La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
Derrota del gobierno frágil. Por Jorge Asís. |
Oberdán Rocamora.
Al gobierno le costará, en adelante, encontrar otra oportunidad para equivocarse más. Cae, por impericia, en confusiones innecesarias y en torpezas antológicas. Al aislamiento externo, debe agregarse la sensación política del aislamiento interno. Kirchner es el gran derrotado.
Quedó atado apenas al fracaso de su militancia rentada. Aferrado a las nostalgias agotadas de Kunkel y de Gullo, aunque se conmueven todavía al abrazarse, después de sus discursos. Y sostenido por las estructuraciones ideologistas de Tumini y de Pérsico.
Con semejante código de interpretación, deja de ser una chicana el penúltimo exabrupto del jefe, don Asís. Dijo que D’Elía es el funcionario más racional con que cuenta Kirchner. No sólo para producir la asociación del comentario. ¿Cómo será el resto?
D’Elía es la representación más emblemática de la estética del kirchnerismo. Es el vocero más calificado de Kirchner. Contiene mayor convicción que Braga Menéndez. Carece del profesionalismo oral del Aníbal. Tampoco presenta la aparatosidad intelectual de la señora Cristina. Insisto, D’Elía es lo más genuino que mantiene Kirchner para mostrarle a la sociedad.
Jorge Asís.
Aprecio, Rocamora, su agudeza. Coincido con que el exclusivo derrotado es el gobierno. Pero a Kirchner se lo puede explicar, más que justificar.
Sabe que los últimos gobiernos constitucionales en América Latina cayeron como consecuencia de la orquestación perversa de las movilizaciones. En Argentina, sobre todo. Por lo tanto Kirchner invierte demasiado dinero de los contribuyentes en controlar la calle. En realidad, Kirchner comparte la calle con una izquierda que lo desprecia. Y de ningún modo podía soportar que le estallara el conflicto de la seguridad.
Porque moviliza a tanta gente blanca que paga sus impuestos. Similar, en cierto modo, a la que gente que se movilizó con las cacerolas que aturdieron a De la Rúa.
Actuó como el Padrino que le exige a sus protegidos que lo defiendan del peligro. Sobre todo al sentirse cercado por Blumberg, alguien que lo excede. Blumberg se encuentra al frente de un movimiento cuyas consecuencias, también, al propio Blumberg, lo exceden. Por lo tanto, por la vía de Oscar Parrilli, Kirchner les envía el mensaje a los piqueteros prebendarios.
“La calle tiene que ser de ustedes. De las Abuelas y de las Madres. Para eso les pago”.
Para controlar la calle, a Kirchner puede servirle el Rudy Ulloa. Pero no le sirven las instrumentaciones de De Vido, ni de Jaime. Ni la cintura de plastilina de Adelmo Gabbi. Tampoco la capacidad para generar redituables negocios políticos de Franco Macri, quien pasa, como si nada, de Yabrán a Lázaro Báez. Y menos puede recurrir, para que le ocupe la calle, a Jorge Brito, el próximo Moneta, para que lo salve del cerco de Blumberg. Ni siquiera a don Aldo, ni a Wagner.
Es decir, Kirchner se encuentra imposibilitado de recurrir a ninguno de los verdaderamente beneficiados con el Sistema Recaudatorio de Acumulación que supo imponer. Pero con seguridad ellos siguen, culposamente emocionados, por televisión, el discurso de Blumberg, mientras sus esposas, tal vez, hasta participan del acto. Y con una antorcha.
Los que tienen que poner la cara por Kirchner son los que no tienen nada para perder. Los piqueteros prebendarios que suponen, desde la tribuna, que gracias a Kirchner ya se acabó mágicamente el neoliberalismo. Como dijo Tumini, ante el aplauso fácil de la militancia de alquiler.
Son los que deben salir a simular la espantosa debilidad del gobierno. Una debilidad que se agiganta. Porque ésta, no se confundan, es la derrota de un gobierno frágil. Kirchner es tan vulnerable que no se banca siquiera el abucheo posible de una movilización inofensiva. Cae en el error de pedirle, vía Parrilli, a D’Elía, el guapo del barrio, para que salga a defenderlo. De los procesistas que quieren instaurar, otra vez, el “terrorismo de estado”.
Joaquín Van Der Ramos.
Desde el cientificismo analítico, constato que es preocupante la división de clases que automáticamente se genera. Apunta a la antología de la confusión que percibe Rocamora. A pesar de exhibir la fragmentación grotesca de su fuerza, y sin olvidar tampoco la ausencia absoluta del peronismo, Kirchner sacó, como escudo defensivo, a la calle, a determinados traficantes de miserables, los que conocen la arqueología de los traslados.
Lo curioso es que Kirchner se apoya en D’Elía justamente cuando D’Elía se encuentra más cuestionado entre la gente de su “palo”. En especial, a su izquierda. Descuento que en esta mesa se desconoce que D’Elía ni siquiera pudo asomar la nariz cuando fue la Cumbre de Córdoba. La última, con Chávez, y en vísperas de la agonía de Fidel Castro. Pero no fue por disidencias ideológicas. Fue por un problema crematístico.
