La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

Torta frita.

Por Laura Etcharren.

Daniel Santillán (alias “La Tota”) y la irrefrenable necesidad de una buscapina.

Desde la fantástica impunidad de la Caja de Pandora brotan personajes que son traídos por otros ya instalados. Individuos que han decidido, como forma de vida, exhibir su intimidad sin reparos y sin atender el alerta del ridículo. Bajo esas licencias, cuentan, en los programas de chimentos, sus vivencias y por qué no, las de otros. Sucede, que ese todo es lo que les da permanencia en cámara y seguridad de volver al otro día. Un todo que garantiza un rally por los medios. Incluso, hasta conseguir soñadas tapas de revistas. Independientemente de que las mismas sean o no, “top”.

Son rehenes de la incontrolable necesidad de ser siempre noticia. No importa cómo y a costa de qué. Lo importante es estar y si es posible, en algunos casos, dar lástima.

Ejemplo de ello es Daniel “Tota” Santillán. El animador número 1 de la movida tropical casado durante ocho años con la devenida en botinera Fernández Vives. Quien ahora, al igual que él, transita la pista de “Bailando por un sueño”.

Ella lloró durante la temporada de verano en cuanto programa de televisión estuvo. Se encendía la luz roja y como una compulsiva comenzaba a derramar lágrimas de desconsuelo. Dijo atravesar un duelo terrible y confesó, implícitamente, su nostalgia por todo aquello que no pudo ingerir para no perturbar a su por aquel entonces marido. No podía degustar, ni siquiera, las dulces tentaciones de la Hermana Bernarda. De ahí se deduce, que ha sido una muerta de hambre. Y tanto es así, que mientras ella se afinaba, él se ensanchaba pronunciadamente. A punto tal, de ser su volumen su mayor atributo.

Pasados algunos meses de la fatídica y actuada separación, Vives conoció a Anaconda. Relación que no prosperó. Casi al mismo tiempo y seguramente contra su voluntad, se arrojó a los brazos del jugador de fútbol “Ogro” Fabiani. Desde ese momento y en reiteradas oportunidades siempre dijo estar muy bien acompañada por amigos. Amigos en masa que la asemejan a Roberto Carlos y su millón de amigos.

Mientras tanto, el bailantero calificado de don Juan y acusado de infiel, prosigue su carrera, también, con presentaciones en diversos boliches del interior del país.

Paréntesis, como los hechos son demasiado grotescos y bizarros, el blog se limitará a llamar al sujeto en cuestión por su nombre de pila, Daniel. Decirle “La Tota”, es demasiado bestial. Retomemos pues. Según la señora Moria Casan, el secreto de Daniel se encuentra en la zona de la pelvis. Justo cuando realiza su movimiento pélvico.

Esa acotación fue bien captada por el participante que ahora, en casi todas sus performances, pone en práctica las circunvalaciones deliberadamente. Acompaña, además, con ojos y boca de ser libidinoso en permanente estado de ebullición interna. Con lo cual, la visual del televidente es puesta a prueba.

Circunstancia que lo lleva a debatirse entre tomarse un té de boldo o bien, aguardar con paciencia la llegada de Marcelo De Bellis. Actor poco agraciado para la danza pero sumamente simpático cuando comienza el show.

Ahora bien, Daniel Santillán tiene cantos importantes. Es por eso que, busca conquistar a sus mujeres utilizándolos. Emula a Dyango y su repertorio es acotado y poco original. Tiende, en su mayoría, al lamento boricano. Y dentro de su osadía y demencial toma de conciencia de galán, siente tener los encantos de Cacho Castaña con la diferencia que éste último fue muy mujeriego y Santillán, demasiado felinesco.

Prueba de ello fue la suplente sin derecho a roce de Vives. Cecilia Oviedo. Que no es la esposa de Nito Artaza. Es una chica de caño voluptuosa que dice tener apenas 28 años aunque parece que por su rostro hubiese pasado el turismo carretera. Una señorita ideal para decir “Mamá, te presento a mi novia”.

No obstante, el teatro no duro mucho. Sí lo suficiente para sostener los escandaletes durante los primeros ritmos en “Show Match”. De este modo, entran y salen señoritas.

Por estos días, Daniel apunta mediáticamente a la respetada actriz Millie Stegmann. Otra participante de Bailando que sin darse cuenta y por tener palabras afectuosas para con el insaciable está envuelta en un bochorno del cual, no será fácil retornar. Porque si una virtud tiene el último romántico tropical es saber remar situaciones. Hasta con su soñadora. A la cual, para defender una coreografía –Adagio- que por obvias limitaciones no podía desarrollar, le dio un beso que ameritaba la toma de una buscapina. Demasiado baboso y acuoso fue ese intercambio lingual.

Así es Daniel Santillán.

El hombre que regala muñecos de peluche, que transpira como una canilla que gotea o una pared maltratada por la humedad, que no escatima en hacerse el sensual para estar sentado con Canosa o Rial, que llora al aire y amenaza con irse del piso o los móviles, y que baila, lo cual es mucho, peor que el español no vidente. Se define como travieso e ingenuo y busca satisfacer su angustia oral cazando “gatos”. Pero no se resigna con eso. Se embarca, con ferocidad, en la tarea de atacar, algún día y sin culpa, alguna torta frita.

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