La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

René Lavand: el engañador profesional.

Por Alejandro Cruz.

En la puerta de entrada a la casa de René Lavand, el gran ilusionista de las cartas, hay un cartel. Dice: "¡Dejadme gozar de un segundo amanecer. Estoy durmiendo la siesta!". El cartel está ahí las 24 horas (también durante sus religiosas siestas de dos horas). En realidad, al lugar en el cual vive desde hace nueve años junto con Nora, su esposa, no hay forma de llamarlo casa.

Su "villa" tiene algo de la casita de Disney del bosque de los Arrayanes con la única diferencia de que no hay arrayanes y sí unas 500 especies de plantas y árboles, dos cascadas con peces de colores, plantas y árboles, un vagón de tren reciclado por ellos mismos, juegos para chicos, más casitas para huéspedes y varios senderos que se bifurcan al pie de una sierra. Sentado en un sillón está el gran maestro de la lentidigitación. Pulóver amarillo patito, pantalón gris, la mano derecha en el bolsillo y -en la izquierda- una copa de vino tino. Son las once de la mañana.

René Lavand ("sí, estoy vivo") se presentará hoy en Polo Circo, en medio de un gran homenaje que le organiza el gobierno porteño. Lo del homenaje está todo bien, pero eso de presentarse en una carpa (cosa que hará por primera vez) lo pone un poco nervioso. Es lógico. Él está acostumbrado a los espectáculos de revista, los night clubs de Las Vegas, los shows televisivos en los Estados Unidos con millones de espectadores y hasta una recordada noche en Cali durante la cual se dio cuenta de que aquellos que lo habían contratado eran unos narcos de temer.

Lavand vive citando frases que sabe acomodar como si estuviera ahora mismo, en el parque de su casa, frente al público. "¿De dónde aprendí todo esto? -se pregunta y se contesta-. De los grandes que se fueron. Pero no de los grandes de mi especialidad, de los grandes como Beethoven, como Bach, como Vivaldi, como Mozart. Todo eso sucede por sinestesia, un acto involuntario en el que se cumple otra frase, que creo que es de Borges, que dice que hay que lograr de la diversidad la unidad.

Si la música es el equilibrio armónico de los sonidos y de los silencios, yo aprendí que lo mío debía ser el equilibrio armónico entre lo que se hace y lo que se dice. Para eso hay que tener en cuenta los tiempos, los silencios, los in crescendos." Entonces, repite una vez, dos veces, tres veces su famosa frase: "No se puede hacer más lento". En cada reiteración busca el tono, la pausa, una inflexión de voz distinta. Teatro. Puro teatro.

-¿Dónde ensaya?

-La gente cree que soy un hombre culto, pero no. ¿Sabe qué creo? Que sólo soy un buen contrabandista de frases que tiene la habilidad, la picardía, de colocarlas oportunamente. Es una manera de engañar al público sin engañarlo.

-Me está engañando: me dice parte de un espectáculo y no me contesta lo que le pregunté.

-Será una trampa más... [se ríe] Pero, ya que insiste, esas cosas no las ensayo. Son innatas. Sí juego mucho con las barajas.

Su lugar predilecto para jugar es allí, en el living. En las noches de invierno ("la baraja se ha hecho para jugarla con luz artificial") se sienta frente a la mesa ratona. Ahí está el paño verde, una botella de coñac y el calentador de la copa. El mismo lugar en donde ahora se está sacando unas fotos mientras Nora está atenta a los fideos que se vienen.

-¿Qué pasa si, en medio de una función, en vez de salir el 3 de copas sale el 7 de espadas?

-Creo que nunca me ha ocurrido...

-Dijo creo.

-Claro, porque alguna vez me debe haber ocurrido.

-No soy adivino, pero diría que sí.

-Si no le contesto la pregunta es porque la mejor condición del hombre es el olvido.

Y se ríe. Y la risa se hace carcajada cuando me escucha decir que no hice 400 kilómetros para escucharlo decir frases ya elaboradas. "Las cartas se acomodan en el camino -agrega, minutos después, como el mejor chico caprichoso que termina haciendo caso-. Le digo más, a veces hasta conviene equivocarse porque, de otra forma, todo sería algo mecanizado."

Con esa lógica, simular un error o ponerlo al servicio de una tensión dramática es algo que Lavand maneja a la perfección. "El público perdona al error, lo que no perdona es el aburrimiento", acota el maestro del close up. "Cada día sigo siendo más yo. Hasta me refiero a la decadencia, al deterioro físico. Porque leo el diario o prendo la televisión y hay infinidad de términos que ya no entiendo... Ahí se va dando cuenta uno de que va pasando el tiempo", dice este señor de 83 años.

Omar, el chofer que nos trajo hasta aquí, después me decía que en ese momento vio unas nubes en sus ojos celestes que lo impresionaron. Pero es Lavand, un gran -y admirable- simulador. Un señor que, si bien parece un personaje barroco de otras épocas, también es un minimalista. De hecho, pasan los años y él repite -incansablemente- el mismo número. "¿Para qué quiero juegos nuevos? Sólo quiero mejorar lo anterior."

-¿Y por qué la lentitud?

-Ah, déjemelo pensar para decir, algo criterioso.

-Si quiere, le sirvo vino.

