. Se puede siempre, sin duda, para uno u otro invocar la telepatía, mas, quien admita el testimonio mediúmnico, no debería poder recusar al otro.

No es en este orden de hechos que nosotros buscamos las consideraciones que siguen; desearíamos no salir del cuadro de los hechos psicológicamente reconocidos y, si se puede refutar el valor probativo de los hechos consumados, no se puede, por lo menos, recusarles un serio valor de presunción. Si la reencarnación es verdadera, ella hace parte del sistema de la evolución a la cual la vida humana está sometida sobre nuestra Tierra y en el Más Allá. Egos de evolución diversa se encarnan en nuestras sociedades y se debe poder determinar por observación psicológica, al menos, la realidad de esta evolución individual. Es lo que hace la psicología contemporánea, sin posibilidad de duda.

El método de los “tests de inteligencia” (pruebas experimentales que miden la mentalidad o inteligencia del individuo), permite determinar, en edad psicológicamente igual, la diferencia de edad o evolución mental entre diversos individuos. Se aplica no solamente en la infancia sino también en la edad madura y no puede dudarse que determina, eficazmente, el grado de evolución humana. Insistamos un poco sobre este punto.

Aplicar un “test de inteligencia” es colocar en el espíritu un problema que interesa una cierta camada de sus facultades mentales. Si el problema se resuelve, esto quiere decir que el individuo puede reflexionar sobre los datos del problema, comprender el alcance y mover concientemente los mecanismos mentales, de los cuales el automatismo lógico resuelve la cuestión. Si el problema no se resuelve, se tiene la convicción de que el individuo es incapaz de reflexionar sobre el problema y de dirigir, concientemente, el mecanismo mental correspondiente.

En el primer caso, se sabe que la camada mental interesada reside en la zona objetiva de la conciencia; en caso contrario, en ella es aún subjetiva y todavía incapaz de ser un objeto de reflexión.

Esta interpretación psicológica de la reflexión, descubierta muy recientemente, es del mayor valor para el problema que nos ocupa.

La reflexión es una función esencialmente humana, es sobre ella que está fundada la dignidad de nuestra especie. Es porque nosotros podemos reflexionar sobre nuestros estados morales, deseos, aspiraciones, compararlos con tal o cual ideal y alcanzar sobre ellos un juicio de valor, por lo que nosotros somos seres morales perfectibles. Establecer el valor evolutivo del fenómeno de la reflexión es, por tanto, formular la ley de la evolución propiamente humana y es también colocar en foco este hecho importante, el de que existe en el alma una doble estructura: una fija, la de las facultades o de las funciones psicológicas; la otra móvil, índice de las modificaciones evolutivas debidas a la reflexión.

El “test” determina, en efecto, a qué nivel de la escala fija de las facultades intelectuales o morales reside en un dado momento el plano de reflexión: el diafragma ideal que separa la zona objetivada de nuestra conciencia de la zona conservada subjetiva. Este nivel es diferente para diferentes individuos. Tal adulto de cuarenta años reflexionará perfectamente, sobre una idea concreta, pero será incapaz de reflexionar sobre un pensamiento abstracto. Él existe en sí como la actividad de todas las otras facultades, pero no está en el plano de su reflexión. Tal otro, por el contrario, podrá concentrar su atención sobre el pensamiento abstracto como sobre un objeto exterior, analizarlo en sus elementos, recomponerlo en su síntesis: él objetivizó la abstracción.

El método de los “tests” establece, pues, las variaciones de estructura espiritual existentes entre los individuos de la especie humana. Y, visto que si la estructura de las facultades puede ser considerada idéntica para todos, la estructura espiritual o de reflexión es demostrada individual y establece, innegablemente, que la evolución humana es pertenencia del individuo y no de un agrupamiento colectivo. Que el hecho suceda de otra manera en los reinos infra-humanos es lo que cada uno sabe, mas aquí también las dos estructuras –la de las funciones y la de la vida en evolución– son distintas.

Los caracteres, de los cuales las combinaciones constituyen una especie, pertenecen a la especie y no al individuo. Es la razón porque el individuo se eleva para realizar el tipo específico, pero no evoluciona: la evolución pertenece a la especie. Que del interior de la vida un carácter nuevo surja y una nueva especie aparezca. Y los naturalistas nos dicen que es entre todos los individuos de la especie, al mismo tiempo, que las mutaciones se producen.

Nosotros tenemos por tanto, en la planta y en el animal, una estructura funcional que pertenece al individuo y una estructura específica que es la de los caracteres. La especie, como escribiera Henri Bergson, es una rama sobre la cual los individuos aparecen como renuevos. Es entre dos especies que es preciso procurar el acto creador para el cual un carácter nuevo emerge en excedente de los otros, constituyendo una nueva especie. La escala evolutiva pasa de una a otra especie.

