La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

La Revolución Islandesa.

Por Dr. Jorge Enrique Yunes.

 

El año 2009 marcó para Islandia el techo de un fenomenal colapso económico y la Nación Islandesa dijo ¡basta!. El pueblo Islandés ganó enfervorizadamente las calles y negándose a rescatar a la Banca provocó la dimisión del débil y funcional Gobierno, procesando judicialmente y encarcelando a los funcionarios corruptos.
 

A "contrario sensu" del resto de los países de Europa que permanecen en crisis, Islandia dejó caer y arruinarse a los Bancos y amplió su red de seguridad social, en el convencimiento de que la ciudadanía no debía convertirse en “el pato de la boda”.
 
Han transcurrido tres duros años, y la pequeña isla, luego de negociar con el F.M.I para poder plasmar así sus nuevos planteamientos concretados en una nueva Carta Magna, pareciera ver la luz al final del túnel.

Pero merece la pena retroceder en el tiempo para contemplar con serenidad el panorama general, concretamente, el lamentable fracaso de una ideología, de una doctrina económica, una doctrina que ha infligido un daño enorme tanto a Europa, como a Estados Unidos y Latinoamérica. La doctrina en cuestión se resume en la afirmación de que, en el periodo posterior a una crisis financiera, los Bancos tienen que ser rescatados, pero los ciudadanos en general deben pagar abnegadamente el precio de ese “rescate”.

De modo que una crisis provocada por la liberalización se convierte en un motivo para desplazarse aún más hacia la derecha; una época de paralización masiva, en vez de reanimar los esfuerzos públicos por crear empleo genuino, se convierte en una época de trágica austeridad, en la cual el gasto gubernamental y los programas sociales se recortan drásticamente y a mansalva. Nada más sufriente y errado.

Nos vendieron esta doctrina afirmando que no había ninguna alternativa distinta posible -que tanto los rescates del sistema bancario como los recortes del gasto público eran ineludiblemente necesarios para satisfacer a los mercados financieros- y también afirmando que la austeridad fiscal en realidad crearía el deseado empleo por carácter transitivo. La idea era que los recortes del gasto público harían aumentar la confianza de los consumidores y de las empresas inversionistas. Y, supuestamente, esta confianza estimularía el gasto privado, es decir el consumo, y compensaría de sobra los efectos económicos depresores de los recortes gubernamentales.

Algunos economistas no estaban convencidos respecto de esta postura. Los escépticos afirmaban cáusticamente que las declaraciones sobre los efectos expansivos de la austeridad eran como creer en el "hada de la confianza". Pero, no obstante ello, la doctrina ha sido extremadamente influyente y perniciosa. La austeridad expansiva, en concreto, ha sido defendida tanto por los legisladores republicanos del Congreso de los Estados Unidos como por el Banco Central Europeo, que el año pasado instaba a todos los Gobiernos europeos -no solo a los que tenían dificultades fiscales- a emprender la "consolidación fiscal".

Y cuando David Cameron se convirtió en Primer Ministro del Reino Unido, se embarcó inmediatamente en un programa de recortes del gasto público, en la creencia de que esto realmente impulsaría la economía nacional (una decisión que muchos “expertos” estadounidenses acogieron con elogios aduladores).

Ahora, sin embargo, se están viendo las consecuencias, y la imagen no es agradable. Grecia se ha visto empujada por sus drásticas medidas de austeridad a una depresión económica cada vez más profunda; y esa depresión, no la falta de esfuerzo por parte del Gobierno griego, ha sido el motivo de que en un informe secreto enviado a los dirigentes europeos se llegase a la conclusión de que el programa puesto en práctica allí es, ¡oh sorpresa! francamente inviable... La economía británica se ha estancado por el impacto de la exigida austeridad, y la confianza tanto de las empresas como de los consumidores se ha hundido en vez de dispararse.

