La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

El karma de los vices peronistas.

Por Pablo Sirvén.

El mandamás justicialista es un sol abrasador que no admite sombra alguna, ni siquiera de la insignificancia institucional que reserva nuestra Constitución al vicepresidente de la Nación. El excluyente protagonismo del líder (se llame Perón, Menem, Kirchner o Cristina) es tan vertical y personalista que la figura del vicepresidente incomoda siempre por una causa o por otra.

Tres vicepresidentes peronistas llegaron a lo máximo del poder por distintas razones, pero sólo uno lo hizo por decisión de las urnas. Tal es el caso del mismísimo Juan Domingo Perón, que siendo miembro destacado e inspirador del golpe militar nacionalista de 1943 se convirtió en su funcionario más influyente al acumular tres cargos dentro de aquel régimen.

Así fue, y todo a un mismo tiempo, secretario de Trabajo y Previsión, ministro de Guerra y vicepresidente de la Nación. Como tal, estuvo lejos de ser la sombra del presidente Edelmiro J. Farrel. Al contrario, sus poderosos rayos lumínicos casi chamuscan al mandatario cuartelero si Perón no hubiese salido, en la noche del 17 de octubre de 1945, a los balcones de la Casa Rosada a sosegar a la muchedumbre que había llegado hasta allí para reclamar su libertad. Cuatro meses más tarde, sería ungido presidente constitucional.

Su tercera esposa, María Estela Martínez, y a la sazón vicepresidenta de la Nación 28 años más tarde, accedería a la primera magistratura del país tras su fallecimiento.

Eduardo Duhalde fue vicepresidente de Carlos Menem sólo dos años (renunció para ser gobernador de la provincia de Buenos Aires). Cuando el riojano vio frustrada su re-reelección, hizo todo lo indecible para sabotear la candidatura de su ex compañero de fórmula, que, al final, perdió en 1999 con Fernando de la Rúa. Por esas paradojas de la historia, la hecatombe de 2001 lo catapultó a la Presidencia y terminó reemplazándolo, pero por decisión del Congreso.

Los demás vicepresidentes peronistas -cinco más, que se suman a los tres mencionados (del actual, Amado Boudou, se hablará más adelante)- terminaron sus días en ese cargo de la peor manera: la muerte vino en busca de uno de ellos (Hortensio Quijano), otro sufrió la interrupción de su mandato por el golpe del 55 (Alberto Tessaire) y uno más renunció a los 49 días de haber asumido (Vicente Solano Lima, en solidaridad con el paso al costado dado por el presidente Héctor J. Cámpora, en 1973), en tanto que Carlos Ruckauf (vice durante el segundo mandato de Menem), Daniel Scioli (compañero de fórmula de Néstor Kirchner durante toda su gestión) y Julio Cobos (segundo de Cristina Kirchner, en la totalidad de su primer gobierno) sufrieron, respectivamente, frialdades, desaires y hostilidades claras y abiertas. Hay otro caso traumático más peculiar aún: el de Chacho Alvarez, vicepresidente de cuna peronista, pero del gobierno de la Alianza (), que se autoeyectó del poder, a los diez meses de asumir, tras hacer estallar el escándalo por las coimas en el Congreso.

Si como vice, Isabel Perón no lo pasó tan mal, paradójicamente, recibir luego como herencia institucional, partidaria y familiar la banda presidencial y el bastón de mando del viejo caudillo sólo le deparó sinsabores (terrorismo a izquierda y derecha, inflación desenfrenada, internismos salvajes y, finalmente, un golpe de Estado que la desalojó del poder en 1976 y la mantuvo cautiva durante más de cinco años).

En cuanto a su más notable predecesora, Eva Perón, le ocurrió algo más trágico y misterioso: la CGT respaldó su candidatura a vicepresidenta en 1951 durante un colosal acto realizado en la avenida 9 de Julio al pie del entonces edificio de Obras Públicas (hoy Ministerio de Desarrollo Social), que, precisamente, desde julio luce en dos de sus laterales sendas figuras de la "abanderada de los humildes". Pero entonces hubo tironeos impensados a la vista de todos (Tomás Eloy Martínez los noveliza con sorprendente minuciosidad en Santa Evita ) que desembocaron en su célebre renunciamiento.

Mucho se dijo entonces, y se repite hasta ahora, que tal paso al costado se debió a su delicado estado de salud, que la llevaría a la tumba en menos de un año, pero el argumento se cae a pedazos cuando se advierte que en su lugar Perón volvió a elegir al buenazo de Quijano como compañero de fórmula, quien se adelantaría casi cuatro meses a Evita en el viaje sin regreso al más allá.

