La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
El bochorno de Filmus con José Saramago. Por Juan Ferrotti. |
Bochornosa situación vivió el electo senador Daniel Filmus en su intento periodístico. Entrevisto al escritor y Premio Nobel de Literatura, José Saramago, y no sólo fue víctima de sus burlas y quejas hacia la política, sino que erigió un papel excesivamente tibio y no realizó una sola pregunta sobre todos sus libros. Un desperdicio presentado hoy por Ámbito Financiero.
¿Será Daniel Filmus el modelo de periodista con el que sueña Cristina? El ministro de Educación, senador electo y político favorito de la futura Presidenta, se comportó ante José Saramago (a quien entrevistó el sábado por el canal oficial Encuentro) como un movilero dócil, o -tal vez-como el prototipo del neoperiodista cristiniano: le hizo un reportaje liviano y sin repreguntas, pese a que el Premio Nobel no dudó en cuestionar la eficacia de tres de las funciones que Filmus cumplía en ese momento: la de político, educador y periodista.
En algún momento, hasta pareció burlarse de él: pero Filmus no reaccionaba; sólo lo observaba con forzoso aire admirativo. Su mayor atrevimiento, propio de movilero irrespetuoso, fue que se animó a tutearlo como si lo tuviera de visita todos los días.
El zarandeo comenzó con la introducción a cargo del ministro, con chivo incluido. Después de recordarle a la audiencia que Saramago estuvo en la Argentina como jurado de un premio literario, que había visitado a Cristina y el Parque de la Memoria, Filmus explicó a su entrevistado que ese reportaje se hacía para el canal Encuentro, lo que demostraba «que otra TV era posible».
Pero el autor de «Ensayo sobre la ceguera» no pareció participar de ese entusiasmo. Le respondió que «un programa de TV puede hacer de alguien un presidente o impedir que lo sea. Pero lo que más me asombra es cómo se deja manipular la gente».
Como Filmus demostró no haber leído a Saramago (no le formuló ninguna pregunta acerca de sus libros, lo menos que podía esperarse en un canal cultural de una entrevista a un Premio Nobel), y como el elogio a esa emisora cultural del Ministerio tampoco había resultado, probó entonces con alguna de las frases que le había escuchado en esos días (y sobre las que basó la integridad del diálogo): una reflexión, en apariencia inofensiva, sobre el tránsito de la niñez a la vida adulta. También le salió mal.
Allí Saramago, después de extenderse en una lógica pesimista acerca de cierta fatalidad de destino («solemos admitir las cosas tal como vienen, sin plantearnos la posibilidad de otras»), desembocó en un razonamiento que lo llevó a poner de relieve la impotencia del sistema educativo sobre el individuo.
«El niño saldrá por una puerta propia, la que encuentre. La educación no lo prepara para otra cosa», dijo, y luego agregó: «Ni la familia, ni la sociedad ni la escuela pueden con nuestros hijos. La educación está en manos de una sociedad deseducada. Y los gobiernos no pueden hacer nada: la sociedad civil no funciona, se mueve por impulsos, tiene objetivos y principios pero no puede cumplirlos. La misión de la educación y de la escuela es imposible. A veces me parece un milagro que, a pesar de todo, los chicos se eduquen en el caos».
Sin reacción
Si Filmus, como obediente periodista cristiniano, no reaccionó, ¿no debió haberlo hecho al menos como Ministro de Educación? A continuación, advirtiendo (eso sí) el escepticismo de su interlocutor, le preguntó cómo combinaba esa postura con su labor de militancia por las causas justas (además de su adhesión al comunismo). Pero Saramago no abandonó el camino que había elegido.
«Aunque tengamos que esforzarnos en una ética, la destrucción es más fuerte. El crimen nos gobierna, y los gobiernos, pobrecitos, no pueden hacer nada», le respondió. «¿Cómo se limpia una sociedad que no quiere ser limpiada y que obtiene beneficios económicos gracias a eso?
Hablamos de ética, de derechos humanos, sí, pero no sirve de nada. ¿Con quién vamos a hacerlo? Los gobiernos ponen parches, pero eso no cura la enfermedad. Los medios de comunicación no cumplen tampoco. Hacen notas y reportajes que suponen son los que le pide la sociedad. ¿Por qué se sienten obligados?»
Tras el triple cross a la mandíbula en su condición de político, hombre del kirchnerismo, educador y (en ese momento) periodista, Filmus lo llevó a un tema más específico (que también había escuchado el día anterior), el de las Madres de Plaza de Mayo y el perdón imposible.
Saramago reiteró su conocido concepto de la excesiva generosidad del cristianismo en materia de perdón («si yo fuera argentino, no perdonaría a los verdugos»), y de inmediato sobrevino el mayor sofocón de la noche.
Filmus, que también lo había escuchado hablar sobre su antigua profesión de técnico cerrajero, le preguntó (¿para posibilitarle alguna respuesta metafórica, quizá?) si ese oficio tuvo en su vida alguna vinculación con la literatura. Tal vez Borges podría haberle respondido que, salvo para los escritores de policiales de asaltos a bancos, ese conocimiento sobre cerraduras es baladí, pero Saramago fue más piadoso: «¿Vinculación? No, ninguna. Yo me tenía que ganar la vida. No hay que tener una vida ajetreada para ser escritor. Todo el universo cabe dentro del cerebro.»
La despedida podía haber tenido sus propios riesgos. Filmus, siempre recordando las frases de esos días, le preguntó por qué sentía que en Buenos Aires las horas pasaban más lentas. «No es algo matemático ni psicológico», le respondió Saramago. «Y no es la primera vez que eso me ocurre en Buenos Aires. Me da la sensación de que aquí la vida puede ser más larga. Cada vez que miro el reloj, siento que el tiempo avanza mucho más lentamente». Afortunadamente para Filmus, durante la entrevista no se lo vio a Saramago mirar el reloj.