La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
La historia de una banda impune. Por Susana Viau. |
Fue el vertedero donde confluyó lo peor de la ultraderecha fascista, falangista, maurrasiana y violenta. Pasaron treinta años y nunca prosperaron las causas abiertas contra este grupo moldeado por militares y militantes, policías y brujos.
El titular de Defensa Adolfo Savino (ex jefe de Asesores del general Roberto Marcelo Levingston), el canciller Alberto Vignes, el rector de la Universidad de Buenos Aires Alberto Ottalagano, el periodista Jorge Conti eran apenas algunos de la larga lista de nombres civiles que formó parte del paraguas ideológico de la Triple A y, en ciertos casos –el del periodista Conti es uno–, también constituyó su soporte material.
A esa constelación endiablada pertenecían, de pleno derecho, el ministro de Bienestar Social José López Rega y sus colaboradores Pedro Vázquez, médico de Isabel María Estela Martínez, Carlos Villone y José María Villone, secretario de Prensa de la Presidencia, el hombre que sostenía que “Perón no se morirá nunca, porque Perón es inmortal”.
Al grupo de civiles notables de la Alianza Anticomunista Argentina se le sumaban dos jóvenes, el propagandista y director de El Caudillo Felipe Romeo, y un individuo de acción, Julio Yessi, jefe de la Juventud Peronista de la República Argentina, la “jotaperra”, presidente del INAC –Instituto Nacional de Acción Cooperativa– y mano derecha –en verdad su secretario, dicen– del ministro ocultista.
Es precisamente de Julio Yessi de quien se ocupará esta nota, un personaje olvidado por casi todos, hasta por los jueces que se desprendieron de sus causas como de un clavo ardiente. Y allí permanecen, arrumbadas en el archivo federal del Palacio de Tribunales.
El comandante en jefe del Ejército Leandro Anaya había tenido una reunión con López Rega y Savino. Durante el encuentro explicó que las Fuerzas Armadas no veían con buenos ojos que grupos paraestatales tiraran más cadáveres a las calles. La reacción oficial fue inmediata. Savino desplazó a Anaya, puso en disponibilidad a su segundo, Jorge Rafael Videla, y envió a Rosario a Roberto Viola.
Nombró en lugar de Anaya a Alberto Numa Laplane. El halcón que llegaba del V Cuerpo designó como jefe de Inteligencia al coronel José Meritello. Ser o no ser miembro de la Triple A era una tómbola. Poco y nada diferenciaba a sus integrantes de individuos como Alejandro Giovenco, Jorge Cesarsky, Norma Kennedy o Alberto Brito Lima, alma mater del Comando de Organización, una patota conocida como “los cadeneros”.
La cadena, bueno es recordarlo, caracterizó a los grupos de choque del peronismo, formó parte de su naturaleza. Procedían de la ultraderecha católica, de reservorios fascistas, falangistas, maurrasianos los más pensantes, y acabaron integrados al Movimiento Nacionalista Tacuara, a la Alianza Libertadora Nacionalista (liderada por Juan Queraltó), a la Concentración Nacional Universitaria (CNU), responsable del asesinato de la estudiante marplatense Silvia Filler) al C de O, a la Guardia Restauradora Nacionalista o el Sindicato de Derecho.
Tenían el respaldo activo del coronel Jorge Osinde y del teniente Ciro Ahumada. Todos juntos chapaleaban en un territorio pantanoso, mezcla de militancia, sindicalismo, lumpenaje y servicios de inteligencia, un universo donde las encarnaciones del odio eran los “zurdos” y la “sinarquía” y “el mejor enemigo era el enemigo muerto”.
De aquella mixtura floreció la “jotaperra”, el sello que acogió a Giovenco, Kennedy, Romeo y sobre el que se aposentó Julio Yessi para proyectarse a nivel nacional y disputar cartel con la JP encabezada por Juan Carlos Dante Gullo. En un comunicado de febrero de 1974 en el que relataba el encuentro que Gullo y Jorge Obeid habían mantenido con Juan Domingo Perón, Mario Eduardo Firmenich señalaba que Gullo había planteado en la entrevista el “falso enfrentamiento entre Patria Peronista y Patria Socialista.
