La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
El demonio nos gobierna. Por Eduardo Rodríguez Paz. |
La sorpresa inicial
Cuando se revelaron los verdaderos motivos del viaje de la Reina Kristina a Angola con su bullanguera comparsa, los mentideros políticos hervían. Se supo, entre otras cosas, que el Canciller “Papelón” Timerman estuvo a un tris de dejar de serlo. Sucedió que la gran verdad del viaje era conseguir petróleo y gas en Angola. Kristina en persona quería encarar el tema. Por eso en una charla a solas con Santos (presidente de Angola), le expuso el tema. El morocho gobernante vitalicio (treinta y dos años) le dijo entonces: “Como no, señora. Nosotros se los vendemos, pero no tiene que hablar conmigo sino con nuestro operador petrolero”. “¿Y quién es?”, preguntó inocentemente Ella. “Repsol”, contestó galantemente el monarca africano.
La Reina Kristina tragó saliva, empalideció, los ojos se le inyectaron de sangre y contestó con un hilo de vos: “¡Genial, amanha eu vou ligar con eles!”, en un portugués champurreado que le había enseñado Guillermo Moreno en el avión. Cuando terminó la entrevista, más caliente que una pipa, bramó por el celular encriptado: “Pídanle la renuncia al boludo de Timerman. El imbécil no me avisó que eran los de Repsol y me hizo venir al pedo. ¡Mirá si me van a hablar después de lo que les hice en YPF!”, sentenció con su chabacana elegancia de Tolosa.
Timerman zafó porque alguien le susurró al oído a Kristina que iba a parecer un logro de Clarín y se quedó en el molde, no por ello jurándose que es la última que le hace el salame del Canciller. Después de eso, enajenada se puso a bailar con unas negras gordas y coloridas que le mandaron para rodearla en un monumento a las mujeres caídas en vaya a saber qué revolución de las tantas angoleñas. Otro papelón de nivel internacional.
El viaje y la decepción
Después del viaje y la bronca, Kristina se enclaustró en Olivos y no vio a nadie hasta el miércoles porque dijo que andaba con gripe. Mentira. En el resto de la semana casi todo fue para dolor de cabeza. Por eso el jueves se fue a Río Gallegos en el Tango 01 y, ni bien llegó, se fue al cementerio, a ver la tumba de Él y tratar de cambiar ideas y pedirle consejo. Pero no lo logró. Encontró un mensaje clavado en una de las paredes en papel de estraza todo engrasado que decía: “Ando por Buenos Aires, baby. ¡Bye, bye!”. Primero se puso violeta de la bronca. Después, volvió a Buenos Aires.
Como la semana siguiente le fue peor que las anteriores, la Reina K decidió salir de incógnito a despejarse la cabeza. Se caló un gorro de lana hasta los ojos, se vistió con colores fuertes y tapado de piel, lentes oscuros, infaltable cartera Vouitton, zapatos franceses de Christian Louboutin y su inefable Rolex de cincuenta mil dólares. Eligió lo mejor y más discreto de su custodia y enfiló para el centro en un solo auto, sin señas particulares.
Cuando andaba por el barrio norte, le indicó al chofer que tomara Quintana y parara en La Biela, frente a la La Recoleta. Se bajó sola, se sentó en una mesa en la vereda y empezó a disfrutar del anonimato que le confería el disfraz. Allí, seguramente no se toparía con ninguno de los que van a aplaudir sus discursos, ni de los que tanto la molestan con los bombos. Ése era su lugar en Buenos Aires: cajetilla, oligarca y señorial.
El susto mayúsculo
Pidió un Benedictine al mozo y estaba por empezar a disfrutarlo, cuando se llevó uno de los mayores sobresaltos de su vida. Sentado frente a ella, en otra silla de la mesa, apareció como por arte de magia, ÉL. Si, Él, que se materializó de la nada con un chasquido y un refucilo instantáneo. Estaba vestido como Nerón, el emperador romano y llevaba un tridente en la mano izquierda con el que daba golpes en el piso cada tanto. Exhalaba un olor a alcohol intenso y de los hombros le colgaban serpentinas y papel picado.
