Sin arena en los ojos
La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
Sin arena en los ojos |
Es posible que no veamos lo evidente cuando alguien nos tira arena en los ojos. Pues eso es lo que han hecho durante nueve años algunos familiares de Maria Marta García Belsunce. Fue evidente que María Marta no murió de un golpe en la bañera; fue indudable que modificaron la escena del crimen para cubrir a Carlos Carrascosa y a dos personas más; fue palmario que taparon los agujeros de bala en la cabeza porque el velorio sería muy concurrido y usaron pegamento; fue patente que la bala que rebotó en la cabeza la tiraron en el inodoro para que nunca apareciera; fue obvio que buscaron y lograron evitar que la Policía fuese al lugar de la muerte.
Fue notorio que buscaron rápidamente cremar el cuerpo aunque no pudieron lograrlo; fue ostensible que la sepultaron rápidamente y así como así, sin el amoroso y considerado cuidado que se le debe al cuerpo de quien fuera una mujer querida, en honor a su memoria. Tal fue el desprecio que le dejaron un toallón ensangrentado en la cabeza y un pañuelo manchado con sangre en el bolsillo de su jogging. ¡Qué poco respeto por la muerte! Y fue incuestionable que contaron con un argumento fuerza que era el dolor que sentían por la pérdida, dolor razonado e incluso “sobreactuado”, según definió un observador imparcial.
Sabían que la debían velar en la penumbra y en la propia casa. Sabían que debían maquillarla convenientemente. Sabían que debían tirar la ropa ensangrentada. Sabían que debían buscar coartadas. Conocían el calibre del arma utilizada: mucho antes que se supiera que la mujer fue asesinada a tiros, familiares preguntaron a los vigiladores si usaban calibre 32, para ir preparando la coartada.
Es mentira, como ellos dijeron, que falte parte de la filmación de la autopsia. Es mentira que los rastros de sangre levantados forzadamente en la casa sirvan para determinar el ADN de nadie y menos relacionarlos con el crimen. Es falso que la fiscal del juicio por encubrimiento que acaba de concluir, Laura Zyseskind, haya perdido el rumbo, como dijo Irene Hurtig antes del veredicto del viernes. Todo lo contrario. ¡A tal punto estaba en el rumbo correcto que ella ganó! Sí se notaron, en cambio, llamativas lagunas de todo tipo en los abogados defensores de los familiares.
Es fraude decir que los médicos forenses que hicieron la autopsia declararan en el debate que acaba de terminar que nadie podía darse cuenta de los tiros en la cabeza. Acerca de su propia actuación, ellos realizaron la autopsia 45 días después del crimen. Recibieron el cuerpo de una mujer que según les dijeron había muerto en la bañera por un golpe. Nadie en esas circunstancias hubiese buscado otra cosa más que golpes, no otro tipo de herida. Estaban predispuestos a eso cuando aparecieron para su sorpresa los balazos. La sorpresa no fue porque fuese difícil verlos sino porque no lo esperaban y menos escondidos debajo del cabello y con orificios pegoteados.
Los familiares ahora condenados trataron a todos aquellos que dudaban del accidente en la bañera de mentirosos. Los mentirosos y culpables de delito siempre fueron ellos. Qué destino el de María Marta, deshonrada por su familia que persiste en ocultar la causa del asesinato.
Estuvieron muy cerca de tapar todo si se piensa otra vez en aquellos 45 días donde la explicación que impusieron fue la del fatal y grosero accidente doméstico (“las canillas de esa casa son de terror”, insistió Horacio García Belsunce). ¿Pero si todo esto y más fue tan evidente porqué tardó y costó tanto llegar a una condena contra los falsarios? Una gran y costosísima puesta en escena que duró 9 años acaba de deshacerse.
Que no sigan, entonces, tirando arena en los ojos. Es lo que hace aún hoy Irene Hurtig cuando afirma que esta condena por encubrir es culpa de la “corporación judicial”. La condena es por la culpa de los condenados. Pero hablemos de corporación.
Horacio García Belsunce, el patriarca de esta familia, es muy conocido en el ambiente judicial. Se trata de un abogado defensor de posiciones jurídicas muy conservadores. Justamente poco después del crimen de su hija se manifestó públicamente por mantener la vigencia de las leyes de punto final y obediencia debida. En fin, son muchos los jueces y funcionarios conocidos de la familia, por amistad confesa, encubierta, influencia, relaciones laborales.