Puede que lo más revelador sea la que ahora se considera una historia de éxito. Hace unos meses, diversos expertos empezaron a ensalzar los logros de Letonia, que después de una terrible recesión se las arregló, a pesar de todo, para reducir su déficit presupuestario y convencer a los mercados de que era fiscalmente solvente. Aquello fue, en efecto, impresionante, pero para conseguirlo se pagó el precio de un 16% de recesión y una economía que, aunque finalmente está creciendo, sigue siendo un 18% más pequeña de lo que era antes de la crisis.

Por eso, rescatar a los Bancos mientras se castiga a la sociedad, a los trabajadores, no es en realidad una receta para la prosperidad ni mucho menos. Es literalmente una política deleznable. ¿Pero existe alguna otra alternativa? Bien, parar eso debemos dirigir la mirada hacia Islandia. Si se ha estado leyendo las crónicas sobre la crisis financiera mundial, sabremos que Islandia era supuestamente el ejemplo perfecto de desastre económico: sus Banqueros fuera de control cargaron al País con unas deudas enormes y al parecer dejaron a la Nación en una situación realmente desesperante.

Pero en el camino hacia el Armagedón económico pasó una cosa curiosa: la propia desesperación de Islandia hizo imposible un comportamiento convencional, lo que dio al país la libertad necesaria para romper con las normas. Mientras todos los demás rescataban a los Banqueros y obligaban a los abnegados ciudadanos a pagar el vil precio, Islandia dejó que los Bancos se arruinasen, se cayeran y, de hecho, amplió su red de seguridad social. Mientras que todos los demás estaban obsesionados con tratar de aplacar a los inversores internacionales, Islandia impuso unos controles temporales a los movimientos de capital para darse a sí misma cierto margen de maniobra, cierto oxígeno.

¿Y cómo le está yendo? Islandia no ha evitado un daño económico grave ni un descenso considerable del nivel de vida. Pero ha conseguido poner coto tanto al aumento de la recesión como al sufrimiento de los más vulnerables financieramente hablando; la red de seguridad social ha permanecido intacta, al igual que la decencia y dignidad más elemental de su sociedad. "Las cosas podrían haber sido mucho peor" puede que no sea el más estimulante de los slogans, pero dado que todo el mundo esperaba un completo desastre, representa un categórico triunfo a nivel político.

Al término del 2011, Islandia creció un 2,5 % (mayor a la tasa de crecimiento promedio de la eurozona que se ubica en un 1,6 %) que parece augurar nuevos bríos a la denominada "Revolución Islandesa". Si bien persiste una elevada deuda externa, un pertinaz desempleo y un agazapado proceso inflacionario, el "paria" del sistema zafó y lentamente está creciendo, "sin prisas pero sin pausas".

La novedosa ingeniería financiera implementada por los islandeses aseguró que las pérdidas originadas en el Sector Bancario no las asumiera el sector público. Estabilizó el tipo de cambio. Retrasó la política de ajuste fiscal. Recortó levemente el gasto público en materia de sanidad y educación para de ese modo garantizar que el sistema bancario estuviera suficientemente capitalizado. Estableció temporalmente un control sobre los movimientos de capital. Diagramó férreas medidas para evitar la evasión fiscal sin crear nuevos impuestos. Redujo los impuestos para aquellas sociedades inversoras y creadoras de puestos de trabajo promoviendo así la creación de empleo genuino.

Todo ello nos enseña finalmente una lección al resto de nosotros: el sufrimiento al que se enfrentan tantos de nuestros ciudadanos es innecesario. Si esta es una época de increíble dolor y de una sociedad mucho más dura, ha sido por pura elección. No tenía, ni tiene, por qué ser necesariamente de esta manera. En fin, que los gobernantes y funcionarios públicos, con sus ocultos intereses, no nos hagan pasar gato por liebre. Hace rato ya que el reloj de la dignidad marcó la hora de la rebelión.

Fuente: Pregón Nacionalista.

Editoriales