La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

La reina Cristina, el gordo Lanato y la invasión de los elefantes.

Por Carlos Salvador La Rosa.

El domingo pasado, Jorge Lanata cerró su programa de tevé pidiendo a Cristina Fernández que le responda acerca de si él tiene razón o no sobre las acusaciones de corrupción en las que implicó a su marido Néstor Kirchner, al amigo de Néstor -Lázaro Báez-, e incluso a ella misma. A su manera, sin responderle literalmente, Cristina le respondió simbólicamente a Lanata, al menos dos veces esta semana, lo que indica el grado sustancial en que la afectan tales denuncias.

Ambas respuestas indirectas de Cristina pueden ser ejemplificadas con las metáforas del elefante, tal como se las puede descubrir navegando por Internet y leyendo algunas definiciones etimológicas, o un cuento con el que un usuario anónimo llama la atención de los internautas.

El elefante oculto en una habitación

“La frase elephant in the room (‘elefante en la habitación’) es un proverbio inglés usado para indicar problemas enormes que todos ignoran a propósito. En este clásico problema una serie de personas entran en una sala dentro de la cual se encuentra un elefante en el centro. Pero en lugar de preocuparse de qué hace ahí o de intentar articular la forma de sacarlo, tratan distintas cuestiones de la más diversa índole que nada tienen que ver con el animal. El elefante en la habitación es una metáfora que hace referencia a una verdad evidente que se quiere evitar, ignorar y hacerla pasar desapercibida con el objeto de no discutir sobre ella”.

La intentona de Cristina es por demás simple. Aunque la televisión, la Justicia, la política y la sociedad argentina toda no hagan más que hablar del caso Lázaro Báez y sus ramificaciones, divulgadas por Jorge Lanata, la presidenta decidió responder, no desde el relato, como es su estilo habitual, sino desde la guerra simbólica. Oponer, al símbolo de la corrupción sistemática en que se ha convertido la figura de Lázaro Báez, el símbolo de la ficción monárquica de la que ella se ve encarnación.

Quiere poner en juego su figura entera para fugarse -e intentar hacer fugar la imaginación de los televidentes- hacia otro mundo como el de Alicia en el país de las maravillas, aunque ella se sienta más identificada con la reina de corazones que con la joven heroína del cuento de Lewis Carroll. Así, en el preciso momento en que Lanata inicia su periplo mediático dominical, la reina Cristina prende su televisor para ver Game of Thrones y sentirse identificada con la madre de dragones y sus fantásticas aventuras medievales.

Cristina no puede mirar a Lanata porque su verdadera realidad no está allí, no lo está en las bajezas mediáticas donde se busca difamarla a partir de relacionarla con personajes asociados con el dinero y la corrupción.
 
Ella, en cambio,  cree estar librando extraordinarias luchas celestiales contra la maldad y las tinieblas desde territorios más parecidos a los de la serie de HBO que desde las medianías argentinas, espacio cada vez más ocupado por el enemigo.

Una evasión televisiva de tales características implica, para ella, elevar la vista hacia los verdaderos temas del poder y de la gloria, no hacia las bajezas y el barro desde donde la quieren obligar a discutir. Es símbolo versus símbolo.

Si logra que se hable de Game of Thrones en vez del programa de Lanata, el elefante en la habitación será exorcizado, ocultado. A pesar de la impresionante evidencia de su existencia, basta con que su majestad no hable de él, para que el elefante no esté más.

Lástima que Cristina, más capacitada para inventar relatos ficticios que para construir símbolos y metáforas (el relato se narra, en cambio el símbolo simplemente se muestra o se mira), pierde su primer combate contra Lanata porque todos, absolutamente todos, siguen hablando de la corrupción y viendo los elefantes, en vez de cambiar de canal y mirar la miniserie de reinas majestuosas en mundos ficcionales.

Se ve obligada, entonces, a recurrir a una segunda metáfora a fin de ocultar a ese elefante en que ha devenido el empresario Lázaro Báez, y su manada de elefantitos.
Para ello intenta librar otra guerra simbólica.

El elefante oculto en una manada

“Mi amigo llevó un pequeño elefante a su casa, lo crió con cariño, le daba leche con la mamadera. Al principio todo era muy simpático, pero el animal creció hasta pesar 4 toneladas. Ante la necedad de mi amigo de no querer deshacerse de la bestia, la familia huyó de la casa, los vecinos -cansados de aconsejarle lo mismo- también se mudaron. Sin embargo, tanto se encariñó mi amigo con el elefante, que decidió esconderlo para evitar perderlo.

Probó muchos lugares pero en todos era muy evidente la presencia del elefante, hasta que se le ocurrió una gran idea: poner al elefante en medio de una manada de elefantes. Allí está bien escondido. El animal está contento junto a los de su especie y sigue engordando. Mientras, mi amigo, feliz de saber que no lo perderá, decidió quedarse a vivir allí. Hasta que cierto día, en un descuido, su elefante lo pisó y mi amigo murió”.

Cristina Fernández explica por twitter que no sólo está Lázaro Báez (al que no nombra por su nombre porque el elefante -decía en sus twitts anteriores- no existe) sino que son muchos, muchísimos más los que se encuentran en su mismísima situación: “Digo que sería bueno que si tomamos una unidad de medición se lo apliquemos a todos por igual. Vamos a encontrar muchísimos empresarios y empresas K, en la República Argentina, porque se han cansado de ganar plata bancos y empresas”, afirma Cris.

Las expresiones de Cristina tienen una doble significación; una más superficial y directa, otra más oculta y profunda. Una basada en el relato convencional, la otra en los símbolos.

El relato de Cristina pretende insinuar que el enriquecimiento meteórico de Lázaro Báez nada tienen que ver con la corrupción sino con que desde el preciso momento en que Néstor Kirchner y ella llegaron para edificar la nueva Argentina, todos mejoraron drásticamente, incluso los empresarios que “se la llevaron con pala”. Vale decir, Báez sería una de las tantas expresiones del país kirchnerista de los granos y las mieses (sojeros) donde basta con quererlo, para hacerse rico.
 
Lázaro no es un hijo de la corrupción sino de la abundancia y el crecimiento. Es un hijo más de la revolución, aunque sea un hijo que haya pensado más en el bolsillo que en los ideales. Al fin y al cabo, no todos pueden ser como Ella o Él.

Sin embargo, como Cristina sabe que con el relato solo no alcanza, es que le agrega a su twitt una clara connotación simbólica: esconder al elefante Báez dentro de una manada de elefantes, tanto para protegerlo como para protegerse. Si no lo puede ocultar en una sala tratando de que no se hable de él, al menos que se oculte entre los demás elefantes de modo que mostrando a todos en general, no se pueda identificar a ninguno en particular.

En síntesis, será una tarea ciclópea la que deberá encarar la presidenta para esconder a sus elefantes. El año pasado, en una situación similar, para proteger al elefante Boudou, debió llevarse puesto de un solo saque al procurador general de la Nación junto al juez y al fiscal del caso Ciccone. Este año, para proteger al elefante Báez, está intentando llevarse puesto a todo el Poder Judicial de la Nación.

Pero aún así, ¿qué será de ella si siguen apareciendo otros elefantes?

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