“¡Néstor, estás loco! ¿Qué hacés así vestido en un lugar como éste?¡Mirá si pasa Macri o Pinedo o algún otro del Pro y te ven con esa facha!”. “¡Tranquila baby!”, empezó Él en voz baja, “La única que me vé sosh vosh, dear!”,
Se repatingó en la silla y de un manotazo le arrebató la bebida y se la tomó de un trago: “¡Ahhh, me estaba hashiendo falta un poquito de combushtible! ¡Pedite otra vuelta, amorshito! ¡Eshtoy en una fieshtita con losh muchachosh de acá del shementerio de la Recoleta, no shabesh la cantidad de gente que eshtoy conoshiendo, flaca!”.
Kristina se revolvió molesta en su silla. Si la gente que pasaba realmente no lo veía a Él, iba a pensar que estaba loca hablando sola o que era una borracha pidiendo un trago tras otro. “¡Mozo!”, llamó, “¡Otro Benedictine y un Johnny Walker Etiqueta Azul on the rocks para el señor... perdón, ... quiero decir, ... esteee, ... para después!¡Vaya, vaya mozo!” Estaba totalmente alterada. Él sonreía maliciosamente.
“¡Me vas a volver loca! ¡No me dejás en paz! ¿Porque no te quedaste en Río Gallegos, que es donde tenés que estar?”, se enfureció Élla. Él despachó un largo sorbo de su bebida y comentó serenamente: “¡Éshte shi que me gusta, no la porquería que me invita Lushifer! En cuanto a vosh, baby, te avisho que deshde ahora te voy a sheguir lash pishadash a cada rato, porque la eshtash pifiando mucho!”.
Festival tanatológico
Mientras una señora muy elegante de una mesa vecina veía con incredulidad cómo bajaba el whisky de la mesa de Kristina sin que nadie tocara el vaso, Él se explayó: “Antesh de entrar en detallesh, te voy a contar de la fieshta en el shementerio de acá enfrente. Shon cashi todosh cajetillash. Y losh que no, shon prósheres. Eshtá Sharmiento (¡Qué capo el pelado!), Marshelo Torcuato de Alvear (¡Qué Duque, debería sher del Pro!), el Almirante Guillermo Brown (¡Otro capo total el maringote!¡Flor de corsario el ingleshito!), el general Juan Galo de Lavalle (¡Qué preshtanshia, Krish, un dandy, corajudo el tipo!), Carlosh Pellegrini (¡Otro caballerazho. Tendría que sher kirchnerishta!). La que ni me shaludó fue Evita ¿Raro, no? Andaba sholita, pobre, porque el Pocho eshtá en la Chacarita y no había conseguido la VTV para la motoneta”.
Kristina no atinaba a hablar, estaba denodada. Los sopapos de la realidad de los últimos días la tenían a mal traer y cuando estaba dispuesta a desenchufarse, cae Él y la altera hasta el paroxismo. Trataba de meter basa en la conversación, pero Él parecía ignorarla y seguía monologando. Desde una mesa vecina una señora con aires de rancia prosapia le había preguntado al mozo porqué había ese olor a azufre. El pobre cristiano no sabía qué responderle, pero pensaba que la vieja tenía razón porque el olía lo mismo cerca de donde estaba Kristina.
Sabias palabras
Néstor seguía impertérrito. “¡Pedime otro scotch y manishesh, Crish!”, había ordenado en tres oportunidades más. Ella no sabía como mirar al mozo, que tampoco se animaba a mirarla a los ojos, que se escondían detrás de lentes oscuros a semejante hora de la noche. La escena era de sainete.
