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Atentados y autoatentados: la dialéctica imprevisible...

En el libro "Montoneros La Buena Historia" escrito por un montonero se relata un secuestro trucho. Con mejor "puesta en escena" ya que lo golpearon en serio.

Montoneros La Buena Historia. Capítulo 36 - Atentados y autoatentados: la dialéctica imprevisible...

"Su foto aparecía en las primeras planas de todos los diarios del país y llenaba las pantallas de los noticieros de los canales de televisión. Denunciaban el secuestro de un joven dirigente gremial que encabezaba la oposición al oficialismo y postulaba un duro plan de lucha de los trabajadores del sindicato. Desde hacía unos días no había regresado del trabajo a su casa ni se había comunicado con nadie.

Los medios de comunicación adjudicaban su desaparición al enfrentamiento con la burocracia sindical y sus familiares habían declarado que temían por su vida. Con un niño en brazos y otros dos prendidos de su pollera, la posible viuda lloraba desconsolada rodeada de indignados compañeros. Era intensamente buscado por la policía de todo el país.

Laura apenas había pasado la adolescencia, se le notaban los sesenta en el espíritu libertario, en el pelo largo hasta la cintura y el aire hippie en general. Estudiaba medicina, acababa de aprobar las primeras materias y había trabajado de asistente de un médico amigo de su familia con quien había adquirido algunos conocimientos básicos de enfermería, y eso era todo.

El Dogor, el único cirujano de la Organización, era un católico sincero y practicante, más bueno que el pan, le costaba mucho asumir la violencia. Sólo podía participar vulnerándose a sí mismo, inspirado en esa fe que permite a los creyentes aceptar el martirio como un mandato divino si se trata de una causa justa. Parecía estar siempre pidiendo perdón a Dios por un pecado de soberbia: creer que había sido elegido por ÉL para esa tarea. Tenía un título recién estrenado.

Les explicaron que, asustado por las amenazas que había recibido de los matones del oficialismo, el Delegado se había ocultado en la casa de unos amigos del barrio y recurrido a sus contactos con la Organización para que lo protegieran. Mientras ellos discutían como resolver su situación, los compañeros de la fábrica y sus familiares habían avisado a los medios de comunicación y, visto el resultado, le habían prohibido contactarse hasta evaluar el mejor rédito político del quilombo que se había armado.

Después de una reunión de emergencia, la conducción había decidido que la manera de profundizar el conflicto gremial y obtener una victoria rotunda consistía en que las amenazas se hubiesen cumplido y el joven dirigente combativo apareciera ferozmente torturado. Después de todo no lo habían hecho simplemente porque se les había escapado.

El morocho comenzó hablando en el tono firme de quien da una orden intrascendente pero que debe cumplirse sin discusión, y a la primera resistencia se transformó en un energúmeno que gritaba que no aceptaría debate alguno sobre una decisión tomada.

Laura y el Dogor trataron de explicarle que la única manera de que alguien pasara por torturado era torturarlo, que las lesiones no se podían pintar ni maquillar porque serían descubiertos de inmediato, que deberían ser lesiones reales y para eso, obviamente, había que lastimarlo.

Sin pensar ni un instante en las objeciones, el Energúmeno, primero vociferando exaltado, y luego con un brillo acuoso y emocionado en los ojos, explicó que la Organización no podía de ningún modo desprestigiarse frente a los trabajadores, continuó elogiando la conciencia de clase de los obreros que habían salido a defender a sus verdaderos representantes sindicales y, casi lagrimeando, que era impensable desilusionarlos de ese modo.

Definitivamente, el Delegado debía aparecer torturado, muerto tendría más impacto, pensó, aunque no lo dijo, y dio la orden de comenzar, porque había que llegar a tiempo para que la noticia saliera en la edición matutina de los diarios. F. no hablaba, miraba desde un rincón, como si la situación le resultara incomprensible sin emitir sonido alguno.

El Dogor, que apenas se había recuperado de la súbita palidez marmórea, y Laura, que trataba desesperadamente de creer que el Energúmeno no los entendía, hicieron un pequeño conciliábulo en un costado, explicándole que se trataba de algo así como una junta médica. Este tipo está rematadamente loco, dijo el Dogor, despacito para que no lo escuchara, ¿y ahora que hacemos?

Pensemos qué podemos hacer que no le duela mucho, que parezca serio y sean lesiones superficiales, que no le queden marcas ni daños graves, que sangre, que se hinche... qué sé yo...

Laura recordó una estrategia que usaba con sus hermanos para faltar a la escuela. Se golpeaban el dorso de la mano con un objeto duro, lo suficientemente despacio como para que no doliera, durante un rato largo, y a las horas aparecía un moretón considerable y el edema apenas les permitía mover los dedos. Bueno, a ver, dijo, y sacó del valijín el martillo de los reflejos, andá pegándote lo más fuerte que puedas, le dijo al Delegado, y no pares, así, suavecito pero constante.

El Dogor pensó que debería tener marcas por haber estado atado y pidió que le consiguieran una soga de nylon que quemara con la fricción, y le indicó no parara con el martillo y, mientras tanto, que girara las muñecas sobre la soga lo más rápido que pudiera.

