La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

Los intelectuales contraatacan.

Por Laura Etcharren.

La tendencia sostenida por parte de los intelectuales y periodistas a criticar la televisión se incrementa y genera una polémica que por momentos, se vuelve caduca. Porque la televisión que la sociedad de consumo ha elegido se vincula con todo aquello que el educador y Presidente de la Academia Nacional de Educación, Horacio Sanguinetti, rechaza.

Los contenidos vulgares y grotescos a los que el educador y otros tantos intelectuales se refieren son los que llaman la atención del público que tiene capacidad de decisión al momento de elegir que ver y que no ver.

Sucede, que existe una necesidad crítica destructiva hacia un medio tan masivo como la TV. Labaké advirtió que "hay una confusión entre interés público y consumo de la gente. Lo que se consume no necesariamente es de interés público". Y Barcia acotó: "No se le da al público lo que el público pide, sino aquello a lo que se lo acostumbró a pedir" (Fuente Diario La Nación, Mariano de Vedia)

Esas declaraciones, no son más que un juego de palabras para justificar la instalación de un debate que a los televidentes les importa nada. Aún no se ha comprendido que, de un tiempo a esta parte, entre cultura y televisión existe una relación de conflicto. Lo mismo que entre educación y televisión.

Lo que se busca en la Caja de Pandora es entretenimiento. Momentos de abstracción de los imponderables de la vida cotidiana. Un espacio de ocio que solo queda en eso y en posibles comentarios de oficina.

El televidente no busca trascender lo que ve y mucho menos racionalizarlo. La legitimidad a un programa está dada por dos cosas. Una de ellas, el gusto y la otra, tiene que ver con una característica de sociedad voyeur. Mirar algo poco estético por el solo hecho de mirar. Por curiosidad y fundamentalmente, por morbo. Aquel que también caracteriza a nuestra sociedad.

Decir que la TV tiene consecuencias negativas en los sectores de menos nivel educativo, niños y jóvenes es no entender que este medio no cumple una función social vinculada a la instrucción de los individuos. “En vez de ser el gran aliado de la educación, los medios son muchas veces su principal adversario” dijo Sanguinetti.

El prestigioso educador que es sin duda un gran entendido en materia de educación, incurre en un error al querer reunir dicho concepto con el de televisión. Su declaración plantea una supuesta lucha. Cuando en realidad, como ya se dijo, hay una simple relación de conflicto. Y conflicto, no es sinónimo de lucha.

La televisión se maneja como un sistema autopoiético. De autorregulación y sujeto a la medición minuto a minuto. Es un sistema cíclico que cambia conforme a las demandas. Razón por la cual, el conflicto que hoy existe, con el tiempo, puede desaparecer.

Los contenidos televisivos de aire son el reflejo de la descomposición social a la que se asiste como consecuencia de la falta de acción de las autoridades y la selectividad al momento de resolver los problemas más urgentes. La Academia de Educación en conjunto con sus integrantes, deberían revisar sus declaraciones, ya que lo ha colapsado en nuestro país es la educación como una de las esferas que componen esta sociedad moderna y contemporánea.

Es decir, la esfera educativa atraviesa por un momento caótico que tiene como premisas el vaciamiento de las aulas y la toma de las casas de estudio. Situaciones que no son provocadas por la televisión sino por un estilo generacional de jóvenes contestarios y muchos de ellos, vagos.

Chicos que no consumen prácticamente televisión porque gran parte de sus horas se la pasan reunidos en asambleas. Y ningunean el medio, dado que todo aquello que escape al “Manifiesto Comunista” o la revolución del proletariado es inferior. Poco serio. Subestiman a la televisión, dado que creen estar por encima de todo y de todos.

Grupos que buscan conflictos donde no los hay y cuando los encuentran, la primera medida que toman es la realización de marchas.
Las aulas se vacían y se convierten así, en eternos estudiantes. Aquellos que utilizan a la universidad como velo político. Que no cumplen con las normas estipuladas de regularidad y que se sienten dueños de las distintas facultades al desplegar en las entradas enormes mesas partidarias que buscan coptar adherentes, a veces, de forma coactiva.

Ahora bien, en los colegios secundarios ocurre algo parecido. Fundamentalmente, en aquellos que dependen de la UBA. Los estudiantes poseen una necesidad de revelación que no está dada por el factor televisivo sino por un modo de hacer política heredado de los universitarios.

Una construcción piramidal encabezada por estos últimos, seguida por los secundarios y padecida por el resto de la sociedad que observa como chicos de entre 16 y 30 años buscan manejar los hilos sociales del poder. Entonces, si la educación está en crisis no es a causa de la negatividad que produce la televisión. El conflicto está en el vínculo entre estudiantes y profesores.

Entre las concesiones del Ministerio de Educación y los alumnos. Y en la falta de diálogo y presencia en los hogares. Utilizar entonces a la televisión como instrumento generador de la debacle de una parte de la sociedad argentina es trasladar el problema a otra cancha.

Es desvincularse de las responsabilidades y entrar en otros terrenos. En lugar de mirar y actuar en el espacio que se les fue asignado. Ocurre, que así como los jóvenes se sienten que están más allá, también existe un círculo de intelectuales dedicado a intelectualizar y analizar todo aquello con lo que no acuerdan.

En síntesis, justificar en cierta forma que los problemas generacionales y de las clases más bajas se deben a los contenidos televisivos es banalizar el problema por el que atraviesa la educación. Es amparar la tendencia contra hegemónica deportiva. Es avalar una exquisita cultura de contratapa y felicitar la manipulación de cinco o seis conceptos intelectuales que colocan algunos estudiantes, generalmente de izquierda, en sus retóricas.

Pues seamos claros, el problema no son los medios. No es la televisión. La carencia de conocimiento, la ignorancia, la falta de educación, de normas de urbanidad y de usos y costumbres guarda íntima relación con la ruptura de los lazos familiares. Además, por supuesto, de la existencia de un sistema permisivo de mirada retardataria que acepta la permanencia viciosa y eterna de jóvenes que para lo que menos utilizan los claustros educativos es para cultivarse y nutrirse.

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