“Te diré Crish”, dijo ceremoniosamente Él, “Eshtosh muchachosh del shementerio me están hashiendo la croqueta. Me eshtán cambiando algunash ideash”, mientras se sacaba las serpentinas y el papel picado de los hombros y con el tridente hostigaba a un perrito que había llevado un vecino de mesa. El pobre can no entendía qué era lo que lo pinchaba.
“Eshcuchá con atenshión, porque no eshtoy de humor para repetir. ¿Oíshte?”. Ella parecía de mármol, congelada. “Tomá nota. No lo apretésh másh al negro Moyano, que nosh va a hasher falta másh adelante. A Moreno le explicásh que pare con esho del dólar, que eshtamosh perdiendo como en la guerra. Al bocón del bigotudo de Aníbal deshile que shi shigue hablando boludeshesh lo voy a hasher crepar y eshta vezh no she va a poder eshcapar en el baúl de un Falcon. Al pendejo Kishiloff ponelo en el frío porque en YPF te hizho hasher flor de cagadón, de ahí no va a haber un pesho.
Tu amiguito el guitarrishta de Mar del Plata mejor que se bushque pronto otro paisaje porque lo voy a dejar mash chatito que shinco de quesho. Que arregle todo y she mande a mudar o lo mando a bushcar de aquí abajo y ni te cuento dónde le van a meter la guitarra eléctrica. Al juezh chiquitín le decís que bashta de mariconadash y que haga jushtishia como esh debido y a Schoklender y a la vieja lesh sholtash la mano”.
A esta altura de los acontecimientos, los nervios de Ella estaban destrozados. Trató infructuosamente de interrumpirlo, pero Él la ignoraba y seguía ordenando como si fuera el Nerón del que estaba disfrazado.
“Y por último, porque ya me eshtoy eshtufando y me quiero volver a hablar con Facundo Quiroga, Manuel Dorrego y Don Juan Manuel de Roshas y armar un truquito. Eshta noche me voy a quedar a dormir por aquí porque mañana tengo que charlar con el general Roca. Me dijo que iba explicar bien esho de la campaña al deshierto, que yo eshtaba mal informado.
Me pereshe, nena, despuésh de hablar con todosh eshtosh caposh, que vamosh a cambiar algunash coshitash. Te eshtán rodeando el rancho y ya te empiezhan a hasher casherolazhos. Cuidate el trashero, mamita, que hay mucho turrito shuelto alrededor tuyo”. Dicho esto se desvaneció tan rápidamente como había venido, no sin antes arrebatarle al mozo la botella de Johnny Walker Etiqueta Azul que traía en la mano. El sufrido laburante nunca se explicó cómo se había evaporado la botella de la bandeja.
La Reina Kristina tiritaba. La temperatura no era tan baja, pero a Ella un frío glacial la atenaceaba. No entendía nada. Estaba desarmada. “Éste está enterado de todo. Hasta de los cacerolazos de anoche. Y ahora se quiere hacer el justo y el honesto. ¿Y cómo me olvido de tantos años al lado de Él y de las cosas que hizo?¿Cómo mierda hago ahora para sacarme tantos tipos de encima si a casi todos me los puso ÉL? ¡Mah, si...! ¡Que reviente! ¡Yo soy la jefa de este quilombo y voy a hacer lo que quiera!”, masculló para sus adentros.
En ese preciso instante una niebla espesísima bajó sobre las mesas de la vereda de La Biela. Cuando se disipó Ella estaba vestida con un trajecito de liquidación de La Salada, tenía zapatos de taco bajo comprados en el Once, el sacón de piel era ahora un tapadito gastado y el reloj que tenía en la muñeca era un Citizen de latón con correa de plástico verde. La cartera era de plástico color violeta y estaba cuarteada por el uso.
Desde muy alto, sobre el cementerio, Ella sola escuchó un vozarrón que atronó el aire y dijo: ¡Ojo chirusha, que yo eshcucho hashta lo que penshásh! Salió corriendo hacia el auto con la custodia que se había transformado en un Di Tella 1500 bastante desvencijado. Cuando se subió y cerró la puerta, se quedó con la manija en la mano.