En 2003 el juez de San Isidro Diego Barroetaveña dictó la prisión preventiva de Carlos Carrascosa por matar a su mujer, con detención incluida. Sus abogados, extrañamente, no apelaron. Pasó una semana desde la preventiva cuando el mismo juez lo dejó libre. Ninguna condición o situación había cambiado para justificar la libertad cuando poco antes había decidido la prisión efectiva. El fallo fue tan inesperado que en los tribunales se lo consideró el resultado de un acuerdo entre el juez y los abogados de Carrascosa. Un juez de la Cámara de Casación, Fernando Maroto, le llegó a ordenar a Barroetaveña que volviera a detener a Carrascosa. Barroetaveña directamente exculpó al viudo y le revocó la preventiva. Un escándalo fenomenal. Maroto fue apartado del caso Belsunce y Barroetaveña, en 2005, fue ascendido.
También en 2003 hubo una denuncia contra Duilio Cámpora, un fiscal adjunto, mano derecha del jefe de fiscales de San Isidro, Julio Novo, ferviente enemigo de Diego Molina Pico, es decir de quién investigaba el caso Belsunce y avanzaba contra los familiares. La denuncia contra Cámpora era por “llevarse sin permiso” (¿robarse?) parte del expediente. Dulio Cámpora recibió luego de ese hecho el ascenso a juez de la Cámara. Cámpora es cuñado del juez Alberto Ortolani, que si bien coincidió ayer en condenar a los familiares por encubridores, se negó a firmar su arresto inmediato, como sí hicieron los jueces María Elena Márquez y Ariel Introzzi Truglia.
En 2007, cuando juzgaban a Carrascosa, un juez de la Cámara de San Isidro se abrazó con él en los pasillos de los tribunales, a la vista de todo el mundo.
“Existió cooperación funcional en el plan homicida entre Carrascosa y por lo menos otras dos personas, los que habrían actuado en la especie libremente y sin coacciones”, afirmaron en 2009 los jueces Carlos Natiello, Horacio Piombo y Benjamín Sal Llargués, jueces de Casación que condenaron a perpetua a Carrascosa por matar a su mujer. Pero el fiscal Gonzalo Aquino, que debía continuar la investigación para dar con esas “otras dos personas”, que podrían ser Irene Hurtig y Guillermo Bártoli, no sólo abandonó esa línea sino que ¡pidió que se establezca una recompensa para hallar a los culpables! Aquino, de muy buena relación con el fiscal general Novo, fue ascendido a juez de tribunal oral.
Este año, cuando comenzó el juicio contra los familiares de María Marta por encubrimiento, los fiscales de Pilar Daniel Márquez y Leonardo Loiterstein, pidieron detener a Irene Hurtig como supuesta coautora del asesinato. El juez de San Isidro Ricardo Costa, en una resolución polémica, muy parecida a una escrito de defensa, lo rechazó. En 2006 Costa era fiscal. Trabajó codo a codo con el abogado Alejandro Novak buscando y procediendo contra ladrones que habían entrado a la casa de Novak en el country Tortugas. Novak es el abogado jefe de la familia Belsunce.
En la Cámara de Apelaciones y Garantías de San Isidro los Belsunce se suelen sentir tranquilos, y según la Sala que les toque en Casación, también. Los abogados de Horacio García Belsunce, Juan Hurtig, Guillermo Bártoli, del médico Gauvry Gordon y del leal vecino Sergio Binello, luego de la clamorosa y lacerante derrota para su prestigio profesional que significó la condena del viernes y el arresto, irán a esas Cámaras para obtener la libertad con el recurso del habeas corpus.
Como se ha visto, enfrentarse a este entramado de relaciones poderosísimas dentro del poder judicial de la provincia es una tarea enorme. Se sufren campañas de desprestigio, se frustran brillantes carreras, se soportan hasta sanciones administrativas. Por eso no queda más que reconocer las virtudes de los jueces y funcionarios que se sacaron la arena de los ojos. Ellos tienen la mejor distinción de todas, no deberle nada a nadie.