La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
“Aparecidos, fantasmas ...y el regreso de Él” Por Eduardo Rodríguez Paz. |
Extraños movimientos en la Rosada.
“¡Decime quien fue el pelotudo que me mezcló los papeles y lo hago fusilar en dos segundos!”, amenazó la Reina Kristina a su secretario privado mientras trataba de encontrar un expediente de vital importancia sobre su escritorio del despacho presidencial en la Casa Rosada. “Pe...., pero Señora, nadie tocó nada en su ausencia. Nadie entró al despacho desde que usted se fue ayer”, murmuró por lo bajo y muerto de miedo el súbdito de Kristina.
“¡Mirá, gil de goma, a mí no me vengas con excusas. Aquí falta un expediente y si no lo encontrás en un minuto, date por muerto, atolondrado!”, amenazó Ella con una furia que se había vuelto frecuente en los últimos tiempos en los ámbitos presidenciales. El secretario, sabedor de los humores de la Presidente y, temiendo por la ausencia mensual del abultado sueldo que cobraba, se deshizo en disculpas y juró que en unos minutos todo estaría resuelto y la cosa no pasaría de un mal entendido.
“¡Más te vale, salame. No puedo perder ni un minuto con estas boludeces. Tengo que ir al edificio San Martín a la cena del Día del Ejército y eso me alcanza y sobra para estar de un humor de mierda”, amenazó Ella con ese simpático decir que la acompañaba casi siempre y, sobre todo, cuando tenía algún contratiempo. “¡No me vengas con excusas porque te desnuco, melonazo!”, gritó mientras el secretario huía del despacho.
Lo que Kristina no sabía (y nadie se había atrevido a decirle), era que en los últimos días había habido en la Casa Rosada y en la mayoría de los Ministerios, desapariciones de expedientes, papeles de alta confidencialidad y una inexplicable cantidad de borradores sumamente importantes que se habían desvanecido como por arte de magia y nadie había encontrado explicación alguna de esos misterios hasta ese momento.
Demás está decir que el secretario no encontró por ningún lado el expediente mencionado y la ira de la Reina se desató, implacable. Levantó el auricular del teléfono delante del pobre desgraciado y bramó a la Jefa de Personal de la Presidencia: “¡Escuchame con atención y no me hagas repetir. Al ganso de mi secretario le das el pase a la Intendencia de Río Turbio y le decís al Intendente que lo mande a palear nieve a las calles !¡Sí, ya mismo, ¿o no me entendés vos tampoco? ¡Y decile que le pague el mínimo vital y móvil!
Mientras el pobre tipo salía como una sombra del despacho un cenicero de cristal de bacarat que estaba sobre el escritorio se estrelló contra la boisserie de una de las paredes. ¡Manga de boludos, todo lo tengo que controlar yo!, graznó Ella.
Aparición primera.
Todavía estaba protestando y maldiciendo en su lunfardo tolosano básico y no percibió que la llave de la cerradura de la puerta de acceso al despacho se cerró sola, como por encanto. A renglón seguido las cortinas se cerraron solas, la intensidad de las luces del despacho se redujo y Kristina se elevó en el aire y cayó sentada en una se las sillas que estaban del otro lado del escritorio. Sobre el sillón presidencial descendió en forma serena una luminosidad amarillenta, ocre, y el recinto se silenció absolutamente.
Repatingado en el sillón de Rivadavia, fumando un puro Cohiba de doscientos dólares, bebiendo un whisky Johnnie Walker Blue Label de treinta y cinco años de añejamiento y con un disfraz de fantasma estilo origami de seda muy bien cortado, apareció, una vez más, de improviso, Él.
¿Cómo andash, sweety (dulce, para los que no saben inglés)?, empezó a hablar Néstor. Ella quedó petrificada. ¿Otra vez por acá vos? ¡Encima en la Rosada que nos puede ver medio mundo!, masculló Ella.
¡Shí!, ¿porqué?, preguntó Él poniéndose cómodo y haciéndole señas a uno de los dos fantasmas de túnicas doradas que le hacían guardia a ambos lados del sillón para que le alcanzaran un cenicero. “Para sher shinshero me moleshta dejar mish ocupashionesh en el shótano con Lushifer. Hoy teníamosh una juerga con unash chicash que vinieron de Indoneshia y eshtán un montón. A mí me toca una de veintidósh añosh que ni te cuento”, se vanaglorió Él.
Y siguió: “Pero la que tiene la culpa de que yo tenga que venir shosh vosh, darling (querida, para los que no saben inglés). Cada día hashés mash estropishios, cada día másh burradash. Eshe expediente que eshtash buscando lo tengo yo. ¿Cómo vash a andar jodiendo de nuevo con la Ley de losh Glashiares? Te creésh que shon todos gilesh y no she avivan que arreglashte algo con lash minerash? Vosh pareshe que nashiste de un repollo y te creésh que losh demásh shon dolobus. Te van a fregar, cariño”.
Kristina bramaba de furia. No podía entender como Él no estaba de su lado y le hacía las cosas más difíciles cada día. Justamente Él, que le había enseñado casi todas las trampas que Ella conocía. “De ahora en adelante me vash a mandar copia de todo lo que firmásh a mi escritorio en el sótano. Me la escaneash y chau. Pero no firmásh nada másh shi yo no te autorisho. ¿Me escuchaste, bomboncito?”, ordenó Él y se desvaneció en el aire junto con sus acólitos.
La cena de camaradería.