Nosotros comprendemos que el peronismo es el socialismo nacional”. Perón sostuvo entonces que el ERP formaba parte de una conspiración internacional “detrás de la cual está la CIA” y “diferenció claramente a los Montoneros de los grupos de ultraizquierda”.
Luego, el general tranquilizó a sus interlocutores respecto de una posible bendición a la “jotaperra”. “Perón dijo que no había que hacerse problemas –informó Firmenich–, que su nombre (el de Julio Yessi) había surgido entre gallos y medianoche.” Era una mentira piadosa, la música que los jóvenes de la JP querían escuchar.
Porque así, entre gallos y medianoche, Yessi ocupó por designación de Lopecito la dirección del INAC, el Instituto Nacional de Acción Cooperativa. El agente arrepentido Horacio Paino aseguró que era Conti, conductor de la prensa ministerial, el enlace entre los grupos de la AAA y López Rega y que a través de él se vehiculizaban los fondos para la compra de infraestructura operativa.
Los cheques desviaban el dinero de Sucesos Argentinos, Télam y Honegger el taller donde se imprimía El Caudillo, para pagar el armamento de los parapoliciales de Julio Yessi, del subcomisario Rodolfo Almirón, de su suegro el comisario mayor Juan Ramón Morales y de Miguel Ángel Rovira.
Las armas, contó Paino, venían de Pedro Juan Caballero, una ciudad paraguaya en cuyas calles flotaba la atmósfera densa del trasiego de traficantes. Eran, dijo Paino, ametralladoras “Stein”. Quizá Paino se haya equivocado. Tal vez fueran ametralladoras “Sterling” con silenciador, iguales a las del cargamento de cuatro cajas que descubrieron por casualidad en un galpón del ministerio y que desaparecieron después de que un comando las sustrajera para devolverlas más tarde... vacías.
Pero que las armas habían estado allí..., no cabía duda. Uno de los instructores de la causa no olvidará que “eran 10 MK7 o MK10 más silenciadores y una especie de escopetas pajeras”.
El origen de las armas era la Sterling Engineering Company, de Dagenham, en el condado de Essex, y los vendedores, o los intermediarios, unos tipos de nombre Binstock y Murdoch. Tiempo después del golpe militar de 1976, la justicia argentina envió un exhorto a Londres. Pretendía que Su Majestad, o el Foreign Office, intercedieran ante el coronel a cargo de la Sterling para que suministraran los datos del pagador. Querían saber quién había sido el emisor del cheque o, en caso de que la compra se hubiera hecho en efectivo, el nombre del adquirente.
Su Majestad respondió que todos los papeles relativos a aquella operación habían sido destruidos. La investigación pasó de mano en mano y nadie puso demasiado empeño en el esclarecimiento de la causa 7/77 “Yessi, Villone S/Denuncia art. 241”. No entusiasmó al primer magistrado interviniente, el titular del federal 1, Alfredo Nocetti Fasolino, ni a Juan Fégoli, tampoco a Eduardo Marquardt y mucho menos a María Romilda Servini de Cubría.
Es que no era una causa. Era un combo que incluía el revoleo de subsidios que Yessi había realizado desde el INAC y, claro, siempre pensando en los humildes, no había dejado fuera del reparto ni siquiera a su chofer, beneficiado con un crédito millonario.
Al ser citado a declarar, el empleado relató que su jefe ahorraba dólares de oro amonedados y tenía una caja fuerte a nombre de ambos en el Banco de Misiones. Allí acudía periódicamente el chofer a guardar los valores que el presidente del INAC le entregaba.
Otro hecho fortuito puso al descubierto la cultura de acumulación que, junto al gusto por la violencia, caracterizaban al joven cuadro peronista: la caja de seguridad vecina tenía la misma cerradura y en una distracción el chofer de Yessi había dejado en ella algunos de sus depósitos.