En Historia del peronismo. El poder total (Planeta, Buenos Aires, 1999), Hugo Gambini también relativiza la importancia de la presión militar que habría evitado que Eva Duarte llegase a la vicepresidencia. "En lugar de contener la embestida castrense, como tantas otras veces -escribe-, Perón optó esta vez por utilizarla. Dejó crecer la idea de un veto militar para convencer a su mujer de que era imposible conferirle la vicepresidencia. Hasta ese momento había aceptado, no de mala gana, la intromisión de Evita en política; ella y su fanatismo le convenían, aunque no al extremo de llegar a eclipsar su figura. Pudo haber recurrido al eficaz sistema de repartir prebendas, con el que acostumbraba limar asperezas, pero prefirió aceptar el reclamo, y de esa forma sorprendió también a los propios autores del planteo."

Al observar este mapa de persistentes frustraciones vicepresidenciales del peronismo, se concluye que hay algo más profundo que supera la mera anécdota de cada caso en particular y que sirve de denominador común para todos: la altísima conflictividad latente que muy pronto se hace manifiesta entre quien lidera y quien desde más cerca le sigue los pasos.

El peronista no concibe ejercer el poder de otra manera que no sea como una suerte de monarca absolutista. Por tanto, tener a alguien impuesto por la fastidiosa Constitución como ladero, por más nimio que parezca, es una molestia permanente que el ninguneo o el maltrato no termina de resolver. No es raro pues que tanto Perón como Menem hayan gobernado un par de años liberados de esa incómoda presencia en sus cercanías, y que Néstor Kirchner, al igual que su viuda, intentaran, de ostensibles maneras, desembarazarse de Scioli y de Cobos, respectivamente, y como eso no sucedió se resignaran a ignorarlos con evidente desdén.

Otra característica bastante marcada de los vicepresidentes peronistas (a excepción de Isabel Perón, Duhalde, Ruckauf y Scioli, de innegable prosapia justicialista) es que todos los demás, incluso el actual, proceden de otros troncos partidarios.

Así, Quijano, precursor de los radicales K de los Kirchner, para apoyar a Perón fundó la Unión Cívica Radical Junta Renovadora; el contralmirante Tessaire hizo lo propio desde el Partido Independiente; Solano Lima era conservador popular, y Cobos continúa revistando en la UCR. Boudou, el actual vice, para no ser menos, militó en la Ucedé, el partido de Álvaro Alsogaray. Como puede advertirse en esta breve recopilación, hay una inusual recurrencia en el peronismo a través del tiempo en "pescar" más candidatos en fuentes conservadoras que en las del radicalismo.

Ese abrevar en aguas ajenas acentúa la desconfianza natural del peronismo hacia la traición que pueden incubar sus aliados de ocasión. La última constatación de que no se trata de un peligro figurado sino concreto fue el "voto no positivo" de Cobos, pero registra un antecedente más lejano en Tessaire, el vicepresidente de Perón, que tras su caída denostó como nadie al régimen del que había sido parte hasta un rato antes.

Tres vices peronistas llegaron a ser presidentes por las razones anotadas más arriba, un cuarto (Scioli) espera su oportunidad de serlo (aunque eso ni siquiera está claro para 2015), mientras que un quinto (Boudou) accedió a esa instancia, pero sólo provisoriamente mientras dure la convalecencia de Cristina Kirchner, tras la operación a la que fue sometida para extirparle un tumor cancerígeno.

A pesar de que la Presidenta resolvió la candidatura de Boudou a secundarla en las elecciones de manera absolutamente privada y personal, Cristina Kirchner le ha puesto alguna distancia al vínculo al marcarle ciertos límites al imparable ascenso bullanguero del funcionario del que, incluso, se burló al calificarlo de "concheto" en un acto público.

Recientemente, la mandataria fue más que explícita sobre lo que espera de su vicepresidente: que "piense lo mismo" que ella. Y por si no quedaba claro completó con un "¡así que guarda con lo que hacés?!".

En su círculo de confianza en el Senado, Boudou, según La Política OnLine, habría dicho: "Me quieren convertir en el nuevo Cobos", presionado tal vez por las desconfianzas que despierta en el núcleo duro del kirchnerismo, el repentino interés que tiene en él la SIDE y la "red de contención" que significa que cada papel que firme verá la luz sólo después de una estricta revisión por parte del fiel secretario de Legal y Técnica de la Presidencia, Carlos Zannini, sin olvidar que Julio De Vido y Máximo Kirchner también lo estarán mirando.

Por las especiales circunstancias en que ahora quedó a cargo del Poder Ejecutivo durante varias semanas, Boudou goza de una vidriera impensada para un vicepresidente. Tendrá que mantener un equilibrio muy delicado para sofrenar sus inclinaciones histriónicas (de las que hizo gala en la campaña con sus garabatos rockeros) ya que un exceso de protagonismo sería muy malinterpretado por los ortodoxos cristinistas.

Por de pronto, no usa el más que simbólico despacho presidencial y, en cambio, ejerce su función desde el edificio del Banco Nación, ubicado enfrente de la Casa de Gobierno. Si podrá revertir la maldición de los vices peronistas, sólo el tiempo será capaz de responderlo.

Fuente: La Nación.

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