La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

El llamado de los dioses: política y espiritualidad en tiempos de Evo Morales.

Por Roberto Navia Gabriel.

A las 12.24 del 21 de enero de 2006, en el último peldaño del templo de Kalasasaya de la milenaria ciudad de los dioses de Tiwanaku, Evo Morales lloraba con decoro, no porque la tierra temblara en ese momento, ni porque un cóndor de los Andes volaba por encima de sus cabellos negros como símbolo de buen presagio, sino porque acababa de ser coronado como Apu Mallku, o líder supremo de los pueblos indígenas de Bolivia.

Pero también lloraba su coronador, el amauta Valentín Mejillones, y lo hacía porque horas antes la hoja de coca le había soplado al oído que con aquel rito de consagración también bajaba de los cielos el espíritu exterminador de las inequidades.

A más de un año y medio de aquel momento, el grueso movimiento indígena, cuyas estadísticas dicen que son el 60% de la población boliviana, asegura que se están dando todas las condiciones para que se produzcan cambios estructurales en el país y que la mesa de la fe, que es el verdadero sentido de la existencia de los quechuas y aymaras, está tendida para que se consuma un renacer espiritual en tiempos de Evo Morales.

Tan seria es esta cruzada mística que el presidente, un indígena de padre quechua y de madre aymara, ha establecido que el orgullo espiritual del mundo originario, ese que se las arregló para vivir fusionado bajo la sombra de la cruz cristiana, empiece a ser gritado a los cuatro vientos desde el frío patio palaciego por donde pasa religiosamente todos los días (a no ser que viaje) a partir de las cinco de la mañana antes de meterse en su despacho del segundo piso. Con ello pretende desterrar la mala costumbre de no realizar ritos indígenas en la casa presidencial, vigente durante los más de 25 años de democracia ininterrumpida en Bolivia.

Esta medida parece haber tenido un resultado casi inmediato. En la calle de Las Brujas, de La Paz, los indígenas vendedores de productos rituales -incienso, mirra, fetos de llamas, imágenes de azúcar, confites, papel de colores y nuez moscada, materiales indispensables para las ofrendas a la Madre Tierra (Pachamama)- les dicen a los Achachillas, que son los espíritus de las montañas nevadas que patrullan los pueblos, que tienen motivos para festejar porque la demanda ha subido, y, en muchos casos, los precios se han multiplicado como el pan y el vino del Jesucristo de las iglesias católicas que fueron levantadas en época de la colonia. Muchas de ellas, encima de sus templos sagrados, conocidos como wacas, esos que, según el presagio de los amautas (guías espirituales) pronto volverán a ponerse de pie.

Es que ahora que en la silla presidencial del Palacio Quemado (nombre que se le da a la casa de gobierno) está sentado Juan Evo Morales Ayma, el movimiento de reivindicación indígena ha cobrado más fuerza porque ahora tiene el apoyo del Gobierno. Ganan así aliento los llamados a recuperar los lugares sagrados. Pero la coca también les ha presagiado a los amautas que los días de Evo no serán fáciles dentro y fuera del Palacio Quemado.

Los últimos sacudones a la tranquilidad del mandatario han sido dados por seis de los nueve departamentos que el pasado martes realizaron un paro cívico para exigir garantías para la continuidad de la democracia y que la nueva Carta Magna no la redacte unilateralmente el partido de gobierno. Además, el prefecto de Chuquisaca, David Sánchez, al borde del llanto dijo el jueves que se alejaba de su cargo para no ser responsable de posibles enfrentamientos entre bolivianos.

Si el visitante se mueve con los cinco sentidos a flor de piel por la urbe paceña o por sus alrededores, entre los caminitos enredados de los cerros, si logra fusionarse con su gente y es cobijado en las casas que siempre miran hacia el oriente, porque por allí nacen el sol, la lluvia y la vida, se dará cuenta de que el espíritu de los dioses de los Andes está impregnado en cada rincón de los inmuebles y de que las acciones de los mortales que los habitan no es ejecutada sin ser encomendada a la Pachamama, a los Mallkus o al rey de los astros.