El propietario de la caja equivocada, en un rapto de honradez que nadie le agradecería, informó al banco lo ocurrido. Yessi se presentó en la entidad para exigir explicaciones. Imposible negárselas a un funcionario y mucho menos si, como él, llegaba con la dotación de 5 automóviles Torino armada hasta los dientes.
Tráfico de armas, enriquecimiento ilícito... ni el secretario de Estado de Coordinación y promoción Social Carlos Villone ni el ministro López Rega fueron citados nunca a declarar. Julio Yessi lo hizo sólo una vez, recostado en el marco de una puerta del despacho del juez.
Después del golpe militar de marzo de 1976, Yessi fue llevado prisionero al buque “Bahía Aguirre”. Compartía la celda-camarote con el diputado peronista Eduardo Farías, integrante del “Grupo de Trabajo” de la Cámara baja, y era vecino de calabozo de José Stupenengo, un vocero lopezrreguista que reaparecería junto a José Luis Manzano en el Ministerio del Interior. Eran huéspedes de la
Marina, la fuerza que ocupó el lugar de la ultraderecha peronista en los medios y en el Ministerio de Bienestar Social. Formaban parte del proyecto de continuidad de Emilio Massera, el más peronista –a lo mejor el único– de los caballeros del mar.
Julio Yessi, al parecer, aún vive. En Banfield, en el sur del conurbano bonaerense. Es probable que sus vecinos no asocien a este hombre con la historia negra del ministro ocultista, del cabo ascendido de golpe a comisario general, del hombrecito de voz fina, ojos acuosos y aspecto asexuado que creó la Triple A. Cómo imaginar que un habitante del reino de las tinieblas tiene un apodo inocente, cómo imaginar que hay tanta sangre detrás de Julio “Cuqui” Yessi.
El órgano oficial de la Triple A del Brujo. Por Sergio Kiernan.
El Director de "EL Caudillo", Felipe Romeo, vive en Buenos Aires y restaura edificios antiguos. Autor de la consigna “el mejor enemigo es el enemigo muerto”, publicaba las listas de “sinárquicos” a matar y es figura prominentemente en la causa que investiga a la Triple A. Fue uno de los fundadores de la JPRA y ya en 1975 figura en una denuncia por un arsenal clandestino. En 1988 fue preso por drogas. Y ahora es restaurador de cúpulas.
Felipe Romeo fue uno de los personajes más conocidos de la derecha dura del país, el creador de la divisa “El mejor enemigo es el enemigo muerto”. Con apenas treinta años, en 1975 llevaba dos al frente de El Caudillo, el house organ de la Triple A que gritaba que “estamos en guerra” y saludaba los asesinatos, atentados y amenazas de la organización clandestina como actos de limpieza de una patria amenazada “por las dos pinzas de la sinarquía”.
Hoy, pasados los sesenta, luego de un breve exilio español, una vuelta a la trinchera que terminó en la nada y un arresto por drogas, Romeo figura de forma prominente en la causa que investiga el terror negro y que a fines de diciembre culminó en la detención en España del ex subcomisario Rodolfo Eduardo Almirón, custodio presidencial y guerrero contra la “sinarquía”. Romeo pasa ahora sus días recuperándose de sus problemas cardíacos y en una nueva profesión, inesperada en alguien con su historial: es restaurador de edificios antiguos.
Romeo tenía 28 años cuando fundó la revista favorita de Almirón, el jefe de la Triple A que espera su extradición en España. Nacido en la zona sur bonaerense, Romeo era un miembro veterano de la Guardia Restauradora Nacionalista que se escindió de Tacuara y para el ’73 ya tenía un nuevo referente, Alberto Brito Lima, jefe del Comando de Organización.
Romeo participó del nacimiento del paraguas político de la ultraderecha en el peronismo de la época, la J.P. de la República Argentina, la jotaperra, junto a amigos como el coronel Osinde.