-Charlando con Fu-Manchú salió un tema interesante sobre la velocidad de la mano. Lógicamente, apareció eso de que la mano es más rápida que la vista, y nos reímos porque nos pareció un disparate.

La mano, la vista

En esa oportunidad, Fu-Manchú dijo: "El cerebro es más rápido que la vista". Lavand, entusiasmado, pensó entonces que el asunto era engañar al cerebro. La charla quedó ahí. Pasaron 40 años hasta que, hace días, fue a un banco de la ciudad a cobrar un cachet. La chica sacó el fajo de billetes y él se concentró para controlar el dinero. Al quinto billete ya se había perdido.

En el camino a casa (o a esta sucesión de casas que se asemejan a un espléndido parque temático), pensó: "Esta chica me ha demostrado, siendo ella una prestidigitadora, que la mano es más rápida que la vista y que el cerebro. De manera que, en lo mío y en lo de mis colegas, el asunto no está en la velocidad de las manos, ¡terminemos con eso! El asunto está en la sumatoria de técnicas manuales y psicológicas puestas al servicio de lograr la ilusión sin que se note la técnica. Y en lo que hace a la lentitud basta una mirada, basta una forma de relajación de la mano, basta sacar muuuy leeentamente una pelusa del paño verde...".

Y, con una enorme habilidad, la lentitud en sus acciones físicas como del mismo relato logran que la atención esté puesta ahí: en la pelusa del paño verde, logrando un inteligente corrimiento del foco de atención.

A metros de allí, en el comedor, Nora sirve unos suculentos platos. Alrededor de la mesa hay unos cuadros con su rostro y unas enormes ventanas que dan al jardín ("mi mejor pinacoteca"). "No he leído ningún libro ni de ilusionismo, ni de prestidigitación, ni de cartas; tuve que ser autodidacta a raíz del accidente en el cual perdí mi mano derecha a los 9 años, en Coronel Suárez. Me hice a la fuerza. En ese sentido, no le robé a nadie." No hay dudas.

En la película Un oso rojo, de Adrián Caetano, hizo de un villano. Un villano manco, claro. En su escena final, el personaje de Julio Chávez le clava un cuchillo en su mano izquierda (sí, justo en ésa...). Con un humor negro único, ahora dice: "No me impresionó ver esa escena, para nada. Ya estaba acostumbrado a algo parecido, pero de verdad". Y se ríe, claro.

Días después de aquel accidente, un amigo, para enfrentarlo al futuro, le dijo: "René, vas a poder llevar un solo balde el resto de tu vida". Sigue él: "Yo pensé, si pongo mi cerebro en la baraja y mi corazón en el público voy a poder pagarle a otro para que me lleve los dos baldes".

-En esta idea de los baldes, ¿qué papel juega Nora?

-Como dijo Ortega y Gasset, es la labradora de mi alma.

-¿Qué te enamoró de ella?

-Se van sumando las cuestiones en el correr del intercambio humano y logran un todo.

Y se queda callado con la mirada perdida otra vez en un lugar de cierta melancolía que parece insondable.

-¿Esa pausa es estudiada?

-No, no sabía qué otra tontería decirte y me quedé en silencio...

DE PREMIOS, RECONOCIMIENTOS Y UN APLAUSO.

Viene de Portugal en donde grabó un DVD que será editado en seis idiomas. Luego de la función de hoy, mañana, junto con su esposa, se tomará un avión a España para hacer una nueva gira. En poco tiempo, en Italia, recibirá la Grulla de Oro, galardón que ya fue otorgado a Fellini, Visconti y Mastroianni. Hay otra invitación que está en una de las mesas de su casa: es de los Estados Unidos, le quieren dar un nuevo premio. Otra: Berlín.

Pero René Lavand recuerda con fuerza otro reconocimiento. Fue en el Club Español, allí estudiaba esgrima. Él tendría unos 20 años. Había unos ocho jugadores de truco, y René "floreó la baraja", como le gusta decir. "Terminé y me aplaudieron. Yo no lo pude creer. Imagínese, no conocía el aplauso..." Después de aquella experiencia, comenzó a tutearse con el reconocimiento. Su padrino artístico fue Juan Carlos Mareco.

De ahí, al Tabarís, al Nacional, a Domingos para la juventud. Vía un contacto, llegó a los shows televisivos de Ed Sullivan y Johnny Carson con sus millones de audiencia. Y, claro, la infinidad de premios que le entregaron en Europa y los Estados Unidos. En otra oportunidad, señaló que va a dejar todo cuando se retire Mirtha Legrand. "Ahora se lo confirmo. Tiene mi palabra." Pero, claro, palabra de un jugador. De un jugador nato.

DICE ÉL

"En mi especialidad, parecería que no se es viejo mientras funcione el coco. Lo mismo sucede con los galanes. Yo seguiré siendo un galán hasta los 95 años."

"El asunto no esta en la velocidad de las manos. El asunto está en la sumatoria de técnicas manuales y psicológicas puestas al servicio de la ilusión."

DICEN SUS PARES

"Es un artista increíble, no sólo sé de su trabajo, sino que soy fanático suyo." David Cooperfield

"Dios debe quererte mucho, por eso te hizo hermoso." Channing Pollock

"Es el maestro de la pausa y el poeta de las cartas." Juan Tamariz Martel

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