En el hombre, al contrario, las dos estructuras están ligadas en el individuo. La estructura de la vida constituída por la objetivación gradual de nuevos caracteres está presente en el individuo, como la estructura de las funciones. La objetivación o reflexión pertenece al individuo. El hombre individual es él solo. Esto significa, sin ninguna duda, la individualidad del fenómeno evolutivo, sabiéndose que las leyes que la rigen son individuales también. Estas leyes son, como se sabe, la “herencia” y la “mutación”. Se torna por tanto evidente que, si en el animal la herencia y la mutación son específicas, ellas son individuales en el hombre.

Pero, ¿qué quiere decir esto?. Si desde la infancia se constatan variaciones evolutivas, como es innegable, esto significa que la criatura es, a su respecto, su propio heredero. No las posee de sus ascendientes, porque la transmisión sería específica, ni tampoco de su grupo social visto que, aun así, la herencia sería específica. Ahora, ella no adquirió estas facultades que recibe al nacimiento, en esta vida. Debe por tanto haberlas adquirido en otra parte, y, por otro lado, por las variaciones evolutivas que ella traerá en el uso de estas facultades, no es deudora sino a sí misma y en esto reside, como se verá sin que insistamos más, el fundamento del libre albedrío y el de la moralidad.

Tal es el primer orden de consideraciones sobre el cual se pueden establecer serias presunciones a favor de la tesis reencarnacionista. La psicología contemporánea establece la individualidad de la evolución humana. Ella, la reencarnación, hace más: completa lo que sus inducciones podrían tener de insuficientes; establece al mismo tiempo que esta consciencia, de la cual ella sigue la evolución, sobrepasa las condiciones de tiempo y de espacio a donde su encarnación se efectúa.

Para llegar a su verdadero “yo”, Bergson debió trascender todas las formas del pensamiento conceptual, las categorías especiales y temporales, el plano de las relaciones sociales, y ve en los “datos inmediatos” de su conciencia, la esencia creadora de la propia vida que nos anima, individualización de la vida universal a la cual él no puede dar otro nombre que el de “energía espiritual”. Si, pues, este Ego universal y eterno, en el grado del tiempo que él ocupa actualmente, da prueba en el curso de su duración de haber alcanzado desde el comienzo de esta existencia un nivel evolutivo diferente del de los otros, se torna difícil escapar a la evidencia de que él debe su diferencia a una evolución diferente de la porción anterior de su eternidad. Vivió diferentemente antes de nacer, visto que antes de nacer vivió y, naciendo apenas diferente de los otros, importa poco, desde entonces, que discorden de opinión sobre el punto del espacio donde se efectuó esta evolución anterior.

La tesis reencarnacionista satisface plenamente y es lógico, filosófico y científico suponer que, siendo la Tierra una escuela donde todas las clases están representadas, desde la ignorancia del criminal y del salvaje hasta la gloria del genio y el santo, es sobre la Tierra, también, que cada uno aprenderá las lecciones que conducen de uno a otro.

OTRO SÍ DIGO...

Si bien lo que voy a referir ahora no es una prueba a favor de la Reencarnación, sí trata de ser, cuanto menos, un argumento defensivo frente a quienes la critican. Y una de las críticas más frecuentes que se le hace a esta filosofía podríamos expresarla así: si las "almas" que encarnan vuelven a hacerlo una y otra vez, ¿cómo explicar de dónde salen las almas que entran en los millones de nuevos cuerpos que, observando la explosión demográfica surgen con cada nueva generación?.

Varios teólogos han expresado su opinión al respecto. Así que ésta es sólo un argumento más. Y que parte de enfocar la cosa de esta manera: si se piensa en las almas como "unidades" absolutamente independientres, es lógico tal reparo: supongamos un gigantesco tanque (el Universo) con un número enorme –pero finito– de bolitas de acero en su interior. Si cada cuerpo que "aparece" es, por ejemplo, un frasco al que le toca una y sólo una bolita, llegará un momento en que todas las bolitas estarán dentro de sus respectivos frascos, y cada frasco nuevo que surja ya no tendrá "bolita" que contener. Si la bolita es el alma y el frasco el cuerpo, he aquí un gran dilema: ¿de dónde salen las nuevas almas?.

Pero mi lectura es sencilla. Pensemos que el tanque-Universo, en vez de estar lleno de bolitas, simplemente está lleno de agua. Así, es indiferente el número de frascos que sumerjamos en la misma: cien, un millón, mil trillones. Mientras el tanque-Universo pueda contener frascos, todos ellos se impregnarán del agua-espíritu en forma uniforme.

Esotérico