A las 12.30 del mediodía de ayer el encargado de la mejor panadería del barrio porteño de Belgrano tocó el timbre de la casa de “Pochi”, la novia del odontólogo Ricardo Barreda. Una vecina fue quien bajó a recibir los cien sandwiches de miga que llegaron, en apariencia, para festejar el finalmente fallido arribo del dentista a la casa de su pareja en la que probablemente cumplirá prisión domiciliaria.

Berta Carolina André, conocida por todos como “Pochi”. De ella se trata. Nació el 19 de enero de 1937, tiene 71 años y es la pareja de Barreda, quien todavía se encuentra detenido por haber asesinado a escopetazos a su mujer, sus dos hijas y su suegra en 1992. Este asesino obtuvo el miércoles pasado el beneficio del arresto domiciliario.

“Berta es rubia, robusta, más bien gordita. Se caracteriza por su simpatía. Es súper sociable y coqueta. Ella lo conoció al poco tiempo que él quedó detenido. Fue a acompañar a una amiga que tenía un hijo preso, se lo presentaron y se enamoraron. Esas cosas son inevitables. Le tiene mucha confianza, no le teme por lo que pasó. Al contrario, se aprecian mucho y cada quince días mantienen visitas higiénicas”, explica Ricardo a PERFIL, un farmacéutico que vive frente al departamento de André, que se dice íntimo amigo de ella, tanto que a veces le hace trámites bancarios.

Este hombre cuenta que la conoció hace quince años y que asiduamente cena con ella. “Es una mujer muy salidora, le encanta andar todo el día por la calle. Siempre me dice que la comida que más le gusta a Ricardo es la tortilla de papas. Yo tuve el placer de estar almorzando con él en la cárcel. Es un lugar con mucho espacio verde. Ella lo quiere y lo va a visitar casi todos los miércoles o jueves. Le lleva comida, charlan y hacen largas caminatas adentro del penal”, relata.

La casa de André está ubicada en la calle Vidal al 2300, en el barrio de Belgrano. “Pochi” es jubilada, soltera y sin hijos. Fue maestra en los mejores colegios, así como también en escuelas de barrios de emergencia. Quienes la conocen aseguran que está en una muy buena posición económica. “Era dueña de una casona grande en esta misma cuadra. Después la vendió (allí se construyeron departamentos nuevos, de lujo) y se mudó hace más o menos tres años a este departamento”, dice Santiago, un vecino que habita el mismo edificio.

Donde todos se conocen.

“Acá es donde va a vivir el asesino”, murmuran los transeúntes, mientras señalan el viejo edificio. Quienes entran y salen de allí están agobiados por la presencia de los medios. Incluso, bromean con que la multitud está allí porque ya se empezaron a dar “turnos para el odontólogo”. Más allá del chiste fácil, todos coinciden en que el asesino es bienvenido.

María, otra de las vecinas, vive allí desde hace 27 años y dice que “es un barrio divino y tranquilo”. “Pochi es una excelente persona. Me parece bárbaro que él venga a vivir con ella, es su vida y tiene derecho a elegir dónde quiere estar. ¿Por qué no va a vivir acá? Es un ser humano y lo que él hizo ya pasó, es cosa del pasado”, entiende.

Los dueños y empleados del minimercado de la esquina también están “chochos con Berta porque es una excelente persona”. “No nos preocupa la llegada de su novio. Ella es muy amable y viene todos los días a comprar galletitas Don Satur. Lo que no sabemos es si serán para llevárselas a él”, se preguntan.

Otros habitantes de la zona piensan, en cambio, que la llegada del odontólogo sólo traerá intranquilidad, una persecución mediática interminable y un peligro para los chicos. Elsa, que vive a dos cuadras, dice que no le gusta “la idea”. “Me da miedo –sostiene–. Sobre todo porque es un barrio muy poblado y dicen que él es peligroso.”

Josefina, otra señora que frecuenta el mercado de la cuadra, está enojada y concluye en que “es un horror que lo traiga al barrio. ¿Cómo una mujer puede fijarse y enamorarse de un asesino? Ella también debe tener un problema psicológico para estar con alguien tan tremendo”.