El Caudillo apareció el 16 de noviembre de 1973, “cuando el general Perón se aprestaba a comenzar a depurar el movimiento de los infiltrados que se habían encaramado en distintas posiciones merced al traidor Héctor Cámpora”. Abiertamente militante, sin la menor pretensión de periodismo –el sello editorial era Vertical SA, nada menos–, la consigna era “Perón o muerte” y “Perón manda”.
Otra característica de este tabloide quincenal era el casi total anonimato, ya que la única firma visible era la de Romeo, el director, en el staff y en el editorial, siempre a doble página, que funcionaba como una bajada de línea a la derecha peronista. El lenguaje, las ideas y las propuestas de El Caudillo eran un llamado constante y una justificación de la violencia de su organización madre, la Triple A.
Desde su logo –una tacuara– hasta secciones como “Buscado”, donde se publicaba la foto de un “zurdo” con un “prontuario” y la invitación a “compañero, ya lo conoce: grábese esta cara para reconocerlo cuando se lo cruce”, El Caudillo arrancó pidiendo cabezas y terminó aplaudiendo y reivindicando a los que las hicieron rodar.
Que Romeo, su revista y su anónimo grupo de redactores tenían el mismo patrono y referente que la Triple A, José López Rega, no era ningún secreto. Una vez que El Brujo asumió el Ministerio de Bienestar Social, la revista se pobló de interminables, amplios y repetidos avisos de diversos programas oficiales financiados por esa repartición.
Así, hay dobles institucionales sobre nada en particular, avisos sobre programas de viviendas y páginas enteras sobre encuentros deportivos juveniles. En la pauta comercial de El Caudillo se puede seguir el avance de la derecha de la época sobre el aparato del Estado, proceso que se acelera a partir de la muerte de Perón en julio de 1974.
Van apareciendo anunciantes como ELMA, la desaparecida empresa naval estatal, el Instituto Nacional de Vitivinicultura, la Caja Nacional de Ahorro, el Banco Nacional de Desarrollo, el Banco Social de Córdoba y, poco antes del golpe, la municipalidad porteña. Nunca hubo un anunciante privado, pero alcanzaba con las muchas páginas pagas con dineros públicos.
La identidad política de Romeo y de El Caudillo queda en claro no sólo por sus odios sino por sus amores: Lorenzo Miguel, Casildo Herreras, Jorge Camus, Raúl Lacabanne, Oscar Ivanissevich, Ricardo Otero –“a todos hemos apoyado y todos tienen la confianza de la compañera Isabel”–, las 62 Organizaciones y la Falange Española, citada como ejemplo “de revolución nacional”.
Isabel o muerte
La revista de Romeo ganó protagonismo a la muerte de Perón. La edición 35, del 19 de julio de 1974, proclama en tapa que “Isabel no es la heredera de Perón”. La aparente contradicción se resolvía al dar vuelta la revista, que en contratapa continuaba con que “Es presidente por mérito propio”. La bajada de línea a la derecha es clarísima: a partir de este momento hay que enfrentar “la alianza Gelbard-Romero-Firmenich que sabotea el proceso de Reconstrucción y Liberación Nacional”.
Esta “rosca gorila”, explica El Caudillo, acaba de vivir una derrota porque las 62 Organizaciones lograron “reperonizar” la CGT. “Nosotros estamos aquí para hacer una revolución y para cumplir a sangre y fuego el mandato de Perón”, editorializa Romeo en ese entonces, “para apoyar a muerte a Isabelita y para convertir en realidad efectiva los postulados del justicialismo. Este será nuestro homenaje militante para con Perón y nuestro Pueblo.” Y si alguien se pregunta por qué esta plataforma debe cumplirse, Romeo explica en el final “porque es así y porque Perón manda”.
Mientras que las protestas revolucionarias de El Caudillo no son muy creíbles, resultan mucho más tangibles sus explicaciones paranoides sobre la coyuntura de esos años difíciles. Romeo explica que “hay una pinza sinárquica con una pata izquierdista y otra derechista”, lo que fuerza a los peronistas “de verdad” a luchar en dos frentes. Por un lado, hay que combatir a personas como Adalberto Krieger Vasena o Álvaro Alsogaray, la pata sinárquica derecha. Por el otro, a Montoneros y el ERP, la pata izquierdista.