Kristina estaba de un humor horrible mientras atravesaba la gran puerta de entrada del Edificio General San Martín (tal vez debería cambiarlo por Don San Martín, pensó), acompañada por su íntima amiga y Ministro de Defensa Nilda Garré (la Comandante Teresa para los más memoriosos y memoriosas). El hecho de estar rodeada de tantos uniformados la ponía fula y peor tener que hacer un discurso después de lo que había vivido en la Rosada.
Anunciaron su palabra, se puso de pie e iba caminando hacia el estrado cuando vio entre los agregados militares extranjeros, uno que la miraba fijamente con una sonrisa socarrona en los labios, finos y pálidos. ¡Era Él, disfrazado de una manera absurda que hacía recordar al Yéneral González de Alberto Olmedo! Tenía colgadas condecoraciones hasta en la solapa y su uniforme verde loro chillón se destacaba entre todos con tanto chaperío colgado. Los dos custodios con los que se hacía acompañar estaban a sus espaldas, uniformados como granaderos con un enorme morrión de piel de oso color mostaza. Por supuesto era el único agregado militar con custodia. Cada tanto hacía chasquear los dedos y uno de ellos le alcanzaba otro whisky.
Cuando Kristina quiso empezar a hablar, estaba tan atolondrada que balbuceó varias inconsistencias sin sentido. A renglón seguido Boudou, Abal Medina y la Garré aplaudieron efusivamente junto a todos los demás presentes. Nadie entendió nada, pero ya estaban acostumbrados a aplaudir a cada oración de Ella, aunque, como de costumbre, no se entendiera nada.
“Señor Jefe del Estado Mayor Conjunto...”, alcanzó a decir antes de darse cuenta que estaba hablando como un muñeco Chirolita manejado por Él, que seguía sonriendo. “... y voy a instruir a la Señora Ministro para que se conceda un aumento del cincuenta por ciento en los haberes de las fuerzas armadas en todos sus escalafones, que se activen las licitaciones para dotar de radares a todas las fronteras de la República para combatir el narcotráfico, entrenar a las fuerzas de seguridad para combatir la inseguridad en todo el país y estrechar lazos de camaradería con el gobierno civil”.
Los Comandantes del Estado Mayor no podían creer lo que oían, la Garré estaba violeta. Abal Medina se miraba absorto con otros miembros del gabinete y de La Cámpora. Boudou, por supuesto aplaudía muy entusiasta, sonriente. Peor fue el estupor generalizado cuando al finalizar el discurso recordó a los dos máximos representantes de las fuerzas armadas de nuestra historia: los “generales” Manuel Belgrano y José de San Martín. Todo el mundo quedó en silencio. Boudou aplaudió a rabiar.
Tercera aparición.
Salió consternada. No saludó a nadie y se metió corriendo en el “Audi 8” blindado de la presidencia. El auto arrancó seguido de toda la custodia y empezaron a circular por Libertador al norte hacia la quinta de Olivos. En un instante se sorprendió a sí misma ordenándole al chofer que doblara y se dirigiera al Hotel Alvear. Cuando llegaron, descendió, le ordenó a la custodia que se quedara en sus autos y caminó como una autómata hacia el elegante comedor del Alvear.
En una mesa central, ataviado como un inglés adinerado haciendo turismo, estaba Él, que la saludaba y le hacía gestos para que se acercara. “Tenía un apetito ferozh”, dijo Él mientras tragaba un pedazo de cerdo a la mostaza con chucrut. “¿Querésh picar algo, sweet honey?” (dulce miel, para los que no saben inglés), preguntó Él. Ella negó con la cabeza, mientras lo miraba dura como el mármol.
“Antesh de irme, porque voy a bailar acá enfrente a Black, que esh de un amigo, te quería dejar algunosh pensamientosh para que vayash mashticando mientras no me vesh”, le dijo Él mientras comía con unos modales de Lord inglés inconfundibles. Sus dos custodios portaban uniformes de Scotland Yard y estaban atentos a unos pasos de la mesa.
“No quiero másh inshubordinashiones, Crish. No te peleesh mash con Moyano, ni con Schioli, ni maltratesh a losh milicosh. Deshile a Morenito que no joda másh con lo de lash importashiones que va a fundir el paísh, a los de la Afip que no rompan mash lash bolash con lo del dólar que le van a sheguir levantando el valor al blue. Al Minishtro de Economía, deshile que she ocupe de otra cosha, que nadie le da pelota.
Al pibe Abal Medina, que pare de gritar en el Congreso, que queda como un gil. Al borrego Kishilloff le explicásh de parte mía que afine la puntería y que no she haga tan el zurdito del Nashional Buenosh Airesh, que no va mash en eshta época. Y vosh... te dejásh de hasher cagadash y hasherte la pendejita con losh del gabinete o vengo, me reencarno en vosh y te mando al shótano con mi amigo Lushifer”. Se levantó, dejó la cuenta para que la pagara Ella y salió del Hotel.
Mientras cruzaba la Avenida Alvear rumbo al cabaret Black, pensó: “Eshta piba me shalió medio mamerta. No hay nada que hasher. Esh de Tolosha, mash dura que una piedra. ¿Qué quiere hasher pareciéndose a Chavesh, shi ya she pashó de moda? No shabe cambiar shobre la marcha como yo, que deshpuésh de muerto me hishe liberal. ¡Qué le vamosh a hasher, voy a tener que sheguir controlando todo!
Acto seguido entró en Black y se empezó a besar con varias chicas que salieron a saludarlo.