La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
El señor González: su canción de protesta. Por Rolando Hanglin. |
González descubre que, una vez más, la correa de su reloj pulsera se ha roto a la altura del tercer agujerito. Siempre se cortan ahí: se conoce que esa curva es el punto débil. González no es pretencioso en materia de relojes. Le alcanza con que digan la hora exacta, en números digitales. Acude siempre, pues, a la afamada casa Carpio, donde se ofrecen mil modelos, insumos, complementos y baterías. De manera que su reloj de costumbre es barato, plástico e indestructible. Puede durar hasta cien años. Lo que no dura es la correa.
- Buenas tardes- dice González.
- Buenas, señor- saluda el empleado.
- Mirá querido, yo tengo un problema con la correa. El metal sintético me produce alergia y me sale un prurito horrible. La correa tiene que ser toda de caucho. ¡Toda! El cierre también, pero ustedes lo fabrican de una especie de metal que es aleación de hojalata con teflón. Entonces, necesito una correa toda de caucho, enteramente. ¿Comprendés? No entiendo: si ustedes fabrican un reloj que dura cien años.¿Por qué le ponen una correa que dura seis meses y se rompe? Porque se rompen todas, indefectiblemente. Bueno, acá está el reloj. Buscame una correa adecuada.
- ¿A ver? Ah, no, señor. No.
Apunte al margen: la palabra favorita de los empleados argentinos es "no". Tanto si trabajan para el almacén de Don Antonio o la Mercería don Samuel, como si han llegado a los alfombrados salones de una multinacional gringa, la respuesta al cliente siempre es NO. No hay, no existe, no tiene arreglo. No.
- ¿No qué?- salta González.
- No tengo correas para este reloj.
- Sí, tenés. Buscá.
- No hay, señor.
- Buscá.
- Únicamente que.
- ¡Sí, ese únicamente es lo que tenés que hacer, hacelo!
- A ver. Déjeme mirar- y el empleado revuelve de manera ritual algunos cajones y anaqueles, de donde extrae una correa de caucho-.
- Sería esta, pero habría que recortar.
- ¡Sí, recortá!
- Bueno, señor, pero tendría que recortar incluso esta parte.
- ¡Sí, recortá esa parte!
Al cabo de quince minutos, González sale de la tienda con su reloj firmemente ajustado a la muñeca. Es un consumidor argentino con todas las letras. Necesita el reloj como cualquier burgués y sabe que en toda tienda hay una solución, si el empleado quiere. Usualmente, no quiere, porque gana poco y odia su trabajo.
Infatigable, González sigue caminando las ruidosas calles del centro de Buenos Aires. Llega a la luminosa entrada de una farmacia de cadena. Diseñadas a la manera de la Eckerd´s de Miami, donde se pueden comprar -además de remedios- tomates, zapatillas, juguetes, electrónicos, consoladores a vapor, licores del Caribe, camisetas, shorts, joyas, pero con menos imaginación. Porque estamos en la Argentina, donde la imaginación no tiene que ver con el comercio. Lo nuestro es el contrabando, desde los tiempos de la Colonia, es decir desde 1750. Son muchos años.
González entra en Farma-Town. Atraviesa el colorido universo de chupetes y calentadores de cintura, hasta llegar al rinconcito del fondo, donde está -oculta y gris- la verdadera farmacia. Con su farmacéutico enfermo de dispepsia, las empleadas moldeadas por el Anses, los empleaduchos susurrando por el celular con la amante, en fin, lo normal.
- ¿Hay un farmacéutico acá?- pregunta González, que ya venía calentito.
- Sí, señor.¿Qué se le ofrece? Soy José Andonaegui, mucho gusto en saludarlo.
- Mucho gusto. Vea, señor. Acá tengo la receta que me dio mi médico, y otra receta que me dio mi otro médico. Fíjese: me prescriben Bajatil para la presión, Panzaness para los divertículos, Alzaprom para la depresión, Minute-plus para lo que usted ya sabe, Potenciol como suplemento vitamínico, Artronop para la artrosis y Magnetocam para los músculos. Son como diez frascos. Alguno, seguro que no lo hay, porque es importado. ya lo sé. Bueno. Yo soy un hombre de 65 años, necesito medicamentos como cualquiera. ¿No me pueden hacer una mezcla de todos estos químicos, en una sola pastillita, para que yo la tome a la noche y chau?
- No entiendo señor.
- ¡Pero es fácil! En lugar de deambular por los consultorios de médicos, los laboratorios, las farmacias. Ir a un solo tipo, que me elabore una receta magistral, ustedes me preparan el frasquito, y chau!
- No puede ser.
- ¡Pero sería mejor para todos! Yo tengo en mi casa una bolsita llena de medicamentos. son como doscientos blisters. Se me pierden, se me trabucan. me equivoco. ¿Ustedes no están para servir a nuestra salud?
- No.
- Bien, señor. A ver, entonces, de toda esta lista de ansiolíticos, antidispépticos, facilitadores hepáticos, hipnóticos y antidolorosos, qué me puede conseguir usted.
- Veremos, señor. ¡Vanessa, fijate qué hay de esto.! ¿OK?
Y el farmacéutico guiña un ojo a la morena y pimpante Vanessa, porque en realidad son amantes, y no es un secreto para nadie, pero del guiño depende la búsqueda intensa o displicente de remedios importados. ¿OK? Guiño: (+).
González sale feliz de Farma-Town, caminando a paso vivo, porque sólo le quedan quince minutos para volver a la oficina. Es su día de suerte: en menos de cien metros encuentra en local de insumos y complementos electrodomésticos.
Sale a su encuentro el empleado, Mr. No.
- Buenas tardes, señor. Tengo pocos minutos, debo volver a mi trabajo. Yo tengo un televisor plasma y un DVD con su conversor. Tengo el modem, tengo todo. Pero el problema es que, sumando todo esto, más el aire acondicionado, el equipo de sonido, el refuerzo especial para la cortadora de césped. Escúcheme, señor.¡No sé que hacer! Entro a casa y me encuentro con seis controles remoto. ¡No sé prender la tele! Si no están mis hijos o mi mujer, me tengo que acostar a oscuras.
Entonces le pregunto si hay un control remoto para todas las cosas, de manera que yo pueda prender al aire acondicionado, el alta definición, en fin, todo.
- ¡Por supuesto que lo hay, señor! Se llama universal. Con sólo instalarle un deco de 900 megavatios en su terraza, más un cable de 90 amperes de cielo a tierra, con su correspondiente polo fugotántrico a supercable de triple servicio, se resuelve todo. ¿Le explico?
- ¡No, no me expliques más! ¡Adiós!
Salió corriendo el Sr. González, y se perdió en la lontananza como Carlitos Chaplin o Los Tres Chiflados. Sea como fuere, el señor González volvió a su casa, besó a su mujer y saludó con afecto a sus hijos. El varón es gay, la chica es lésbica, y la más chiquita baila igual que Julio Bocca. ¡Igualito!.
Fuente: La Nación.