En los alrededores de las respectivas embajadas se habla acerca de vueltos. Con el dinero venezolano que llegó, procedente de Cuba, y en manos, para financiar aquella Contracumbre de Mar del Plata. Con tanta contracumbre, D’Elía venía mal, esquilmado en sus bases, casi vaciado.
Enfrentado por cuestiones poco revolucionarias con el Huevo Cevallos. Y acotado por la ofensiva de Pérsico, el piquetero barbado que le pusieron a Solá. Y con la autonomía repentina del Lito Borello, el piquetero que le pusieron a Telerman, para probarlo. Kirchner entonces recurre a D’Elía cuando éste atravesaba por su peor momento. Para avanzar con tijeras sobre la tranquera del americano Tomkins, en Corrientes.
Pero por problemas pendientes en Santa Cruz. Derivaciones de un campo oportunamente donado por Tomkins. Y para avanzar después sobre Blumberg, para ligarlo al “terrorismo de estado”, por presumir que Blumberg tiene cerca el bolígrafo de Cecilia Pando.
Entre el discurso antiprocesista de D’Elía, que acusaba de fascistas a los asistentes, y la mera imagen televisiva de los rostros de la convocatoria, puede perfilarse, en el medio, un precipicio de incomprensión. Es el precipicio que precisamente espera por Kirchner. Si prosigue con la ceguera de profundizar el camino que lo conduce, derechito, hacia el fracaso.
Analía Graciela de Mora y Puceiro.
Disfruto horrores del diálogo con ustedes, aunque tengo menos animosidad contra el gobierno. La fragilidad, en lo personal, me atrae. Tienen más información, que yo suplo con datos fácticos. Me espanta horrores evaluar, al Presidente, como demasiado vinculado con los espacios de la marginalidad.
Hubo 60 mil personas en la Plaza con Blumberg, en un 90 por ciento de clase entre media y alta. Pero pudieron haber sido 150 mil, si D’Elía no se entregaba a programadas ceremonias de vociferación. A su pesar, con Blumberg acaba de consolidarse un candidato. Lo tengo registrado con una imagen positiva del 75 por ciento. Y con una imagen negativa de apenas 8.
Aquel 75 por ciento de imagen positiva es improbablemente trasladable en intención de voto. Sin embargo puede descontarse que, en la provincia de Buenos Aires, Blumberg parte con un piso del 18 por ciento. Lo cual permite inferir que, en términos políticos, Blumberg no es sólo un problema para Kirchner. Es un problema para Macri.
Porque de ningún modo Macri, aunque triunfó con la adhesión, puede ser jefe político de Blumberg. Cualquiera que lo conozca sabe que Blumberg no puede tener un Jefe. El Jefe es él, Blumberg. Lo imagino excelentemente asesorado por Bragagnolo. Al que le brotan, en la mente, más ideas de las que su vocabulario alcanza a procesar.
Mantiene cerca también a Constanza Guglielmi. Alguien que conoce el ejercicio del poder, y no sólo por su pertenencia peronista. Por haber sido primera dama del Chubut. Con Blumberg, Bragagnolo y Guglielmi, puede intentarse un ejercicio de teoría política. La responsabilidad de acceder al Poder, como consecuencia de una desgracia catalizadora.
Por lo que pude percibir, y con esto termino, Blumberg acierta en claves racionales del discurso. Cuando habla de rescatar del delito a los niños de la calle. Entregados a la indecorosa mendicidad, la más deprimente. O cuando apunta a la indispensable dignificación de la Policía. Un elementalismo que los progresistas no se pueden permitir. O cuando apunta a la urbanización de las villas de emergencia, que las quiere iluminadas.
Es decir, desde un supuesto lugar no político Blumberg se torna hegemónico en el tema sustancial de la seguridad. Y avanza, más allá, de lo que puede cualquier político. Apunta hacia lo que precisamente espera la sociedad. Al menos hacia la ilusión de una solución. Aparte, Blumberg conmueve. Y aquí planta una diferencia atroz con el resto de la dirigencia.
Puede decir “fundamente” por “fundamentalmente”. Y es como si el auditorio deseara equivocarse con su furcio. O puede lanzar el utopismo de los jueces, los que deben responsabilizarse por las excarcelaciones que conceden.
Y aquí termino de verdad, Blumberg registra un magnífico crecimiento que le hace adquirir conciencia del poderío. Menciona al Presidente para que lo abucheen, e inmediatamente suplica que no sea condenado con el abucheo que provoca. Con lo cual, Blumberg salva al presidente de la encerrona que le tiende. Si a Blumberg se le ocurre, por ejemplo, en la plaza, delante de la multitud, denigrarlo, para Kirchner resultaría letal. Si actuara como cotidianamente actúa el presidente, con cualquier objetivo de turno.
(Desgrabación a cargo de Oberdán Rocamora y Analía Graciela de Mora y Puceiro)