Gabriela Colquiri (62) vive por la zona conocida como La Ceja, un barrio que empieza y termina a la vez en el límite de las ciudades de La Paz y El Alto. Desde su casita de dos pisos a medio terminar, como casi todas las que se pueden ver hasta donde se pierde el horizonte, cuenta que, debido a que su orgullo indígena se siente fortalecido ahora que la principal autoridad del país es un "hermano" que respeta la cosmovisión andina, no ahorra esfuerzos en celebrar los ritos sagrados que heredó de sus antepasados.

Si se toma en cuenta ello, afirma la mujer de piel cobriza y arrugada en extremo a causa del frío, que camina en zigzag por el solitario altiplano, la vida familiar y de la comunidad tendrá armonía porque los dioses no desparramarán su ira.

El último rito "a toda bomba" que celebró con la gente de su barrio fue aquel que se denomina "la marcación de animales", cuyo fin es darle gracias al Mallku, el espíritu que se adueñó de todos los animales silvestres.

En el otro extremo de La Paz, en el barrio Faro Murillo, donde los vecinos sueñan con que aumenten los muros de contención para que las casas no se desparramen al precipicio del cerrito que las sostiene, Gregorio Ticona, con una cara que sonríe cada vez que abre la boca para hablar, dice que es muy notorio el interés del presidente Evo por revalorizar a los Dioses que controlan la vida de los hombres desde los Andes.

¿Cuáles son esas señales que ve en Morales? "Desde el próximo año el Evo le quitará un feriado a la iglesia católica para dárnoslo a los quechua y aymaras", dice Ticona. Se refiere a la propuesta de un grupo de diputados oficialistas que presentaron un proyecto de ley para eliminar el feriado del Corpus Christi y poner en su lugar el "año nuevo aymara". Ante esta propuesta, el secretario general de la Conferencia Episcopal Boliviana, monseñor Jesús Juárez, pidió no "herir los sentimientos religiosos de la mayoría de la población" sustituyendo una fiesta por otra.

Pero el aymara Ticona, hombre acostumbrado a caminar con su recua de llamas por las cornisas áridas que pueblan como hongo el altiplano paceño, lo que quiere es que la cultura de sus ritos siga creciendo, como aquel que es conocido como wilancha, o sacrificio de animales en agradecimiento a la Madre Tierra. La fiesta es alimentada con sahumerio y los presentes se meten hojas de coca en la boca, beben su alcoholcito mientras las mujeres preparan la comida ritual, hecha con la carne de la llama o de la oveja sacrificada. Después, suenan los pututus y los tambores. Bailan hasta el cansancio.

El momento propicio

Orinoca, la cuna del jefe de Estado, ese pueblo triste y vetusto que no figura en el mapa de la república, fue sede de uno de los primeros ritos sagrados que realizó Evo Morales tras su asunción. El año pasado, día en que fue a su pueblo para evaluar los seis meses en el poder, auspició el sacrificio de dos llamas y de dos ovejas en honor a la Pachamama.

Cuatro emisarios indígenas, con sus cuchillos afilados de otros tiempos, hábiles en el oficio de quitar vidas para entregárselas a la diosa que los protege, cortaron los cuellos de los animales y antes de que se enfriaran los cuerpos les sacaron el corazón que luego saltaba en sus manos mientras oraban en aymara dándole gracias a la Tierra Madre.

En Oruro, Esther, la hermana mayor de Evo (57 años), la que se escapó de las manos frías de la muerte después de haber batallado contra la fiebre y la diarrea cuando niña, también organiza celebraciones espirituales, ya sea en su carnicería, en la planta baja de su casa ubicada en la calle Jaín 165, o en su casa de Orinoca, donde vio crecer al Evo y correr tras una pelota de trapo mientras miraba de reojo a sus ovejas que pastaban en la llanura helada.

Bajo este cielo de esperanzas y de creciente orgullo espiritual, los amautas consideran propicio este momento para hacerle saber al mundo que ha llegado el tiempo de recuperar sus espacios sagrados, o wacas, esos lugares de fe donde el pueblo andino rendía culto a la Madre Tierra, al Dios Sol, al cosmos, y que tras la llegada de los españoles fueron reemplazados por los templos católicos para poner fin a las prácticas espirituales de los "indios paganos".

Según cuenta la historia, en agosto de 1548 empezó a construirse encima de