Todo indica que Romeo y su gente realmente creían que estos grupos e intereses literalmente servían al mismo amo y actuaban coordinadamente. Una de las estrategias del “enemigo” era “irritar a los militares” para que “pongan orden”. Romeo, sarcástico, ya se imagina “un gabinete con socialistas democráticos, demoprogresistas, manriquistas, radicales y algún peronista complaciente” sirviendo “al coronel de turno”.
En su estilo desaforado y ultraagresivo –que lo llevaba a gritar constantemente–, Romeo avisa sobre otro frente, la universidad, “que es el antro sinárquico por excelencia” donde “bolches, yankys (sic) y demás yerbas se preocupan especialmente en degenerar a la juventud argentina” con “desnacionalización y coloniaje mental”.
El Caudillo saludó alborozado el nombramiento de Ivanissevich como ministro de Educación y la intervención a la UBA del todavía más desatado Alberto Ottalagano, que apareció en la tapa de la revista Gente haciendo el saludo nazi y con el título de “Sí, soy fascista, ¿y qué?”.
Tanto le gustó el reportaje al interventor universitario, que lo mandó a reeditar en un librito con el mismo título. Para marzo de 1975, El Caudillo advertía sobre la “intentona subversiva” de aumentar las acciones armadas en centros urbanos para aliviar la presión sobre las “zonas liberadas rurales”. Mostrando una vez más su formación “nacionalista”, Romeo advierte que estas zonas liberadas se parecen mucho al Plan Andinia, “que es un antecedente”.
El Plan era un invento, todavía reciente, del profesor Walter Beveraggi Allende, que afirmaba que “el gobierno judío mundial” buscaba crear un segundo Estado de Israel robando la Patagonia argentina. Ramón Camps, eventual amigo y mentor de Romeo, era un fan convencido de la existencia del Plan Andinia, tanto que intentó que Jacobo Timerman se lo admitiera en la mesa de torturas.
Según la causa que investiga a la Triple A, Romeo habría prestado otros servicios a su causa: la redacción de la avenida Alcorta funcionaba también de arsenal y base de operaciones.
Bajo las Malvinas
Hubo una tercera etapa de El Caudillo, que se abre con el retorno de Romeo de un exilio bastante fácil en España, donde contaba con amigos locales e “importados”, como Casildo Herreras, ya famoso por su frase “yo me borro”, y el ahora detenido Almirón. El Caudillo reaparece en mayo de 1982, con oficinas en Uriburu 260, piso 4, y con avisos salutatorios de la Secretaría Política del PJ, de la CGT y de las 62 Organizaciones.
El tema excluyente es la guerra de Malvinas: “Reaparecemos porque Argentina está en guerra”, explica el editorial, nuevamente de Romeo, que pondera que el país sufrió tres agresiones, la guerrillera, la económica y la militar, siempre a manos del enemigo sinárquico.
La revista de los ochenta publica muchas notas a y de referentes sindicales ya olvidados, y brinda generosos chivos a entidades como el Frente de Acción Nacional Justicialista, grupo cuyo logo era la insignia militar del Tercer Reich, sólo que con cóndor en lugar de águila y escudo justicialista en vez de svástica.
Romeo fue detectable en política hasta el fracaso electoral de Italo Luder, su esperanza para volver a escena. Por entonces se dedica a editarle los libros a Camps, bajo el sello RO-CA (Romeo-Camps), y acompaña a su socio a las presentaciones de su libro El poder en las sombras, explicando que lo une al por entonces todavía militar “un fervoroso patriotismo y la identidad de nuestros enemigos”.