Un médico legista dice que tiene “trastornos de identidad sexual”. Por Gabriela Oprandi.

Enio Linares, perito de parte y licenciado en Psicología, participó de los estudios que se le realizaron a Barreda desde que asesinó a toda su familia. Lo entrevistó más de catorce veces. Asegura que “padece trastornos graves de personalidad y arrastra problemas maternales”. Además, sostiene que esa patología “no se modifica”.

Si Ricardo Barreda sale en libertad en los próximos días, no lo hará totalmente curado, y la relación de convivencia que existirá entre él y Berta André, su actual pareja, será ambigua y confusa, en la que se intercambiarán los roles. Es que, según explicó el médico legista y licenciado en Psicología, Enio Linares, quien fue perito de parte durante la instrucción, “en la naturaleza de su estructura personal existe una patología que no se modifica con el paso del tiempo”.

Esa patología está diagonosticada “como trastorno grave de personalidad emergente de psicopatólogica de identidad sexual”. “Lo que llevó a Barreda a matar a su esposa, sus dos hijas y su suegra fue que no las pudo dominar”, dijo el perito y explicó que “en Barreda siempre hubo un intercambio de identidades relacionadas con el vínculo materno-infantil, y que los homicidios fueron consecuencia de un proceso histórico, y no de un brote impulsivo.”

Según consta en el expediente, Barreda fue hijo único del segundo matrimonio de su padre. Tiene cuatro hermanastros, dos varones y dos mujeres; y la relación que tenía con sus hermanas era “repudiada” por ellas. A esto se le sumaba el problema que tenían éstas con su madre, ya que “las dos mujeres nunca la aceptaron y no le hablaban”.

Linares explicó que el vínculo madre-hijo fue introyectado patológicamente en su vida como deseo compartido entre la mujer y la progenitora. Y ejemplificó: “Barreda se mudó a la casa de su madre cuando murió el padre. Ese fue el primer domicilio de casado. Pero después, a raíz de una pelea que tuvo su madre con su esposa, se fue a vivir a lo de la suegra”.

Más adelante, en su declaración, el odontólogo contó que cuando lo operaron de hernia, su mujer y sus hijas no le prestaban atención. Es más, lo maltrataban. “Me tenían abandonado, hablaban entre ellas...”, dice en el expediente. Otro testimonio que se suma y que deja ver el vínculo materno-infantil es cuando el día anterior a los crímenes, en el momento en que una de sus hijas acomodaba los muebles para mudarse y se llevaba una mesita de luz, él recordó: “Se llevó la mesita de mi infancia”. Esta fue una de las causas que desencadenaron la tragedia.

Según las pericias que se le realizaron a lo largo de los años, Barreda “es una persona con una personalidad compleja que arrastra problemas de generación maternal y de doble personalidad. Por un lado, muestra la imagen de persona culta, agradable, de profesional calificado y, por otra, la imagen íntima real de un resentido. Hermético, su desmedida aspiración de brillo social contrastó con una disminución progresiva de su autoestima y, ante el peligro próximo de la pérdida de la imagen estática de la familia y abandono de la casa imperial y del automóvil, la vidriera para exhibirse en la sociedad, sintió su destrucción total”. Ante esta situación aniquiló a su familia porque ya no daba más.

Ayer, en declaraciones a la radio platense FM Cielo, Eduardo Carlos Hortel, presidente del tribunal que en 1995 condenó a reclusión perpetua a Barreda por el múltiple homicidio, advirtió que si le conceden la prisión domiciliaria “se viola el principio de igualdad, ya que hay personas que se encuentran en la misma situación que él, y no están en prisión domiciliaria”. Hortel recalcó que si bien el dentista “no es una persona peligrosa, es una persona muy particular, que nunca fue comprendido por nadie con lo cual es una mentalidad muy difícil de entender para los mismos médicos”.

Habrá que esperar las pericias del Servicio Penitenciario, ver cuáles son los resultados, y si demuestran que la patología sigue presente en Barreda.

Fuente: Perfil

   https://bolinfodecarlos.com.ar/barreda.htm

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