Aníbal Ibarra aún no tiene consuelo. Se mira al espejo y gime. Él creía que podía acompañar a Néstor Kirchner en la fórmula 2007, al frente de una gran fuerza 'transversal' que imaginaba junto a Hermes Binner, Luis Juez y Martín Sabbatella, y de pronto ardió 'República Cromañón'.
Sin embargo, no fueron los muertos entre las llamas y el humo del local del barrio de Once lo que consumió a Ibarra sino la torpeza gigantesca de su reacción posterior a la tragedia, en un encadenamiento de errores políticos que lo llevaron hasta su apartamiento como Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Cuando se mira al espejo, Ibarra debería ser menos misericordioso con lo que ve.
Aníbal Ibarra intentó no marcharse en soledad. Él quería que Jorge Telerman se marchara con él porque entonces sí se planteaba una crisis profunda, provocando el escenario que pretendía Ibarra: culpar a Mauricio Macri, polarizar y desde ahí reconstruir su espacio.
Pero Telerman no se fue con Ibarra. Entonces había continuidad institucional. Ibarra se sintió traicionado. Pero hubo algo más: Telerman intentó construir su propio perfil político, justo Telerman, a quien Ibarra había vapuleado en el trato personal en reiteradas ocasiones luego de que integraran la fórmula ganadora. Un caso muy similar al de Néstor Kirchner y Daniel Scioli, hoy no tan evidente porque Scioli está dispuesto a lamer hasta las baldosas con tal que Kirchner lo avale para la candidatura a Jefe de Gobierno porteño en 2007.
La demostración más evidente de la mala relación entre Telerman e Ibarra es la inexistencia de vínculo entre Alberto Fernández y Telerman. Alberto Fernández no solamente es el jefe del Gabinete de Ministros de la Nación. También es el presidente del Consejo Justicialista porteño, y el responsable político de Kirchner para la Ciudad de Buenos Aires.
Telerman creyó que sus buenas migas con el llamado 'Grupo Michelángelo', al que pertenece Oscar Parrilli, secretario general de la Presidencia, y algún vínculo con colaboradores de Julio De Vido, le permitirían llegar a Kirchner sin pasar por el peaje de Alberto Fernández. Pero Telerman no logró imponer su estrategia. Perdió ante un Alberto Fernández que se recuperó de sus cenizas humeantes el día cuando, para ocultar el fracaso de Rafael Bielsa en los comicios legislativos, negoció con Eduardo Lorenzo, 'Borocotó', el transfuguismo político más recordado.
Entonces Telerman debió reorganizar su coyuntura y, además, luchar con su propia impericia. Porque demoró demasiado en elegir a sus colaboradores. Porque fragmentó demasiado. Porque tardó en poner en marcha su gestión. Porque no logra diferenciarse de Ibarra. Porque tuvo que comenzar a despedir a gente de Ibarra sobre la marcha. El caso del Banco Ciudad fue el más ejemplificador. En vez de cortar por lo sano de entrada, prorrogó mandatos para más adelante pedir las renuncias impostergables, en un procedimiento innecesario, engorroso y traumático.
En el ínterin, Ibarra comenzó a afirmar que Telerman había tenido responsabilidad en su derrumbe. Algunos ex adversarios de Ibarra que no lograron los favores que imaginaban de Telerman, avalaron la versión. Cuando Ibarra logró mejorar su posicionamiento judicial, rumió su maledicencia. Según colaboradores de Telerman, Ibarra no se quedó en la jerga y pasó a la acción. Entonces han ocurrido algunas ocupaciones habitacionales y ahora de la Secretaría de Cultura de la Ciudad.
En un caso, a manos de gente de barrios de emergencia que habían logrado privilegios con Ibarra que decían que Telerman no los renovaba. En el otro caso, a manos de trabajadores contratados que dicen algo similar. En cualquier caso, el aparato clientelístico-prebendario de Ibarra parecería ponerse en marcha.
Ibarra tiene mucho para perder porque si Telerman iniciara un par de investigaciones administrativas, hay causas penales posibles contra Ibarra por diversas contrataciones que realizó su gestión no solamente ineficiente sino también acusada de corrupta. Pero Ibarra cree que Telerman no llegará a tanto, y sigue presionando.
Ibarra, un hijo político de Carlos Álvarez, llegó proponiendo una 'nueva política' que convirtió en la más vieja política. En verdad, un ex militante del comunismo argentino nunca puede proponer nada nuevo porque siempre fue un partido harto conservador. Jorge Sigal, hoy en el área de Cancillería y quien llegó a ser Nº 2 de Patricio Echegaray en el secretariado del PC criollo, es la demostración más concreta de que la cultura comunista es vertical, tradicional y poco creativa.
En el caso de Ibarra, terminó apelando a los mecanismos propios del peronismo en cuanto a la militancia rentada, la contratación de 'punteros', los acuerdos para permitir agrandar las villas de emergencia de la Ciudad a cambio del voto a su favor, los contratos en el Gobierno de la Ciudad Autónoma para sus aliados y potenciales 'amigos', y otros vicios de lo que, en teoría, él decía combatir.
Hoy Ibarra apela a todo eso, en sociedad con Alberto Fernández, porque creen que, además, Telerman intenta convertirse en autocandidato a Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Si Telerman fuese audaz, podría librar esta batalla desde la Autonomía de la Ciudad. Porque Ibarra nunca planteó la autonomía. La Ciudad más poderosa de la Argentina no tiene siquiera un Cuerpo de Bomberos propio. Cuando hubo un debate sobre la policía de la Ciudad, Ibarra terminó iniciando la ridícula Guardia Urbana, que capacita una fundación del sindicato de porteros que responde a Víctor Santa María, ex 'alter ego' de Gustavo Béliz, hoy de Alberto Fernández.
Esto es un desastre pero los vecinos de la Ciudad de Buenos Aires nunca tomaron el toro por las astas. Porque en su mayoría, los porteños son tardíos en el reclamo; muy individualistas y simpatizantes con un 'progresismo' mal entendido que solamente logra poner en ascuas la inseguridad reinante.
No, Telerman no es audaz. Telerman le entregó el negocio de los juegos de azar a Kirchner cuando le correspondía a la Ciudad de Buenos Aires tener el control; renunció a la transferencia policial; le entregó el control de Puerto Madero y sus ampliaciones; y hasta le entregó el control de las cámaras de video instaladas en los subterráneos como mínima, superficial, ramplona respuesta al auge del delito.
Nada de esto inmuta o conmueve a Kirchner, Ibarra lo sabía vía Fernández y ahí presiona sobre Telerman. Si éste quiere llegar a alguna parte, tendrá que revisar su camino. En tanto, las cámaras de TV exhiben el festival de las protestas, ocupación de espacios públicos y los vecinos porteños que no entienden qué pasa, o quizás prefieren no entender porque hasta que le violan una hija o le matan un hermano o aumenta la tasa de barrido y limpieza, a nadie le importa demasiado lo que ocurre en la Ciudad. En definitiva, tal para cual.