Al triunfo de Raúl Alfonsín le siguió un largo período de bajísimo perfil del que salió en las páginas policiales. El 26 de octubre de 1988, la División Moralidad de la Policía Federal lo detuvo en el bar de una persona “con antecedentes de delitos contra la propiedad y robo de automotores”, en Gascón 1460. Según la causa abierta, Romeo tenía “entre sus ropas” 110 gramos de cocaína de alta pureza. Después de seis días preso fue liberado bajo fianza de 50.000 australes y acusado de tenencia de estupefacientes, sin que se pudiera probarle que intentaba traficar.
Según personas que lo conocieron en los años que siguieron, Romeo sufrió recurrentes problemas de salud por su estilo de vida, que culminaron en un infarto en 2006 y la instalación de dos stents, a los 61 años de edad. Ya formaba parte hace años –en carácter de socio, amigo o acreedor, de acuerdo a distintas fuentes que se contradicen– de la empresa “CR”, dedicada a las restauraciones y que tiene como sede el último piso y la cúpula gaudiesca de Ayacucho y Rivadavia.
El edificio fue restaurado por la firma y, según su propia declaración en un site especializado, “por el profesor Felipe Romeo”. Tras las ventanas espejadas hay un espectacular dormitorio. Quienes conocen a este Romeo dicen que ya no habla de política, que repite aquello de que a cierta edad no hay que creerse ciertas cosas, pero que cada tanto arenga a sus albañiles –“¡sean valientes!”, los exhorta, para desconcierto general– durante obras como la restauración de la catedral de Chascomús.
De Caudillo a restaurador. Un raro cambio para alguien que proclamaba que “sólo la desaparición física del enemigo nos dará la victoria”.
Armas, la secretaria de López Rega. Por Irina Hauser.
El relato de Juan Segura, un teniente del Regimiento de Granaderos, fue una de las primeras pruebas que tuvo la investigación judicial sobre los crímenes de la Triple A, abierta a mediados de 1975. Un mediodía, venía manejando una camioneta del Ejército cuando, en Palermo Chico, sufrió un desperfecto que lo obligó a parar. Un policía le señaló un edificio blanco, en Figueroa Alcorta 3297, y le sugirió que era el lugar indicado para hablar por teléfono y pedir ayuda.
Allí le dijeron que funcionaba la revista Puntal, poco antes llamada El Caudillo, bajo la dirección de Felipe Romeo. Había armas a la vista y apareció una mujer a quien todos aludían como la secretaria “del ministro José López Rega”. El oficial se fue con cinco revistas de regalo bajo el brazo. Horas más tarde denunciaba ante su jefe, el coronel Jorge Sosa Molina, que se trataba de una sede disfrazada de las “Tres A”.
Sosa Molina, que encabezaba la custodia de Granaderos de la Casa de Gobierno y la quinta de Olivos, elevó la denuncia de Segura al Estado Mayor del Ejército, a cargo del represor Jorge Rafael Videla. En los meses previos al golpe de Estado la revelación del granadero fue utilizada y difundida por la cúpula de las fuerzas armadas para instalar un discurso de supuesta preocupación por las
acciones de la ultraderecha, cuando en realidad tenía injerencia en ella.
Cuando el diario La Opinión publicó que el Ministerio de Defensa tenía una carpeta con todos los datos sobre la Triple A, un abogado hizo una denuncia ante el juez federal Teófilo Lafuente. Señalaba como sus líderes a López Rega y a los policías encargados de la seguridad oficial, Rodolfo Eduardo Almirón y su suegro Juan Ramón Morales. Entre los 40 cuerpos que hoy tiene la causa hay recortes de las revistas Puntal y El Caudillo, a las que se describe claramente como los órganos de difusión de la organización terrorista que dirigía El Brujo desde el Ministerio de Bienestar Social.
El granadero Segura no pudo contar ante la Justicia lo que vio. El expediente judicial explica que Videla “nunca lo relevó del secreto profesional”. Ni siquiera pudo hablar cuando, en democracia, fue reflotada la causa: había muerto el 28 de noviembre del 1979 “en un accidente que guardó relación con actos de servicio”, según reportó el Ejército. Sólo se pudo incorporar lo que dijo en el
sumario militar. Quien declaró fue su jefe: relató que López Rega lo citó en su despacho en la Casa de Gobierno para pedirle explicaciones por la denuncia que lo involucraba. “Yo le contesté que me extrañaba que una denuncia reservada, por vía militar, fuera de su conocimiento”, dijo Sosa Molina.