Hagámosle un tajo pequeño en algún lado que sangre mucho, dijo Laura, así le mancha la ropa. Pará, mejor en la ceja así no le queda marca y además ese es un lugar que se edematiza mucho. Aguantate el pinchazo que es anestesia y no te va a doler. Démosle con el martillo arriba del corte así se hace un hematoma más grande y parece un golpe, agregó el Dogor contento con su aporte. Casi siempre los queman con puchos, dijo el Energúmeno, acercando la colilla.

Pará que me duele hijo de puta, dijo el Delegado a los gritos, y el aire se inundó de olor a pelo quemado. Ponele anestesia a este maricón, y vos callate que van a escucharnos, le gritó el Energúmeno al Delegado. ¿Así te duele? No, contestó y cuando vio que efectivamente no lo sentía insistió que así era poco y casi no se verían las quemaduras por el pelo.

Háganme más que tiene que parecer serio, con el quilombo que se armó, dale que me la aguanto. El chirrido del pelo y el olor a carne quemada impresionaron a Laura que advirtió, mirá que ahora no te duele por la anestesia y los analgésicos pero las quemaduras duelen mucho.

No aprietes mucho el cigarrillo, animal, le dijo el Dogor al Energúmeno que se había dedicado a esa tarea con vocación de artesano, le van a quedar marcas, pelotudo. No importa, igual soy bastante feo, dijo el Delegado, haciéndose el canchero.

Laura insistió preocupada mirando al Dogor, ahora no lo sentís nada pero mañana vas a estar destruido, gordo, enchufémosle un Valium. Mejor así dijo el Energúmeno y apurensé que queda poco tiempo. Aguantá un poco que más rápido no podemos, dijo el gordo que observando el resultado de las erosiones en las muñecas procedía a atarle los tobillos. Ahora el Delegado seguía golpeándose la mano con el martillo y giraba las muñecas y los pies con frenesí, frotándolos contra la soga.

De verdad que parece que hubiera estado tratando de desatarme, dijo con orgullo el Delegado mirando las marcas marrones en las articulaciones, y acelerando el ritmo.

Se nos acaba el tiempo, tenemos que ir saliendo, hay que tirarlo en algún lado, avisar a los diarios... ¡y este hijo de puta no parece ni resfriado!. No seas bestia, dijo Laura, los hematomas tardan en aparecer, y no alcanzó a atajar el cross de derecha sobre el ojo del corte, con que el Energúmeno supuso que resaltaba la tarea, o aprovechó para sacarse la mufa. Ahora sí, dijo, cuando el ojo colorado, inyectado de sangre comenzaba a cerrarse, vamos, y subieron los cuatro al auto, que partió a toda velocidad.

Para ahorrar tiempo, subieron al Delegado, que atado como estaba apenas pudo treparse tambaleando, y cuando cruzaron un zanjón, el Energúmeno aminoró la marcha y le dio a F La orden de empujarlo.

Paren, paren que se ahoga, dijo Laura, que por suerte había escuchado los gemidos, y el Energúmeno se bajó del auto puteando, y arrastrando al Delegado por el barro lo corrió hasta el borde del agua podrida.

A la vuelta, el Energúmeno daba indicaciones a F para organizar al día siguiente la movilización de repudio al brutal atentado. Debía ser una marcha con antorchas, con carteles, había que convocar a mucha gente, convergerían columnas de todos los puntos cardinales, esa noche no dormirían.

Al despedirse, Laura y el Dogor, conmovidos, quedaron en encontrarse a la mañana en un café. La foto del Delegado torturado ocupaba la primera plana de todos los diarios. En el noticiero, contaba con detalles su secuestro y mostraba a las cámaras su cara desfigurada. Tenía el ojo tapado con una venda detrás de la que se asomaba un hematoma que le llegaba hasta el cuello. Con un auténtico gesto de dolor se abría la camisa para mostrar las quemaduras y apenas podía desabrochar los botones con las manos tumefactas que, según dijo, le habían querido fracturar a golpes.

De paso agregó que lo habían arrastrado tirando de las ataduras, que lo habían arrojado en la zanja y que reptando con un esfuerzo sobrehumano había logrado salvarse de morir ahogado. En el informativo del mediodía, mostraban las escenas del rescate, cuando lo subían a la ambulancia embarrado y ensangrentado, poniendo cara de valeroso sobreviviente.

Se miraron un rato en silencio. Laura comentó compungida, le debe doler todo, pobre, y el Dogor dijo muy serio, lo que hicimos es una barbaridad imperdonable. Tenés razón, contestó Laura, pero sin nosotros el Energúmeno lo mandaba al otro mundo de puro bestia. Para ese entonces, la pantalla comenzaba a mostrar las escenas de la multitudinaria marcha y, enseguida, el enfrentamiento con gases y palos entre la policía y los obreros de la fábrica del Delegado.

Los estudiantes se plegaron a la protesta y las escaramuzas duraron varias horas con un saldo de cientos de presos, heridos leves en ambos bandos, un obrero y dos policías hospitalizados con heridas de bala.

Laura volvió a su casa, ni F ni ella hicieron ningún comentario, ni entonces ni nunca. Tampoco mencionaron más el tema con el Dogor. Era un pacto de avergonzado silencio." -
 

Fuente: MONTONEROS LA BUENA HISTORIA. POR AMORÍN JOSÉ - Edición 2005,en Rústica.

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