En aquella época, no era ningún secreto que Felipe Romeo dirigía El Caudillo. Los editoriales siempre llevaban su firma y algunas veces también su foto. La revista tuvo varias sedes distintas. Pero el edificio de Figueroa Alcorta, si alguna vez había sido la redacción, el día que entró Segura era otra cosa. “Era el cuartel general de Morales y Almirón”, afirma Ignacio González Janzen en su libro La Triple A.
También cuenta que López Rega ordenó desalojarlo apenas se enteró de la investigación abierta. Romeo también tiene algunas páginas dedicadas en el expediente. Allí declaró el dueño del inmueble de Palermo Chico, Luis Carlos Mariscotti, y dijo que se lo
había alquilado al propio Romeo para que “funcionaran oficinas de redacción”.
Sólo iba a cobrar el alquiler, pero le aseguró al juez que los vecinos le habían comentado que allí circulaban “personas armadas en forma regular y que se efectuaban actividades sospechosas”. Otro de los testimonios que nutrió la pesquisa al comienzo fue el de un teniente del Ejército, Salvador Paino. Era una especie de arrepentido que había estado a cargo de las relaciones públicas de Bienestar Social.
Según su versión, cuando lo quisieron reclutar para cometer atentados se abrió, fue amenazado y luego detenido, acusado de quedarse con plata. Paino le entregó a la Justicia un croquis con el organigrama que mostraba cómo funcionaba la Triple A y quiénes eran sus protagonistas. El dibujo incluía a El Caudillo y decía que su personal “estaba preparado para cumplir órdenes tendientes a que llevara a cabo actos de terrorismo”.
Toda esta historia había quedado olvidada hasta que hace tres semanas el juez Norberto Oyarbide se dio cuenta de que estaba en una estantería de su juzgado. Fue a raíz del hallazgo de Almirón en España, cerca de Valencia, por una investigación periodística. El ex subcomisario estuvo acusado desde un principio por los mismos asesinatos que López Rega, entre ellos el del diputado Rodolfo Ortega Peña, el del ex subjefe de la policía bonaerense Julio Troxler, y el de Silvio Frondizi, hermano del ex presidente Arturo Frondizi.
Pese a que su captura estaba pedida desde 1984, recién ahora se concretó la detención. López Rega fue extraditado en 1986. El entonces fiscal Aníbal Ibarra pidió su prisión perpetua por asociación ilícita y al menos seis homicidios. Pero no se llegó a dictar sentencia, ya que El Brujo murió antes, en junio de 1989.
En su dictamen Ibarra dedicó varias páginas a la revista El Caudillo. “Era financiada por el ministro de Bienestar Social, José López Rega. Es más, en ninguna otra publicación de la época dicho ministerio realizaba semejante publicidad y con tanta exclusividad. Y esto no se hace con un periódico ideológicamente ajeno sino con uno propio”, señalaba Ibarra. Luego agregaba dos páginas con citas para explicar por qué era “delictivo mantener una publicación” así. Una de sus consignas habituales era, ponía como ejemplo, “el mejor enemigo es el enemigo muerto”.
Nunca hubo condenas por los asesinatos de las “Tres A”. Almirón llevaba hasta ahora una vida normal y apacible. Igual que otros personajes que fueron del círculo íntimo de López Rega, como Miguel Ángel Rovira, que en 2001 era jefe de seguridad de Metrovías. Igual que Romeo, que restaura cúpulas y edificios antiguos.
Pero hace unos días el juez Oyarbide declaró que aquellos crímenes cometidos durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón son delitos de lesa humanidad y por lo tanto no prescriben. Toda una novedad que llevó a que el equipo del juzgado esté en estos días, pese a la feria judicial, abocado a rastrear a los candidatos al banquillo.